Por Alan Ulacia. Segunda entrega de la charla colectiva con Grimson, Szeta y Stajnszrajber sobre la violencia política hoy en nuestro país. Violencia del Estado, anarquistas y acción directa y barrabravas.
Existe un sentido común que dice “Ciertas cosas en la época de los militares no pasaban, uno podía caminar tranquilo por la calle”, ¿Cómo puede analizarse dicha opinión? ¿Es posible, en efecto, que dicho pensamiento se base en el presupuesto: “a mayor uso de la violencia por parte del Estado, mayor concentración, menor violencia en el seno de la Sociedad Civil”?
Grimson: Que hay ciertas cosas que en diferentes pasados no sucedían, es cierto: posiblemente un niño podía estar o jugar en la calle con más tranquilidad que hoy. Pero la identificación de esa época con los militares es arbitraria, absurda y puramente ideológica: mi padre viajaba en tranvía con muy pocos años de edad en los años cuarenta. Y durante mucho tiempo los niños jugaron tranquilamente en las calles. En el final de la dictadura, yo mismo no caminaba tranquilo por la calle, simplemente por tener el pelo más largo. Por otra parte, en el pasado hay cosas que sucedían con naturalidad y que ahora son enfrentadas: por ejemplo la violencia de género, la violencia contra los niños en escuelas, la violencia contra cierto tipo de empleados. Como se ve, también este tema está enmarcado por el mito “todo tiempo pasado fue mejor” que discuto en Mitomanías.
Szeta: Creo que la última dictadura fue uno del los momentos más violentos de la historia argentina. Sin embargo, te doy la noticia de que hay cosas que siguen pasando, por ejemplo la policía desbordada. Hace poco en la policía del partido bonaerense de 3 de Febrero mató a un chico porque pensaron que la camioneta en la que iba, una Eco Sport, no se condecía con su figura estética, y le pegaron un tiro por la espalda. Casi la aplicación de la teoría lombrosiana del delito. Probablemente, cuando el Estado es dueño de aplicar la violencia, esta se incrementa. A veces, la presencia desafiante de la policía en manifestaciones hace que el manifestante se torne violento. Habría que ver qué pasa si no va la policía a las manifestaciones, no hay garantía alguna de nada, pero sería interesante ver qué pasaría…
Stajnszrajber: Es que no es cierto que en la época de los militarres se caminaba tranquilo por la calle, ya que estaba la amenaza del Estado represor. Si ya de por sí la violencia de par a par es deleznable, la violencia del Estado se vuelve un acto de criminalidad suprema. El tipo de enunciados que mencionás son clásicos de un sector de la sociedad que solo mira para sí mismo, el cual olvida que una sociedad es un conjuntos de fuerzas que interactúan. Así, siempre “el responsable es el otro en la medida en que sus necesidades trastoquen las mías”.
¿Es la cuestión de la violencia política (utilización de medios físicamente violentos para fines políticos, e inclusive para la fundación de una nueva legitimidad), especialmente para los sectores de izquierda y progresistas, un tema tabú? ¿Quizá por debates no saldados sobre los setentas y las organizaciones políticas armadas? Ya que, por ejemplo: ¿por qué no se tematiza políticamente hoy a “los quemacoches”, que según una línea de investigación son declaradamente anarquistas, sino que en cambio se los caracteriza mediáticamente y a nivel opinión pública como “vándalos”?
Grimson: La pregunta es demasiado amplia. Simplemente diré que algunas películas y algunas novelas, así como algunas investigaciones académicas, han buscado y en parte han logrado que la violencia política no sea siempre un tema tabú. A la vez, es necesario avanzar en nuevos debates y balances al respecto.
Stajnszrajber: Creo que la disociación de muchas acciones políticas de su origen político se relaciona con toda una filosofía que tiende a resaltar la inseguridad civil desde la prioridad de una vida individual, que en su desarrollo se relaciona con el estado como un proveedor de servicios. Así, un ‘quemacoche’ no es un planteo de transgresión social, sino un acto delictivo cometido contra una propiedad concreta. El adversario de la política justamente no se encuentra en el interior de la política, sino en lo que es su negación: la antipolítica. Pero la antipolítica no se agota en humoristas presentándose a elecciones, sino en la conciencia de una clase que supone que un país es como una gran empresa que debe dar dividendos y brindar servicios respetando las jerarquías económicas. Solo el retorno de la política como una opción por el que sufre puede modificar esta situación.
