El parlamento italiano, a pedido de la Unión Europea, aprobó una nueva reforma laboral que modifica el Estatuto de los Trabajadores y permite el despido “sin justa causa”.
“El lugar de trabajo no es un derecho”. Con estas lapidarias palabras, la ministra de Trabajo y Previsión Social italiana, Elsa Fornero, justificó el proyecto de ley -enviado al parlamento en los últimos días- que modifica el Estatuto de los Trabajadores dando la posibilidad a los empresarios de cesantear a sus empleados sin una justificación válida. El principal punto de controversia es el artículo 18 del estatuto, centro de grandes discusiones desde hace ya muchos años. Allí se sentenciaba que el trabajador podía recurrir a la justicia para ser reincorporado al trabajo en caso de demostrar que había sido despedido “sin una causa justa”. Este principio garantizaba el derecho de todos los laburantes al “trabajo seguro”, ya que además de funcionar como mecanismo de defensa ante un cesanteo injusto, limitaba el accionar de los empresarios ante la idea de despidos.
En una sesión parlamentaria concurrida, la reforma laboral fue aprobada por la gran mayoría del arco político italiano, en muchos casos contradiciendo la línea llevada adelante durante la última década. Es el ejemplo del centro-izquierda, representado principalmente por el Partido Democrático, que ante los intentos de reforma del artículo 18 durante los gobiernos de Silvio Berlusconi se alineó con las principales centrales obreras en una durísima oposición. En 2003, el intento de reforma del estatuto en este mismo sentido llevó a más de tres millones de trabajadores a manifestarse en contra, en una histórica marcha en defensa de los derechos laborales, y la presión social sobre este punto logró impedir cualquier avance del centro-derecha.
Hoy la situación es muy diferente. El gobierno “técnico” encabezado por Mario Monti decidió poner la “moción de confianza” sobre la aprobación de esta ley. Se trata de un mecanismo legislativo a través del cual se vincula el proseguimiento del ejecutivo en el poder a la aprobación o no de un proyecto. Oponerse a la flexibilización laboral hubiese significado volver al caos acéfalo que reinó en Italia luego de la caída de Berlusconi, y de esta manera Monti se ganó el apoyo explícito de la mayoría de los partidos políticos, algo que la Unión Europea le reclamaba hace tiempo. Pero Bruselas también tuvo un rol fundamental en la aprobación de esta ley en particular. Se trataba de una “garantía” que los italianos debían dar al sector empresarial ante la crisis, y ahora que está aprobada Monti podrá sentarse a negociar con Angela Merkel habiendo ganado el rótulo de “buen alumno”. Esta aprobación llega justamente un día antes del comienzo de la Cumbre de Líderes de la UE en Bruselas, donde se rediscutirán los roles de cada uno de los países europeos en el plan anticrisis impulsado por Alemania.
“Si el descontento y el desaliento ganaran a los italianos, esto podría dar impulso a fuerzas políticas que dicen ‘que la integración europea, que el euro, que este o aquel país grande se vayan al demonio’. Sería desastroso para la Unión Europea en su conjunto”, fueron las palabras del primer ministro italiano en su llegada a Bruselas, en clara alusión a la reaparición en la escena política del ex permier Silvio Berlusconi, que se presentó ahora con el traje de “euroescéptico”. Y es que ahora, con la reforma laboral aprobada, a Monti no le queda otra que reclamar lo que le habían prometido, una suerte de “escudo” financiero y fiscal por parte de los bancos alemanes para poder pagar a largo plazo los intereses de la deuda italiana.
Europa se ha convertido en un continente plagado de reformas nacionales puntuales, elaboradas en función de obtener ayudas comunitarias gestionadas principalmente por la canciller alemana Angela Merkel. Como ha pasado en Grecia, Portugal e Irlanda, otros países como España, Italia y ahora Chipre, están ajustando su estructura impositiva y económica en base a las exigencias alemanas, para obtener la ayuda necesaria para no quebrar, algo que de todas maneras desfavorecería al conjunto de la unión. En este contexto, Alemania rechaza de lleno la propuesta de mutualizar la deuda de los países miembros. En parte por la especulación de poder seguir liderando este proceso con la esperanza de encontrar una salida y consolidar su primacía continental. Pero en buena parte también por un antisolidario sentimiento presente en toda Europa, y que el diario alemán Süddeutsche Zeitung resume en la pregunta: “¿cómo hemos acabado pagando para que los griegos se jubilen a los 45 años?”.