En esta segunda entrega a 196 años de la Declaración de la Independencia, el historiador Martín Guillermo Caviasca reivindica la puesta en discusión del pasado nacional. La izquierda y el “sentimiento patríótico de las masas”.
Por Martín G. Caviasca. Cada aniversario de una fecha patria como el 9 de julio o el 25 de mayo nos enfrenta a un doble desafío: romper con la efeméride escolar y crear un hito popular. Pareciera que una parte sustancial de la izquierda no ha alcanzado a elaborar una actitud correcta frente a la “cuestión nacional”, ni parece en condiciones de asumir positivamente el sentimiento patriótico de las masas. Las invasiones inglesas, la revolución de mayo, las guerras de la independencia y la independencia del 1816 fueron parte de un proceso de revolución mundial donde se derribaron barreras con las que las viejas clases dominantes feudales protegían su vetusto poder. En América latina esta lucha tuvo su expresión y sus contradicciones internas. Estas contradicciones expresaban diferentes alcances que podía tener la revolución y eran expresión de lucha de clases y frentes de clases y de diferentes proyectos de nación. Sin dudas, burguesas eran las diferentes variantes independentistas, pero no todas eran equivalentes. Más erróneo sería negar la guerra de la independencia como una guerra popular desde una anacrónica revolución proletaria en la América latina del siglo XIX. Si hacemos esto le regalamos el pasado (y la lucha de las clases oprimidas en ese pasado) a la burguesía y su interpretación de los hechos.
Si en función de un dogmatismo improductivo rechazamos “lo nacional” como artificial y burgués, abonaremos nuestro divorcio con el sentido común de todas las clases y prepararemos nuestra fuga teórica, identitaria y militante a otros tiempos o países. El internacionalismo proletario genérico, como alternativa, solo se ha manifestado en muy contadas ocasiones y en ninguna eficiente. Cuando ha tenido que confrontar con los “intereses nacionales” ha salido perdidoso, aún en condiciones en que era sumamente justo (como en las guerras mundiales). Esto no significa que el nacionalismo sea más justo que el internacionalismo, lo que significa es que ya deberíamos estar más que advertidos de la poderosa fuerza material que implica el sentimiento (y la materialidad) de pertenencia a una comunidad nacional.
El sentido común expresa la ideología hegemónica, pero esta ideología es parte de una construcción que absorbe y re significa elementos de cultura popular. Así, el sentido común tiene en su interior elementos de “buen sentido” que son bases desde las que se construyen puentes entre la cultura e identidades populares y los objetivos revolucionarios. Si tenemos vocación de mayoría, de poder y de verdadero internacionalismo, es necesario impulsar políticas nacionales de los oprimidos que incorporen lo mejor de nuestra historia y de la cultura popular. Allí están las raíces de la solidaridad internacional y de la lucha por la igualdad.
Creemos que nuestro pasado tiene mucho que reivindicar, desde las milicias populares en 1806 y 1807, pasando por todas las gestas de los ejércitos independentistas y el pensamiento de nuestros más lucidos patriotas, hasta la inmensa movilización de nuestros paisanos para la defensa de la independencia y para lograr algún tipo de organización nacional que los contemplara. Y podemos avanzar hacia el presente rescatando gestas y personas que doten a nuestras propuestas de una raíz. ¿Por qué abandonar esa tradición nacional y regalarla si desde ella la identidad de nuestro país deja de ser de terratenientes entregadores y genocidas y pasa a ser de héroes, patriotas y visionarios? Por eso decimos que hay razones para festejar el surgimiento de nuestra nación. Porque no consideramos positivo renegar de nuestro país, ni que eso sea un acto liberador. Creemos que esos tiempos nos dan la oportunidad de poner en discusión una visión del pasado nacional que siente las bases del futuro que deseamos.