¿Podría pensarse también que se despolitiza a los barrasbravas en el fútbol?- le preguntamos a Mauro Szeta.
Szeta: Al barrabrava se lo debe distinguir del supuesto anarquista. El barra es un tipo sin moral, sin ideas, es un mercenario, le da lo mismo trabajar para el PJ que para el radicalismo.
¿A nivel barrial no genera una estructura política?
Szeta: No me los imagino ni haciendo tareas sociales, ni recaudando, ni haciendo distribución social. El barra hace la pintada porque le están pagando, no se basa en un concepto de la política.
Epílogo
¿Habría que dar por buena, en esta época de fuertes y ruidosos antagonismos, la tesis que enuncia: “la violencia de los de arriba violenta a los de abajo” o se trata de un cuestión más profunda, subterránea? ¿A qué nos referimos con “los debates no saldados sobre los setentas”? ¿A un intercambio escrito sobre aquella época y sus esquirlas, como el que fogoneara Oscar Del Barco, a través de su respuesta al testimonio del guerrillero del EGP (Ejército Guerrillero del Pueblo) Hector Jouvé que publicara su testimonio en la revista La Intemperie, hacia el año 2004, debate conocido el “No matarás”, al que se sumaron, desde diferentes publicaciones, intelectuales como Carlos Keshishián, Alberto Parisí, Luis E. Rodeiro, Ricardo Panzetta, Daniel Ávalos, Hernán Tejerina, Diego Tatián, Christian Ferrer, Héctor Schmucler, luego Jorge Jinkins, Juan Ritvo y Eduardo Grüner, Alejandro Kaufman, Nicolás Casullo y Ricardo Forster, Tomás Abraham, Héctor Leis, Sergio Bufano, Horacio González, León Rozitchner, Horacio Tarcus y Victoria Basualdo) o además a heridas que aún palpitan en lo más íntimo e inmediato del cuerpo social y condicionan sus manifestaciones culturares y políticas concretas? ¿El fenómeno de la llamada“violencia en el fútbol”, al parecer irresoluble,podría pensarse como la canalización de querellas culturales mucho más hondas, veladas?
Ahora, repuesta la cuestión de la violencia política, nos viene a la mente el día miércoles 12 de diciembre de 2012, fecha en que se produjeron violentos incidentes en la Casa de la Provincia de Tucumán, a causa del bochornoso fallo del tribunal tucumano que absolvió a todos los procesados por el caso de secuestro y sometimiento a la prostitución de María de los Ángeles “Marita” Verón. Y recordamos los enfrentamientos de los manifestantes de agrupaciones políticas de izquierda con la policía, la cara más visible del Estado hecho carne. Recordamos la furia (nuestra furia) e impotencia henchida de justos argumentos, descargada contra los uniformados y los vidrios de Suipacha al 140. A ese vívido recuerdo, se adhiere una cita de Walter Benjamin, presente en el breve pero terrible ensayo Para una crítica de la violencia, de 1921: “La violencia, que el derecho actual trata de prohibir a las personas aisladas en todos los campos de la praxis, surge de verdad amenazante y suscita, incluso en su derrota, la simpatía de la multitud en detrimento del derecho. La función de la violencia por la cual esta es tan temida y se aparece, con razón, para el derecho como tan peligrosa, se presentará allá donde todavía le es permitido manifestarse según el ordenamiento jurídico actual”. Por último, la mezcla entre el recuerdo y la cita engendran una pregunta: ¿Qué hubiera pasado aquel miércoles 12 de diciembre si los cañones de la violencia y la furia ciudadana hubieran apuntado directamente, sorteando los límites de la legalidad, contra la materialidad de las redes de trata, los locales y los prostíbulos de Tucumán? ¿Qué impacto hubieran generado sobre la opinión pública dichas acciones?
Quizá en ese punto entraríamos en el terreno de la pantanosa figura de la vindicación y echaríamos un relampagueante vistazo al abismo del por qué es paradójico, casi ridículo, extraño, preguntar hoy por la violencia (¿política?) en Argentina.