Por Matías L. Marra. A once años de la masacre de Avellaneda en la que fueron asesinados Darío Santillán y Maxi Kosteki, los recordamos reflexionando sobre las intenciones de Darío de llevar a los compañeros al cine por primera vez, estableciendo una breve cronología de cómo la historia de nuestro cine es la del no darse cuenta.
“Entre los chicos que militaban o participaban del MTD, Darío advirtió que ni siquiera leían los diarios y que ninguno había ido jamás al cine”, escriben Hendler, Pacheco y Rey en su libro Dario Santillán. El militante que puso el cuerpo. Siempre resulta extraño, aunque no lo es en lo más mínimo, que alguien jamás haya pisado una sala de cine, tratándose de uno de los espectáculos más masivos.
Breve historia de la producción cinematográfica argentina
La historia del cine en Argentina puede sintetizarse en el no darse cuenta. Resulta curioso para quienes no están formados en este arte, imaginar que en Buenos Aires hayan existido estudios tan grandes como los de Hollywood, que se hayan exportado stars, que nuestra cinematografía haya sido alguna vez tan exitosa que Estados Unidos la tuvo que bloquear para poder expandirse en los países de habla hispana.
La falta de políticas de Estado para fomentar y proteger el cine argentino dieron por finalizada a la industria entre 1940 y 1950. Durante el peronismo se impulsaron medidas proteccionistas que no contemplaron lo que Octavio Getino en su libro Cine y televisión en América Latina: Producción y mercados sintetiza hablando de “el tema mercados”. Esto es, se exige a las salas de cine una “cuota de pantalla” y la “obligatoriedad de exhibición”, que significa que haya una película argentina por mes, pero no contempla la parte industrial.
Con la Revolución Libertadora tales leyes se derogan, dando pie a una situación muy similar a la que hoy vivimos respecto al cine norteamericano. Ya durante la presidencia de Frondizi, se sanciona la Ley de Cine y se crea el Instituto de Cine (INC), que implica una renovación en las narrativas argentinas (Torre Nilsson, Ayala, Olivera, Favio, entre otros).
Hollywood se especializará en los blockbusters, los tanques, y contemplará de manera muy efectiva la distribución. El sistema será producir menos, con mucho dinero. En Argentina, mientras tanto, empieza a separarse distribución y producción de tal manera que a los dueños de las salas los tiene sin cuidado la producción nacional y las leyes que se le imponen, ya que con los tanques hay público asegurado; y la producción se sostendrá en base a las ayudas estatales. Getino considera inusual tal escisión para una industria que aspira a desarrollarse.
Las políticas estatales norteamericanas vinculadas a las majors (los grandes estudios de Hollywood) ejercieron presión en todo el mundo a partir de una estrategia que aún existe y les resulta sumamente exitosa. Getino explica que se basa en “medir la rentabilidad de un producto fílmico, no tanto por el número de entradas vendidas, sino por el volumen neto de sus recaudaciones”. Es decir: las salas aumentan el precio de las entradas, y las taquillas bajan, pero no las recaudaciones. Los resultados de esta política fueron drásticos para las salas periféricas: el cierre de casi un 50% de salas en un lapso de diez años en todo América Latina.
Crear poder popular
Cuando se habla de crear poder popular, se incluyen una serie de preceptos entre los que podemos nombrar el acceso a la cultura. Que exista una gran parte de la sociedad que no haya ido nunca al cine es un hecho histórico, una situación que intentaron imponer y lograron los que ganaron.
Darío Santillán se inquietaba al ver compañeros que nunca habían ido al cine. Por eso, propuso una salida colectiva al cine un miércoles, que es el día en el que la entrada sale más barato. Mientras tanto, consiguió que sus compañeros vean La estrategia del caracol, y el documental Las AAA son las tres armas, en un video-debate.
La instancia de visionado colectivo de una película es un acto único, el cine es una herramienta política y Darío parece que lo sabía muy bien. Su selección de las películas no es, por supuesto, inocente, sino por el contrario, un intento de poner en el imaginario de los compañeros un lenguaje que hay que disputar, el cinematográfico.
El cine es la experiencia en el que las imágenes y los sonidos a modo de síntesis crean ideas con mayor o menor conciencia del espectador. Ver una película es disfrutar, pero también pensar. No se puede pensar el hecho de ver una película sin un espectador activo.
Su asesinato hizo que su iniciativa, completamente genuina, fuera frustrada. Tal vez el tiempo acercó a los compañeros al cine, pensando en lo que Darío quería: constituirlos en el sentido estético, crear una herramienta más que muchos no tenían por la falta de recursos.
El legado que dejó Darío es inmenso. Darío, en sus recorridos por el barrio y leyendo mucho pudo generar un pensamiento que hoy seguimos pensando, renovándolo, ampliándolo. Creyeron que lo mataban con una orden de ¡fuego! Creyeron que lo enterraban.
Y lo que hacían
era enterrar una semilla.