Por Chiqui Nardone. Nuevo relato enviado en exclusiva por el autor para la sección cultura de Marcha.
En las tremendas noches de Bangkok no había explicación para esas mujeres acobardadas de ojos tan finos.
Cada noche recuerdo aquellas humedades que se colaban en el alma dejando un sabor agridulce luego de arrastrar la lengua por los labios.
Esos labios, que apenas se estremecían al decirme una palabra,
Eran tanto los labios y los ojos
Lo que más añoro son esos perfumes de pescado , de muelle enmohecido y cajón de madera.
Pienso en mis 6 hermanos, en el destino de cada uno de ellos, si sus botes, armados con el primer brillo de la mañana, seguirán flotando, atravesando esos ríos pacientes.
Y nuevamente la imagen de esos labios rojos y unos ojos, que quiero ubicarlos a la altura de mi mirada.
Siento que la comisura de la boca se inclina hacia un costado, insinuando una sonrisa. Que tristeza me da esa grieta que se forma en el hueco que forman la terminación de sus mejillas y la esquina de su boca.
Será el corazón que palpita, abarrotado, repitiéndose continuadamente pero sereno.
Esa profusión de imágenes de mi tierra querida.
El estrépito de las cabezas de los pescados, sobre la madera, siendo separada de sus cuerpos. Ojos circulares, ojos sin arrepentimiento. Los coletazos de esos últimos instantes de vida repiquetean en mi oído y me impacientan. Veo el río y los ojos, el pescado enfurecido y me despierta…
Señor Kiau: Su turno.
Billar, la pelota roja va girando, gira y se va alejando, la veo victoriosa, llevando consigo los rastros de esa luz cenital que alumbra el bar de la esquina de la ciudad. Abro los ojos y ya estoy parado.
Apenas si puedo vislumbrar el palo. Lo tomo como bastón, mientras enciendo mi primer cigarrillo y el humo azul, y la bola roja que sigue girando, la miran mis compañeros, la mira ella, con sus ojos impacientes.
Apenas si recuerdo mi sueño, era algo de un pescado, victorioso, mirándome atónito y me acerco al taco y con la tiza lo envuelvo. Dónde está la maldita bola roja que me ha despertado de mi tierra natal. Ese sonido en el cual se desplaza en suave fricción con el césped brillante y el humo de otro cigarrillo , los recuerdos de mi Tierra libre . Ese es el significado de mi país. Tierra libre. Yo ahora apunto y veo por encima de las cabezas de los que me acompañan y la muchedumbre de este antro occidental mirándose simplemente. Seré blanco de sus miradas por mi andar quebradizo, mi camisa iluminada.
¿Quién es mi oponente en este juego? Acaso la bola blanca quieta y precisa no debe chocar con la roja, en movimiento, amarilla. O es quizás el sueño de mi vida posterior, borracho y sin dónde ir. Cuál es la diferencia entre hoy y aquella choza de paja sorprendida por los vientos huracanados.
Ella me mira, está rondando el tablero, elucubra un tiro perfecto, chocando las bandas, y haciendo explotar en un sonido hueco y abrupto esas bolas que se dispersan. Ella vuelve a mirar y ahora sí que sé dónde estoy. Sentado en un bar de Almagro, esperando mi turno para dominar el tablero.
Y ella logra otro tiro. Ha dado en el blanco preciso. La sombra de las bolas girando me nublan la conciencia que tiene capas ladas aglutinadas por el alcohol que aprieta mis pensamientos en mi exilio.
Acá vivo, desposeído , una litera de madera es mi amiga en el sueño.
Una cama que es una silla que apenas cruje . No recuerdo cómo es el día, vivo preparado y dentro de mi camisa esperando el próximo tiro y ella empuña y aprieta el palo como a un pescado desesperado por no morir.
Voy a cerrar los ojos a esperar mi próxima oportunidad , ella se desvanece, sus guantes guardados en un pequeño mueble de cristal harán que esas manos aprieten el palo que volteará tantas bolas como pescados recuerdo de mi querida Bangkok. Cierro los ojos y sueño.