Por Mariano Féliz. La presidenta Cristina Fernández participó de la reunión del G20 en Francia hace unos pocos días. Allí dio un discurso frente a grandes empresarios de todo el mundo, explicando las bondades del capitalismo “en serio” comparándolo con los grandes problemas del novedoso “anarco-capitalismo”.
Cristina cree haber dado en la clave, resaltando las pretendidas bondades de un proyecto de desarrollo capitalista. Sin embargo, la presidente olvida algunas cosas.
En primer lugar, el modelo actual se construyó sobre los escombros de la crisis del neoliberalismo a fines del siglo pasado. Con algunos cambios, el proyecto del kirchnerismo se construye en profundizar lo peor de la herencia neoliberal. Por eso, podemos decir que el proyecto neodesarrollista es apenas superación dialéctica del neoliberalismo y no su radical oposición. Diez años después de la caída del neoliberalismo en América del Sur, los países del centro están enfrentando -como nosotros en su momento- una crisis terminal. El destino de esas naciones está, como fuera en nuestro caso, en las manos del pueblo trabajador. En nuestro país la caída del neoliberalismo tuvo su correlato en las luchas del pueblo. Las organizaciones populares no supimos o no pudimos canalizar esa crisis y esa fuerza social para construir otro proyecto de país. Si bien pudimos cancelar algunas alternativas, no fuimos capaces de desplazar a los sectores dominantes del poder.
El modelo que propone la presidenta se basa en la utilización de la plataforma construida por el proyecto neoliberal, para construir un capitalismo del siglo XXI. Un capitalismo en el cual el consumo se concentra en el 20% de la población pues convive con la precarización extendida del empleo. Recordemos que el 50% de los asalariados empleados en el sector privado tienen trabajo en negro. Una economía capitalista sin consumo de masas que orienta su producción a la exportación o el consumo suntuario. Los grandes capitales no quieren producir bienes de consumo popular porque es mucho más rentable producir soja, manufacturas alimenticias, automóviles o celulares. Mientras tanto, la pobreza se estanca en cifras que rondan el 20%.
Este proyecto de desarrollo capitalista “en serio” se conforma de manera tal que aumenta la dependencia y la posición periférica del país. Casi la mitad de las exportaciones dependen de las ventas a Brasil, China e India y son básicamente ligadas al complejo agro-minero o la armaduría (automóviles). Todo el proceso se apoya en la hegemonía indiscutida del gran capital trasnacional o sus socios argentinos. Casi una década de kirchnerismo ha dejado inalterada la extranjerización del control de la producción, la inversión y las exportaciones.
Cristina sugiere a los países centrales que sigan las “lecciones” de Argentina. ¿Pero qué lecciones son esas? Atravesar una profunda recesión, que concluye con la devaluación del dólar, pero sobre todo de los salarios y la precarización de las condiciones de trabajo. La recuperación posterior es limitada, desigual e insuficiente frente a los déficits sociales de nuestro país.
Argentina se muestra como ejemplo en el proceso de renegociación de su deuda externa. Sin embargo, esa renegociación sólo sirvió para darle una “palmadita” a los acreedores a los cuales se les sigue pagando una deuda de origen espurio (ilegítima y en gran medida ilegal). El FMI, siempre citado como uno de los principales responsables de la crisis argentina, cobró toda su deuda (por adelantado). Europa se encamina -le guste o no- a imitar el camino trazado por nuestro país. No es el resultado de elegir una opción anarco-capitalista, que la mayoría han atravesado con gran daño para los pueblos. La crisis y el camino elegido es, en realidad, el costo impuesto a los pueblos cuando no pueden delinear alternativas políticas anti-capitalistas frente al neoliberalismo. Nosotros podemos dar cátedra al respecto.