Por Alan Ulacia*. Cerca de cumplirse 3 semanas de comenzadas las tomas en los colegios secundarios porteños, un recorrido por la organización y el funcionamiento de los estudiantes. Primera entrega.
“Mirá que tenés que arreglar la luz del ascensor eh…”, le dice una mujer del personal de maestranza al chico que me acompaña por los pasillos del Mariano Acosta, no llegará a los 15 años. Mientras subimos por el ascensor, que está a oscuras, el chico se estira, ajusta un par de bombillas y vuelve la luz. “Éstas van a explotar en cualquier momento…”, dice resignado, y vamos hacia un grupo de estudiantes que son referentes de la toma, para charlar un poco y saber cómo es que se organizan, es decir cómo funciona hoy una toma de colegios secundarios, en este caso, la del Mariano Acosta.
Toman mate, me convidan.
Son las dos de la tarde, rige en la institución un enrarecido clima de normalidad, se escucha el inconfundible ruido a juego tan propio de escuela primaria; ya que la toma, me dicen, es parcial: la primaria sigue funcionando como todos los días, al igual que los terciarios, que “bancan la toma, nos bancan, pero por cuestiones operativas no pueden ponerle tanto el cuerpo”.
Cocina, Limpieza, Seguridad y Recreación son las comisiones que funcionan, cuentan Nicolás Orellana (15) y Bruno Balbis (16), entre otros estudiantes que van y vienen, y se suman a la charla. También opera la comisión “Finanzas”, encargada de recaudar fondos. “Pasamos por los bondis, los semáforos, – dice Nicolás – es ir, interpelar a la gente, contarles las causas por las cuales estamos tomando, si interpelás bien les llega. También hacemos festivales, ya hicimos dos, no nos fue muy bien pero los hicimos…”.
Aseguran que comen bien, con están mucho mejor que otros colegios, que sólo se sostienen a base de las viandas que sigue entregando el gobierno de la ciudad (Bruno destaca que el presupuesto oficial de cada vianda es de 8 pesos e infiere que las realmente existentes no deben llegar a los 2 pesos de costo). Si bien nunca deja de contar con sus detractores, el apoyo a la medida es significativo: colaboran en la cocina padres, docentes de la primaria, el personal de maestranza sigue activo y colabora con la limpieza, he inclusive reciben aportes de vecinos del barrio y personas que de la nada se acercan y se solidarizan, a veces con recursos materiales, otras con palabras de aliento.
“El apoyo de los padres acá es para destacar”, afirman los jóvenes, “y eso no se da en todos los colegios, en algunos la relación padres-hijos está más dividida. Acá estamos bastante unidos. Lo mismo con las autoridades, en algunos colegios hay estudiantes que fraternizan con las autoridades y conforman patotas que amenazan y buscan levantar las tomas. Sabemos del caso de un compañero de una técnica, la Nº32 [Gral. José de San Martín], al que los mismos profesores, con apoyo de estudiantes, le dijeron “andáte poniendo vaselina en el culo si pensás tomar el colegio…”.
Se les ve en los ojos preocupación pero no miedo.
Mateada mediante, me cuentan que organizan actividades de contenido pedagógico, como clases públicas, cabe mencionar un “Taller de Fútbol y Política” que busca problematizar la relación del deporte con la política en diferentes coyunturas históricas, como por ejemplo la vinculación de la AFA con la dictadura en el 78. “Hay que intentar llenar de contenido social la toma – dice Bruno – para mejorar la participación de los estudiantes que no están más movilizados”. Es que el desgaste, que se nota en sus rostros, la cotidianidad y la naturalización, siempre son obstáculos y dificultades para aquellas prácticas políticas que suspenden la normalidad institucional en pos de la transformación de la misma, o al menos de alguno de sus aspectos. Es una tarea ardua, constante, vital, experimental, incierta, que no encuentra reposo en la quietud de la norma, en el hábito firme y sedimentado. Todo esto lo saben y lo viven todos los días en carne propia los estudiantes del Mariano Acosta, y se los ve curtidos.
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*Periodista y politólogo, UBA.