Por Leonardo Rodríguez. A treinta años del grito primal del punk en Argentina, a diez de la muerte de Ricky Espinoza, la primera feria del libro punk.
El domingo 3 de junio unas seiscientas personas participaron en el Salón Pueyrredón de la primera feria del libro punk. Más de una docena de editoriales, autopublicaciones, autores, medio centenar de títulos disponibles, la charla sobre el escenario con algunos de los protagonistas, exposición de fotos y pinturas, moldearon una tarde en la que se pudo repasar la historia del punk criollo. La cultura punk no está guardada sólo en los discos, en recortes de diario o simplemente en la memoria: lentamente los fanzines fotocopiados hicieron un lugar a los libros, muchos testimoniales pero también de narrativa, poesía o gráfica punk.
Patricia Pietrafiesa es punk desde adolescente. Formó parte de las bandas Sentimiento incontrolable, Cadáveres de niños y She devils. Actualmente es bajista en Cumbia queers. Urdió los fanzines Resistencia y Quién sirve a la causa del kaos? -este último junto a Fidel Nadal-, y parte de sus memorias sobre el punk de los años 80 están ahora registrada en el libro Derrumbando la casa Rosada. Por eso cuando vio que en los últimos años se había juntado una buena cantidad de libros punks, o sobre el punk, le pareció que era momento de organizar una feria en la que se pudiera visibilizar el libro también como una forma en la que el punk puede expresarse. El resto sucedió como suele suceder dentro de la cultura punk: del boca en boca, sumando voluntades y casi haciéndose por sí mismo.
A lo publicado por Piloto de tormenta: La manera correcta de gritar -la historia del ska en argentina-, Gente que no -historias del under de los 80- y el mencionado Derrumbando…, pudo verse también la producción de la editorial Tren en movimiento, que comenzó con la Historia del Buenos Aires hardcore; Punk rock, anarquía y tinta china -historieta y gráficos de Max Vadalá, el creador del fanzine Buenos Aires desorden-, No permitas que maten tus sueños -las memorias de Dekadencia G, el creador del fanzine Dekadencia humana– o los volúmenes de cuentos En la cancha se ven los pingos o Agujas y sangre. Milena Caserola llevó recién salido de la rotaprint un opúsculo de poesías de Sebastian Kirshner en formato fanzine y alfiler de gancho, junto a Otras puertas del ocaso, el libro de poemas de Adrián Yanzón, quien fuera cantante de Los pillos, allá lejos, antes de que la campana sonara la hora del menemismo.
Esteban Cavanna llevó sus biografías de Los violadores y Los fabulosos Cadillacs. Sebastián Duarte la suya, El último punk, sobre Ricky, el cantante de Flema -que, asegura, reimpresión tras reimpresión va por los cuatro mil ejemplares-. Madreselva publicó en castellano la Carta abierta que Jello Biafra, el cantante de Dead Kennedys y actual The Guantanamo school of medicine, escribiera a Barak Obama. Sin embargo Punk, la muerte joven, de Juan Carlos Kreimer, puede situarse en ese extraño y privilegiado sitio que es desde donde se da el puntapié inicial. Cavana, Pietrafiesa, Marcelo Pocavida -cantante de Los baraja, Cadáveres, actualmente frontman de una banda que lleva su nombre y otro de los pioneros del punk-, reconocieron en el libro de Kreimer la inspiración de aquel trazado de cómo vivía un punk. Desde el escenario, Kreimer recordó que escribió el libro por encargo mientras vivía en Londres, en medio de la tormenta de protestas callejeras que sacudía aquella vieja capital de la revolución industrial, y que prácticamente escupió el libro en un par de semanas. Fue el texto al que menos trabajo le dedicó y, sin embargo, el que más repercusión alcanzó en su vida, al punto de seguirse reeditando al día de hoy.
El punk, como cultura de la negación, como ideología de la juventud urbana que se sacudió el hastío, se ha diseminado. No es de extrañar. Fue una revolución dentro de una revolución que agonizaba, la del rock. Con su simpleza y su radicalidad pudo abrir un camino que parecía anegado por el tedio. “No future”, el grito de la juventud inglesa frente a la era de los conservadores, no era una meta sino una denuncia; el punk lo liberó a escupitajos y corrió por la autopista.
Al otro lado del océano poco queda de aquellos adolescentes que vivieron su niñez en dictadura y elevaron su voz de protesta durante la primavera alfonsinista, mucho menos de aquellos que en medio de la fiesta privatizadora acompañaron el Ya basta zapatista.
Hoy, cuando la industria del espectáculo sazona punk como un condimento a la hora de fabricar su producto musical, la cultura punk que propone la rebelión a conciencia y la conciencia de la autogestión encontró en el libro, como el día de aquel primer alarido, un espacio donde seguir desarrollándose. Porque a pesar de los años, aquella vieja rabia sigue ahí, esperando a que te duermas para despertarte de una patada en el culo.