Por Víctor Gómez. Con Cómo funciona el mundo (2012) llega un Noam Chomsky en estado puro. Sea para adentrarse primera vez, o para disfrutar de un buen y feliz reencuentro, se ofrece en un solo libro la edición de cuatro de sus obras.
Lo obvio, que de tan obvio, se pasa de largo, dirán algunos, o lo inasible que puede ser capturado de una vez hasta para unos cuantos “siempres”, afirmarán otros, es lo que sucede al leer o releer a Noam Chomsky, el intelectual norteamericano que vive de manera cotidiana el totalitarismo, entre otros, de los gigantes mediáticos de aquellos lugares del mundo que silencian toda voz disidente en serio, más o menos bien fundamentada.
A modo de ejemplo, en clave de certeza, dice: “Ya sea que se hagan llamar liberales o conservadores, los grandes medios de comunicación no son más que empresas, conectadas a su vez con conglomerados todavía mayores y administradas por ellos. Como otras grandes empresas venden un producto a un mercado. El mercado son los anunciantes, es decir, otras empresas. El producto son los espectadores.”
Esta construcción todo lo invade en una forma tan material como simbólica. Una sostiene a la otra, retroalimentándose hasta la infinita repetición y sin cansancio. Porque la idea de imperio no es de ahora, ni de los últimos ciento cincuenta años, ni será hasta mañana. Como afirma Chomsky, “la descripción de lo que hicieron los europeos es monstruosa. Los comerciantes británicos y holandeses, que en realidad también eran guerreros, irrumpieron en Asia y se metieron en regiones comerciales que venían funcionando desde muchísimos años antes, con normas bastante establecidas. Se trataba de zonas libres y pacíficas, en mayor o menor medida, que constituían una suerte de bloque comercial.”
No se puede dejar de pensar, frente a esta somera descripción, en todas las películas, figuradas y literales, por mencionar, alegóricamente, una sección de las artes, que no muestran nada de esto o que, en habitual consonancia, todo lo maquillan con una pálida o impetuosa historia de amor. Y esto no siempre por cálculo, sino por sencilla inconciencia, compañera inseparable de la más supina y responsable ignorancia, que a su vez no exime de la misma responsabilidad en el hecho. Como para refrendar otra idea del autor, en el mismo sentido, de que “obviamente, no es por nada que las personas migran de África a Europa, pero no a la inversa. Tenemos quinientos años de motivos.”
El despojo naturalizado, las diferencias que se hacen paisaje inmutable, toman con Chomsky el cariz de una galería de cuadros cada vez más deshilachados, carentes de un sentido cierto si se tiene una mirada más o menos justa y humana de la misma humanidad. Aunque a un igual momento este norteamericano concienzudo, buen compañero de ruta e ideas, en alguna línea la pierde un poco, justamente, al caer en comparaciones faltantes de sustento y consecuente realidad. Es así, que en párrafos de buen recorrido es que aparecen y se pierden con vaguedad palabras como fascismo, bolchevismo y tercermundista. Se igualan los primeros, privando a los relatos de la historia que esos términos representan.
El libro, Chomsky, su entrevistador, transitan todos los temas: desde la economía y la política, hasta las posibles y mejores calidades de las comidas. Desde el que se auto-referencia como centro, hasta las supuestas periferias como la India y el resto de Asia, pasando por la América Latina, los andares son tupidos y variados en el relato.
Del delito también habla. Del mismo interpreta que se va dando en aumento por la polarización social y la marginalización que la misma genera. Podría, podrá inferirse que por algo inherente al capitalismo resulta así, que todo lo destruye y todo lo mata por su propia condición de ser. Pero no lo afirma de tal manera, tajante y explícita, aunque si lo refleja, o un poco más que eso, al dejar en claro que las personas, en este sistema, son superfluas para la creación de riqueza -es decir, para la producción de ganancias-, y se considera básicamente que los derechos humanos dependen de lo que cada uno puede procurarse en el sistema de mercado, y entonces no tienen valor humano. Además, o sin embargo, dirá Chomsky, si uno no se pregunta por qué hubo un incremento en el deterioro social a la vez que se destinan más recursos a los sectores ricos y privilegiados de la sociedad y menos a la población en general, es imposible darse una idea de por qué aumenta la inseguridad y cómo se puede hacer para resolverla.
Quizá el desarrollo de la idea todo lo quiera decir, aunque siempre se espera, y esperará, otro tanto. Quizá, resulte el principio de unas cuantas ideas, que podrían seguirse debatiéndose con el autor.
“Lo que realmente quiere el Tío Sam”, “Pocos prósperos, muchos descontentos”, “Secretos, mentiras y democracia”, y “El bien común”. Así, llanos de toda llanura, son los títulos de las obras de Chomsky que se reúnen en este libro, que darán ya, a primer golpe de vista, una idea de cómo venía, vendrá y funciona el mundo en la compilación que así también da en nombrarse. Nicaragua, Bush, más medios, Reagan, el Banco Mundial, Saddam Hussein, son algunos de los otros nombres propios que van entrando en escena en la década del noventa, cuando el mundo ya se derrumbaba -tal vez como desde su mismo principio-, pero bien miraban casi todos hacia otros lados.
Vale como plan editorial y vale como esfuerzo personal. Dentro de los muros del imperio no es tan fácil decir lo obvio, tanto por lo que se censura sin más, como por el embrutecimiento que consumen a diario los seres que lo habitan. Las invasiones las ordenan los dirigentes, pero difícilmente se puedan profundizar sin el consenso social -otra vez, por convicción o ignorancia- que las sostengan. Habrá que ver u oír que dirá Chomsky en el tiempo sobre esto.
Ficha técnica
Autor: Noam Chomsky
Título: Como funciona el mundo
Editorial: Capital Intelectual
358 páginas