Por Omar Acha. Parte final de la segunda entrega del ciclo mensual de crónicas que recorren la historia de –y los mitos sobre- las empleadas domésticas durante el primer peronismo.
El conocimiento de las peculiaridades de las casas brindaba una información útil para la comisión de robos y a veces de venganzas que podían alcanzar gran violencia. Maridos, hermanos, hijos, novios y amigos solían aprovechar los saberes de las empleadas, sobre todo cuando ya habían abandonado la vivienda de trabajo y eran en consecuencia menos pasibles de localización.
El lazo entre servicio doméstico y robo estaba usualmente inscripto en marcos personales de amistad o de pareja. Así ocurrió que una empleada participó en el asalto de un hogar en el que había trabajado, asesinando con sus propias manos a la hija de la patrona. La patrona fue ultimada por dos ladrones que concurrieron en el hecho, y el patrón quedó gravemente herido. Una dosis de desquite parece haber acompañado al robo pues el ataque se produjo con un hacha y un cuchillo. Posteriormente se estableció que el matador de la niña fue uno de los cómplices, quien como jardinero también había sido despedido “por reiterados actos de inconducta”, lo que sugiere que la sirvienta y el jardinero perpetraron una acción delictiva a la vez que de desquite clasista. Un caso un poco distinto fue protagonizado por el hijo de una ex doméstica que asesinó al patrón e hirió a la patrona para apoderarse de su dinero. Todavía seis años después de 1955 una joven doméstica pudo urdir un engaño –finalmente descubierto– en el que junto a secuaces asesinó a su patrona aduciendo que lo había hecho una doméstica antes despedida con la complicidad de dos hombres. La policía desentrañó la verdad no porque el relato fuera inverosímil; la treta falló por inconsistencias internas del engaño y no por las características del crimen (una empleada despedida, la venganza, el robo, el homicidio, etcétera).
Es posible leer la relación con el delito como otra cosa que episodios de mera criminalidad, delincuencia o felonía, situándose por ende desde el punto de vista de una ley que usualmente representa un dominio de clase, supone la defensa de la propiedad. Así, la ex sirvienta explicó la razón de lo que un diario peronista llamó su “resentimiento”: “¿Por qué ella no pudo nunca lucir vestidos costosos, ni joyas? ¿Por qué hubieron de reprenderla cuando se demoraba en llegar a las casas donde trabajaba como doméstica?”. El rencor parece haberse desencadenado cuando la patrona la despidió, momento en el que la empleada profirió una amenaza luego perpetrada. Todo el episodio estuvo teñido por odio o inquina de clase vivido individualmente (aunque sabemos poco de los rumores entre empleadas que pudieran constituir formas de discursividad supraindividual). La novela periodística al respecto concluyó cuando se informó la llegada a Buenos Aires del padre de la sirvienta asesina, desde el pueblito cordobés de Etruria. La noticia relató la desazón paterna que había llamado en repetidas oportunidades a la joven, instándola a retornar al hogar. Sin embargo, ella decidió permanecer en la urbe metropolitana, concluyó el periódico, capturada por sus “amigos” y las “fiestas”.
Considerada desde la compleja moralidad popular, el delito era una opción entre otras entrecruzadas en la vida laboral. Y no siempre fueron acciones destinadas al consumo individual; en algunas circunstancias lo robado ingresaba a la circulación de bienes familiares o de amistades.
Ya advertí contra la romantización de las acciones delictivas de las domésticas en su interrelación con el trabajo. Esa suele ser una tentación que los estudios “subalternos” o los que encuentran “resistencias” por doquier raramente eluden. Las condiciones estructurales de la subordinación de clase, género, color de piel y cultura operantes en el mundo laboral imponían una severa presión sobre las mujeres pobres. Antes que sujetos foucaultianos lanzados a transgresiones contra las retículas del poder, las sirvientas vivían activamente una experiencia dura y asimétrica. Usualmente extraían de allí una existencia cotidiana de explotación y desprecio. Algunas pasaban temporada en prisión o en asilos psiquiátricos. Así como en las prisiones de mujeres las domésticas eran mayoría, sucedía lo mismo en los manicomios. Entiendo que esa presencia se explica por la rigurosa experiencia social que caracterizaba a esta fracción de la clase trabajadora.
