Por Gabriel F. López.* Contrariando las encuestas, los resultados provisorios de las elecciones legislativas han sido un cimbronazo para la política israelí. A pesar de su triunfo, el actual primer ministro Netanyahu pierde poder y se abren interrogantes sobre la formación del futuro gobierno.
Con una participación del 66,6%, superando ligeramente la de 2009 y logrando ser la más alta de los últimos 14 años, los resultados provisorios dan una escasa victoria al bloque de partidos de derecha, ultraderecha y religiosos. Encabezados por la alianza del actual primer ministro “Bibi” Netanyahu, del Likud, y su ultraderechista ex ministro de Exteriores Avigdor Lieberman, de Israel Beitenu, lograron 31 escaños, 11 menos que en la pasada legislatura, lo que los ubica muy lejos de la performance esperada en octubre pasado cuando las encuestas le otorgaban más de 40. La nueva figura de la ultraderecha, Naftali Bennett, líder del partido nacionalista Hogar Judío, también cosechó un resultado menor al pronosticado, obteniendo 12 escaños a pesar de ser la estrella de una opaca campaña electoral. Su discurso de defensa a ultranza de la colonización y expansión sobre los territorios palestinos, incluso recibiendo el apoyo de Yigal Amir, el asesino de Yitzhak Rabin, le ha sacado votos al actual Primer ministro. Las bancas de Bennett serán claves en la próxima legislatura.
La nueva formación de centro Yesh Atid (Hay Futuro), encabezada por el periodista Yair Lapid y al igual que él sin ningún político con experiencia en su lista, ha dado la sorpresa entrando en la Knesset (Parlamento) con 19 diputados, cuando las encuestas le auguraban tan sólo 12. El logro se debe a que levantó al laicismo como su bandera y de esta forma relegó al Partido Laborista, que alcanzó 15 bancas. Todos los demás partidos se mantienen o caen.
En total, y desgranando más los resultados, la derecha y ultraderecha nacionalista tiene 42 escaños, los partidos religiosos ortodoxos (Shas -sefardí- y Judíos Unidos de la Torá -askinazies-) 18 escaños; mientras la llamada “izquierda” (Meretz) y el centro israelí (Yesh Atid, Laborismo, Hatnuá y Kadima) alcanza 48 escaños. Por su parte los partidos que representan a los palestinos del 48 que tienen ciudadanía israelí mantienen su porcentaje histórico de 9 escaños. El sistema político israelí otorga una sobre-representación a los partidos con escasos escaños al hacerlos indispensables para la formación de las coaliciones de gobierno, poder con que vienen contando desde hace décadas los partidos de los ultraortodoxos que poseen un peso demográfico creciente.
Las identificaciones políticas en Israel no deben leerse literalmente sino correrse un paso a la derecha con respecto a la mayoría de los países occidentales. Lo que se llama centro en realidad es centro-derecha, lo que se llama izquierda debe ser centro-izquierda, a la vez que las diferencias en torno a la cuestión palestina son de grado y de método pero no de fondo.
Se impone la realidad social ¿pero cambiará la agenda?
Los israelíes dicen estar desencantados. No pareció preocuparles la paz con los palestinos, que no apareció como prioridad en casi ningún programa de los partidos, tampoco en los del centroizquierda. La economía, la identidad judía y las tensiones entre los distintos grupos sociales, así como la seguridad frente a las amenazas exteriores, en especial para la coalición gobernante, han sido los principales temas de campaña. Estas elecciones no han logrado entusiasmar aunque finalmente la concurrencia electoral se elevó sobre todo entre los votantes de los distritos contrarios al gobierno, lo que puede explicar la novedad de los resultados. La mitad de la sociedad israelí ha votado a partidos que abogan por el fin de los privilegios de los haredim, los ultraortodoxos, tema central en la campaña de Yesh Atid, que ha sabido aprovechar el resentimiento de la clase media secular que ve cómo el Estado carga con la asistencia social de la dependiente y creciente comunidad ultraortodoxa, exenta además del servicio militar obligatorio.
Al calor de la “primavera árabe” las calles de Tel Aviv albergaron a los indignados israelíes y a multitudinarias movilizaciones sociales, inclusive con dos personas inmoladas, en lo que pareció un profundo movimiento contra la política neoliberal seguida por el gobierno de Netanyahu, durante el cual se ha expandido la brecha entre ricos y pobres. Finalmente, las movilizaciones decrecieron, lo que parecía encaminado a cuestionar la política económica y el costo de un Estado de ocupación y expansionista, fue diluido tanto por lemas que azuzaban la unidad nacional como por el focalizar los costos de la financiación del estilo de vida de los ultrareligiosos.
El presidente, como es tradición, encargará al partido con mayor cantidad de votos formar gobierno obligando a Netanyahu a una ardua tarea, tendrá que decidir si forma una gran coalición de Gobierno con los partidos de centro o si opta por una combinación de fuerzas más extremistas y ultrareligiosas consideradas como sus “aliados naturales”. Cualquiera sea la elección, la agenda del Primer ministro no se modifica, como queda claro en sus palabras tras conocer la victoria: “El Gobierno que formemos se basará en tres grandes principios; el primero de todos, la fortaleza militar frente a las grandes amenazas que afrontamos. El primer desafío ha sido y sigue siendo impedir que Irán logre armas nucleares”.
Los palestinos ausentes de la campaña
Durante la campaña electoral la líder laborista, la popular Shelly Yachimovich, no ha hablado para nada de la ocupación y los palestinos. De hecho, la cuestión palestina ha pasado casi completamente desapercibida y solo Tzipi Livni, ha sacado el tema de volver a las negociaciones. Esta circunstancia revela que la mayoría de los israelíes se sienten satisfechos con la situación. La constante expansión colonial en los territorios ocupados ha sido asumida por el grueso de la población como algo natural y el que ni siquiera la “izquierda” aborde la cuestión indica que las cosas continuarán por el mismo camino. Aunque la posibilidad de una tercera Intifada está presente, la mansedumbre de Mahmud Abbas aporta tranquilidad. La pasividad de la comunidad internacional perpetúa el deterioro de la situación. Las recientes críticas discursivas del presidente Barack Obama a Netanyahu no parecen tener repercusión, aunque el aislamiento y el repudio internacional por las políticas del Estado israelí sea cada vez mayor.
El régimen de apartheid que pesa sobre los palestinos también se expresó en las elecciones. Estaban habilitados para votar 5,9 millones de judíos, pero de los 6,1 millones de palestinos que viven bajo leyes Israelíes sólo lo pudo hacer 1,8. En “la única democracia de Medio Oriente”, 1 de cada 3 personas gobernadas por Israel no tuvo ni tiene derecho a votar.
*Profesor de Historia (UBA) y especialista en historia de Oriente Medio.