Por Tomás Astelarra*. Nuevo relato del autor sobre nuestra América profunda.
La tarea de los grafiteros es quijotesca, los costos en pintura monumentales, el alumbrado público tiene forma de farolas, y pasearse entre los empedrados de esas callejuelas en un día de luna llena despierta el romanticismo del nieto de Nietzsche.
Las cámaras de video están por todos lados. Pero como la policía tiene solo cuatro monitores, la posibilidad de que te pesquen pegándote tu bareto es muy baja. También abunda el bazuco y niños ricos que de tan aburridos se dedican a robar tiendas. Hay iglesias en cada cuadra, cafetines donde tertulian estudiantes de todos lares y unas deliciosas empanaditas pequeñitas de salsa de maní que se hacen llamar de Pipian.
Edificios impecablemente coloniales, como todos los de por ahí, la sede principal y la de Humanidades de la Universidad del Cauca están separadas apenas por una calle en la ciudad blanca de Popayán (famosa por las procesiones de Semana Santa y un puñado de familias aristócratas que han aportada la mayoría de los presidentes de Colombia).
Uno de los edificios era antiguamente un claustro de monjas. El otro de monjes.
Un profesor de arqueología descubrió que había un túnel secreto uniendo ambas sedes (claustros).
Se iniciaron las excavaciones.
El primer hallazgo fue realmente sorprendente: una cantidad inusitada de centenarios fetos muertos.
El descubrimiento no pudo menos que abrir una serie de interrogantes: ¿ritos satánicos? ¿los monjes practicaban abortos clandestinos? ¿hijos de quién? ¿relaciones incestuosas entre monjes y monjas perpetuados en la oscuridad de aquel túnel secreto?
Las excavaciones fueron canceladas, los hallazgos cubiertos con un anfiteatro de cemento (igual que las muertes de la masacre paramilitar del Naya, vinculadas a negocios multinacionales con complicidad de la universidad), el profesor lentamente discriminado y luego desvinculado de la casa de estudios.
Hoy en la ciudad blanca de Popayán apenas si vuela el olor fétido de aquellos interrogantes. (No valla a ser que manchen las paredes).
*Tomás Astelarra es economista, periodista, escritor y músico. Ha recorrido sudamérica como miembro de la Domingo Quispe Ensamble. Fue corresponsal para Rolling Stone, Hecho en Buenos Aires, Sudestada, Al Margen y otros medios. Escribió los libros Aforismos Ronateros (cuentos patafìsicos, 2003), Haikus Sudakamericanos (postales, 2007), Polski Slownik (diccionario polaco, 2008), Andanzasenabarcas (cuentos de viajes, 2011) y compiló la antología de crónicas periodísticas Por los Caminos del Che (Sudestada-Ed. Continente, 2012). El presente relato es un adelanto de su libro Colombia Tierra Querida.
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