Las formas de la locura son históricas y sociales. Para las domésticas creo que proveen valiosos documentos de las presiones a que se veían sometidas. Creo útil hacerlo indagando en las huellas heredadas de sus formas patológicas. Ellas nos hablan como pocos testimonios lo hacen, de la experiencia vivida por los grupos sometidos a las agresiones más inclementes. Es el caso de una niñera española y soltera de 65 años en el momento de ingresar en el Hospital de Alienadas, en 1948. Se le diagnosticó un “delirio alucinatorio crónico”. Había trabajado durante una década en la casa de una empleadora que la condujo al Hospital. La niñera discutía con otros sirvientes de la casa y oía en la radio voces que la llamaban “mala mujer” y amenazaban con deportarla; veía afiches en las paredes con referencias a ella. En 1949 le escribió una carta a su “patrona”, donde condensó las agresiones socialmente circulantes contra las empleadas, en este caso enunciadas en discurso paranoico: “estuve hoyendo los cargos que en contra mi se me hacen los cuales son completamente calumniosos por no haber en ellos una sola verdad en todo lo que yo he podido hoir. 1º que yo nunca tuve una enfermedad contagiosa pues tengo esa suerte desde que nazi siempre he sido muy sana y fuerte como lo puedo y lo he podido comprobar hante las familias que trabajé con ellos. 2º yo jamás he sido una milonguera como decían a los gritos y lo prueba el que yo jamás frecuenté ningún baile ni conozco sociedad de esas ninguna y tanto y tanto es así que lo único que se un poco es el vals. Al teatro si tengo ido pero lo pagaban los srs. y ellos mismo nos esperaban y se alegraban de que vendriamos contentas, mis salidas no solo eran cada 8 o 15 días asi vayan Uds. dandose cuenta de las infamias además con los años que estube con uds. no es necesario que les diga todo esto. 3º que yo ni a Sras ni a Srs no hize jamás extorsión a nadie ni cuando fui a Mendoza ni cuando volvi eso es la calumnia más grande del siglo; nunca tome parte en asuntos de ellos ni nada pues aparte de mi trabajo, yo hera un cero a la izquierda 4º Le dire que yo no soy Ladrona ni Chorra como se me esta diciendo a los gritos en forma escandalosa y a mi misma cara a cara […] Les diré también que no soy ni he sido atorranta y por lo tanto jamas voy a permitir casamientos escandalosos pues eso queda para otra clase de mujeres, y no para mí”.
La paranoia no consigue ocluir las razones de la mirada y la voz censurante abatida sobre la trabajadora; entre los pliegues de la locura susurra una verdad. La carta merece ser citada en extenso porque florecen allí los temas centrales de las acusaciones dirigidas contra las empleadas domésticas: liviandad sexual, hurto en la casa de trabajo, indiscreción y tendencia al consumo de diversiones vulgares.
El encierro psiquiátrico no era el destino de la inmensa mayoría de las trabajadoras domésticas. Por cierto que sus condiciones de existencia social eran adversas y las constriñó a desarrollar tácticas de vida inaccesibles para las mujeres de capas medias y altas e incluso de la clase obrera mejor integrada. Las sirvientas sabían lidiar con patrones por las exigencias laborales y por el acoso sexual de los varones de la casa, con la policía y la psiquiatría, con la ideología social de conjunto que las clasificaba como seres inferiores, con los desajustes migratorios, con la maternidad en soltería, etcétera. No es extraño que en tales condicionamientos desplegaran una moralidad de clase incomprensible atenida por parte de otras clases y sectores sociales. Así como es problemático pensar esta experiencia histórica de clase bajo el canon del miserabilismo y la condescendencia, la capacidad de enfrentar las condiciones de existencia no mellaban las reciedumbres de una explotación sistemática.
En la próxima entrega veremos cómo la capacidad de acción violenta de las trabajadoras domésticas y los episodios de la lucha de clases mezclados con el delito, más la sexualidad y el peronismo, produjeron uno de los mitos más célebres de la historia de la cultura popular.