Por Alicia Morón. Cristián Alarcón comienza avisando que Si me querés, quereme transa (Buenos Aires, Norma, 2010), si bien es resultado de una investigación periodística, no es un libro que se proponga colaborar con la ley ni con la policía.
Este no querer ser un colaborador de la ley es lo que llevó al autor a modificar lugares, fechas y nombres. Asimismo, algunas personas fueron descompuestas en dos o más personajes y algunos personajes son más de un persona. La ficción es coartada para contar una verdad sin delatar a nadie. Este cuidado, a la vez que central en un relato que trata sobre la ferocidad de las traiciones, da cuenta de lo específico del trabajo realizado en Si me querés, quereme transa: En esas páginas se trata de asesinatos, robos y tráfico de drogas, pero no con la lógica de la sección policiales de un periódico; Alarcón dice que es un “periodista de crónica roja”.
En los policiales el relato del crimen apunta a la identificación de sus autores y al seguimiento de los procesos judiciales que recaen sobre ellos. Al final del relato policial, como promesa o como conclusión, está el relato del triunfo de la ley, sea ésta justa o injusta. En la crónica roja, en cambio, menos que la identificación del criminal, lo que importa es la dimensión del crimen. Y en la Argentina, nos cuenta Alarcón, el tráfico de drogas y el gobierno territorial, actividades inseparables, son trabajos de hombres armados sin miedo a disparar. Latinoamérica, en Si me querés, quereme transa, es un territorio en disputa que se paga y se cobra con vidas. La Conquista continúa hoy en los bordes de la Capital Federal.
Es muy difícil agarrar este libro de Alarcón y no tener deseos de leerlo hasta el final lo antes posible. Lo que nos impulsa no es la intriga por saber quién es el asesino; tampoco el morbo de saber quiénes morirán o cómo. Lo que nos inquieta es ver cómo una de las mayores industrias de nuestro continente, el narcotráfico, se edifica con una lógica cuyo movimiento necesario es llevar a una instancia en que se pudre todo o, al menos, a unas emboscadas o batallas en las que los cuerpos de hombres y mujeres se pudren de golpe abrasados por dentro por el fuego del plomo, mientras la droga, la cocaína, nunca se detiene, sea a través de unos transas o con otros, avanzando sin frenar, como un rayo de metal que es lo único que no se corrompe a su paso.
Alarcón hace el mapa meticuloso y atrapante de los caminos dibujados por esos rayos y por las trayectorias de las balas. Y quienes leemos no podemos parar, no queremos parar, sabiendo que estamos solamente a la vuelta de esos tiros, a nomás un par de pasos desesperados de cruzarnos con ellos.