Por Martín Estévez. Dirigida por Agustín Alezzo, la puesta de Los justos es una de las joyas de la actual cartelera teatral porteña. Allí un grupo de revolucionarios discute la ética de su acción política y nos permite reflexionar sobre aspectos esenciales para la militancia.
Una célula del Partido Socialista Revolucionario ruso organiza un atentado contra un alto representante del zarismo que subyuga desde hace siglos al pueblo en la miseria, la explotación, la represión y el oscurantismo. Encerrados en una habitación, los militantes esperan el momento del paso del carruaje del Gran Duque para cumplir el objetivo. El contexto en el cual se sitúa la operación es el de la revolución rusa de 1905, y hace referencia a un grupo del movimiento anarquista.
Esta es la trama que genera un drama de envergadura que tiene, en el clásico texto del escritor francés Albert Camus, la puesta del prestigioso director argentino Agustín Alezzo y las sobrias actuaciones de cinco jóvenes actores, una complementaria tríada que logra producir durante casi hora y media una experiencia teatral conmovedora que se ha convertido en una de las principales propuestas de la actual cartelera teatral de la Ciudad de Buenos Aires.
A través de ese simple esquema, entonces, se desarrollan una serie de discusiones y peleas entre los protagonistas respecto de la ética de los actos terroristas que realizan, pero también sobre el lugar de la vida privada en la militancia política clandestina, la relación del activismo con los sectores populares, el lugar y la función de sentimientos tales como el odio y el amor en la lucha social o la tensión entre la libertad, el compromiso y la disciplina dentro de una organización. El sufrimiento y la alegría en la cotidianeidad de la vida de quienes dejan todo por una causa, la distancia entre el honor y la necesidad, la entereza y la traición como posibilidades inherentes a todo sujeto puesto en situación tampoco quedan fuera de las reflexiones que se suscitan durante la obra. Con este abordaje notamos que el hecho en sí funciona como una especie de pivote para promover debates que lo trascienden y abarcan la discusión sobre la responsabilidad de nuestros actos en tanto sujetos sociales.
Alezzo ha mencionado que “poner en escena Los justos es un proyecto que postergué a través de años [porque] no hallaba los actores que pudiesen hacer frente a las grandes dificultades que sus personajes debían resolver”. Viendo lo logrado de las actuaciones y las caracterizaciones exactas, consideramos que el tiempo que Alezzo se ha tomado resultó una sabia decisión. Como mencionamos, cinco jóvenes protagonizan la puesta: Nicolás Dominici (Iván Kaliayev), Antonela Scattolini (Dora Dulebov), Julián Caissón (Stepan Fedorov), Emiliano Delucchi (Boris Annenkov) y Gastón Ares (Alexis Voinov), todos ellos se destacan en sus interpretaciones y son acompañados por Marcelo Zitelli (Jefe policial), Nora Kaleka (Gran Duquesa), Sebastián Baracco (guardia) y Martín López Pozzo (Foka). Un vestuario sobrio y una escenografía simple completan la puesta.
El primer intento de atentado fracasa. Todo estaba perfectamente ideado y dispuesto, el carruaje se acerca pero cuando Iván va a arrojar la bomba observa que los dos pequeños sobrinos del Gran Duque están presentes en él. ¿Qué hacer? ¿Tirarla igual y masacrar a los niños? ¿Acaso la revolución requiere que se asesine a esas criaturas? No matarlos implica salvar al duque y, desde esta perspectiva, a gran parte de lo que éste representa: la represión, la muerte, la miseria y la hambruna en toda Rusia.
Ahí el dilema que profundiza los debates internos del grupo. Centenares de niños mueren en la región zarista diariamente, son esos los sectores por los que los revolucionarios luchan. La muerte del Gran Duque puede debilitar al régimen y permitir mejores condiciones para terminar con esa tragedia, pero sus sobrinos están ahí. Presentes con toda su inocencia. Iván no comete el atentado, no puede ver como asesina él mismo a esos niños, aunque sabe que con ese acto puede estar permitiendo la muerte de muchos humildes campesinos a los que nunca conocerá.
Este debate lleva a otros, ¿acabar con el despotismo a cualquier precio? ¿Cuál es el límite de una práctica política? ¿El fin justifica todo medio? ¿Qué lugar ocupa la ética en nuestros actos y en la constitución de un porvenir revolucionario?
Las respuestas no son obvias ni pueden ser respondidas cómodamente desde la butaca del espectador. Los personajes giran sobre estos y otros ejes escapando al maniqueísmo, defienden con buenos fundamentos una u otra postura. Nuevamente, vemos a los hombres en situación. En esos debates se les va la vida y la causa a la que se dedicaron por enteros. Transitan con toda su humanidad por esa encrucijada, ¿hizo bien Iván en no arrojar la bomba? ¿Se perdió quizás la única oportunidad de realizar esa acción? ¿Puso en riesgo a todo el grupo? ¿Es más fácil salvar a dos inocentes que tenemos delante de nuestros ojos que dejar morir a miles que nunca conoceremos? Por el contrario, ¿la revolución puede realizarse con el mismo salvajismo que caracteriza a los opresores?
Los personajes no terminan de ponerse de acuerdo. Sus charlas superan el momento marcado en el drama y el objetivo preciso, pero a la vez nunca lo dejan de lado, porque están anclados en ese tiempo y en ese espacio en el que están obligados a actuar, y no actuar es también una decisión que tiene sus consecuencias.
En el correr del drama las oportunidades de realizar el atentado persistirán con posterioridad a aquel primer hecho, la cárcel y la persecución policial cobrarán inminencia y certeza, la traición se volverá una posibilidad que crea desconfianza en el interior del grupo que había hecho de la lealtad una inexpugnable defensa. Finalmente, habrá una noche, una única noche, que creará a un mártir o a un traidor como corolario de este drama que merece ser visitado.
Los justos puede observarse los sábados a las 21:00 horas y los domingos a las 20:00 en el Auditorio Losada, Avenida Corrientes 1551. Localidades: $70. Las siguientes serán las últimas semanas.