Por María Eugenia Marengo*. Entrevista a Lorena Cabnal de la Asociación de Mujeres Indígenas de Santa María Xalapán Jalapá (AMISMAXAJ) del oriente guatemalteco, en lucha contra el “patriarcado ancestral”.
La lucha contra el “patriarcado ancestral”, articulada con la reivindicación política de la identidad étnica, se conjugó en un eje histórico feminista: la recuperación y defensa del territorio cuerpo/tierra. Lorena Cabnal, mujer originaria del pueblo maya xinka del Oriente de Guatemala, cuenta la experiencia de organización que surgió en su comunidad, ubicada en la montaña de Santa María Xalapán.
“Reconocer que éramos mujeres indígenas, originarias, fue una de nuestras primeras reivindicaciones”, asume Lorena Cabnal, quien también es integrante de la Asociación de Mujeres Indígenas de Santa María Xalapán Jalapá- (AMISMAXAJ). El proceso de organización tuvo su impulso hacia el año 2003, ante la situación de hambruna y desnutrición que estaba viviendo la comunidad. De a poco, esa lucha empezó a trascender a partir de ir reconociendo la importancia de nombrar algunas situaciones que sucedían en la montaña. La violencia sexual hacia las niñas -histórica y sistemática- se resguardaba en el silencio que consentía impunidad y naturalización. “Hay una práctica cultural de nuestro pueblo, que consiste en el rapto de niñas de 10, 11, 12 años, para iniciar una vida marital involuntaria, situación que se ve como uso y costumbre”, explica Lorena.
Por otra parte, la visibilización étnica de un pueblo en el Oriente de Guatemala que parecía que no existía, se convirtió hacia el año 2005 en la siguiente reivindicación que tomaron las mujeres. “Hicimos una fuerte denuncia pública al Estado de Guatemala, éramos un pueblo, que con sus 85.000 habitantes, estaba sufriendo un etnicidio estadístico. A partir de ahí comienza un proceso que dan las mujeres de no soltar la problemática que estábamos viviendo por la violencia y se instala una consigna política: la recuperación y defensa del territorio cuerpo/tierra”, expresa Lorena.
La recuperación del territorio cuerpo tiene que ver con reconocer el cuerpo de las mujeres como un primer territorio de defensa -dadas las violencias patriarcales ancestrales-, reflexionar en torno a ese primer territorio cuerpo que ha vivido expropiaciones históricas, se convirtió para las mujeres xinkas en el desafío para pensar cómo es la condición actual de las mujeres, en sus múltiples identidades.
Fue en el año 2008, en el marco del Foro Social Américas, realizado en Guatemala, cuando las definió mucho su identidad como mujeres originarias. “Ahí hubo momentos realmente fuertes por reconocernos como feministas o no, a partir de encontrarnos con planteamientos sumamente potentes de mujeres feministas del mundo en ese espacio”, reconoce Lorena y agrega, “nos planteamos si nosotras nos adheríamos al feminismo porque estábamos dentro de una Coordinadora de Mujeres que se asumía como tal, o porque realmente nos atravesaba el cuerpo ser feministas”.
Estas reflexiones las llevaron a darse un debate hacia el interior de la organización en la montaña, “entonces nos replantearnos y dijimos las mujeres que elijamos la identidad feminista lo vamos a ser, las que la planteen en construcción lo vamos a respetar, las que no se quieran nombrar así, lo vamos a aceptar. Pero lo que sí vamos a asumir, quienes queremos fortalecer una identidad feminista, es acercarnos a escuchar qué dicen las teóricas feministas occidentales, lesbianas, negras, mestizas, en todas sus pluralidades. Desde ese momento hemos traído todo un proceso de formación política feminista”.
En un transcurso de pocos años, una comunidad casi desaparecida por el propio Estado guatemalteco, revitalizó su identidad e inauguró un proceso de organización política, social y antipatriarcal, teniendo a las mujeres como vanguardia. Desde allí han participado en la Primera Escuela Nacional Feminista en Guatemala, y se han integrado en la Asamblea Nacional Feminista. A partir de la presencia en esos espacios, la articulación entre organizaciones y diversos colectivos sociales, se han llevado adelante resistencias históricas, como la lucha contra el Tratado de Libre Comercio, y desde el 2008 emerge con mayor fuerza un movimiento levantado por las mujeres en la montaña hasta la actualidad, la lucha contra la mega minería.
“Acá empezamos a recuperar otra parte de la consigna, si nostras estamos luchando por la recuperación y defensa del primer territorio cuerpo, tenemos que vincular que este cuerpo está circunscripto a la tierra. La tierra como el espacio vital para la existencia, para el relacionamiento humano, para las afectividades, para la cosmovisión -o sea- donde se concreta la vida, es en relación con ese territorio-tierra”.
En estas prácticas organizativas comienzan a identificar que la lucha de las mujeres por la defensa de la tierra, el agua o contra los monocultivos extendidos, tenía implicaciones importantes, pero también diferenciadas de la lucha de los compañeros varones. “Empezamos a hablar de cómo revisar las coherencias desde los pueblos originarios en relación a la vida. No podemos hablar de armonización con la madre tierra, con el cosmos, si no existe una relación armónica de las mujeres y de los hombres. Planteamos que se puede defender la montaña como un territorio ancestral de mucha trayectoria histórica de resistencia, pero si dentro de ese territorio que estoy defendiendo contra las 31 licencias de exploración y explotación de minería, están conviviendo los cuerpos de las mujeres que están viviendo la violencia sexual, esa es una incoherencia cósmica y política de la vida”.
En el proceso de estas experiencias llegaron a la conformación del “feminismo comunitario” que las define, donde las cosmovisiones originarias tienen aportes importantes para reflexionar sobre las relaciones de poder entre las propias relaciones indígenas, entre el mundo originario. “Hay un lugar de enunciación para nosotras, desde dónde miramos el mundo y desde una realidad que se junta a la de otras de mujeres en el mundo. Esto nos llevó a plantear que las mujeres originarias también somos sujetas de derecho epistémico y que podemos crear, construir pensamiento, categorías, es decir, nuestra propia comunidad epistémica”.
Hacia finales del año 2010 nace la comunidad epistémica y desde allí se ha ido alimentando al planteamiento del feminismo comunitario. Hoy tienen una casa comunitaria en la montaña, “Hikaajli Himik’i”, que significa en idioma xinka, tejedoras de saberes y aprendizajes, de manera colectiva entre mujeres para la construcción de un pensamiento liberador.
“La práctica cotidiana que tenemos del feminismo en nuestra vida es aportar a una cosmovisión liberadora, donde también están los cuerpos presentados de mujeres invocados, evocados. La sanación como apuesta política es en su integralidad: desde el cuerpo, la mente, la comunidad hasta la relación que tenemos con la tierra”, asegura Lorena y concluye, “no podemos sanar nuestra relación con la tierra, sino sanamos también la relación histórica patriarcal de dominación”.
*Entrevista realizada en el marco del “X Taller Internacional sobre Paradigmas Emancipatorios”, celebrado en La Habana, Cuba, durante los días 8, 9, 10 y 11 de enero del 2013.