Por Florencia Goldsman, desde Rio de Janeiro. Con denuncias de persecuciones y violaciones a los derechos humanos culminó el mundial en Brasil. Rivalidades y microviolencias en la naturalización de los machismos en cánticos y frases futboleras.
Siempre hay en mí una resistencia a creer en la fiebre, en la sin razón de las personas, en la estupidez del fanatismo. Parte del cinismo cotidiano que me permite vivir y lidiar con el costado irracional de la vida. Ante ayer (día de la final de la Copa del Mundo) huimos con amigos del centro de Río, con sus mareas de hinchas, turistas y ciudadanxs, para pasar un día soleado en la playa, y sólo luego mirar el partido durante el almuerzo. Queríamos ver el partido tranquilxs en una pequeña isla, lejos del corazón del evento pergeñado por la FIFA en conjunto con las instituciones públicas y privadas brasileras.
Pues bien allí estábamos almorzando tardíamente tras una jornada de arena – sol – mar.
Apenas comenzó el partido dos mujeronas brasileñas comenzaron a gritar “Vai Alemanha” y, claro, cuando yo lancé mis primeras exclamaciones de ¡Vamos Argentina! las miradas con rayos láser comenzaron a posicionarse sobre mi fisonomía.
Estábamos en un restaurante de comida típica y más de la mitad de los brasileños hinchaban por Alemania. Mientras que mis amigxs (brasileños) se animaban por Argentina. Uno de ellos, Douglas, me confesaba que el Kune Agüero le parece un “gato” y que nuestra selección cuenta con mucho muchacho bonito. Así fue que festejamos y alentamos hasta el último minuto, con una tensa calma e intercambio entre las mesas del lugar.
Llegó un momento en que un señor también sentado por detrás no dejaba de gritarme “¡ee argentina!” y no paraba de burlarse con risotadas y bromas. Tras varias interpelaciones que el señor me hizo me aproximé a él un par de veces para responder a sus ataques con un chistes. Pues el ping pong de ironías futboleras puede ser divertido, cada vez estoy más segura, por una limitadísima cantidad de tiempo. El hombre siguió insistiendo llamándome por detrás mío, insistiendo que Argentina iba a perder, con el “Maradona cheirador”, que significa “Maradona esnifa cocaína” (¿es la adicción un delito?) como en loop.
En un momento no pude responder más a las provocaciones, en un marco de pelea en ascenso, por mi portuñol básico y me transformé en lo peor de mí. Quien escribe comenzó a sambar en la cara del agresor y a realizar el gesto universal `fuck you´con el dedo mayor. ¿Cómo llegué hasta allí? Si estábamos pasándola muy bien. Por eso, segundos después, recogí mi orgullo, respiré en paz y dejé el recinto con una sonrisa impresa en la cara gracias al partidazo ARG – ALE que tuve el orgullo de ver.
Antes de irnos, mi amigo Rodrigo, mi bello amigo minero black power, actor y gestor cultural se animó a decirle a una de las señoras desencajadas, neo-hinchas de Alemania, que él hinchaba por Argentina para apoyar a Sudamérica, a sus vecinxs. Sin mediar más de 1 minuto escuché a mi otro amigo Aluízio, gritarle a la señora “¡Usted es racista!”. Con un gesto agresivo y volador la señora de pelo planchado y sandalias plateadas, había asestado un golpe bajo a mi amigo afro descendiente: “Mejor que vos hinches para África”.
No tengo una relación profunda ni cariñosa con el fútbol. Tal vez es una reacción ancestral de ver a la parte futbolera de mi familia volver del estadio para sentarse a ver en la pantalla de nuevo dos horas de ¡lo mismo! que habían asistido en vivo. Quizás por también por que en la Argentina, en Brasil (y en todo el mundo) los barras asesinan a otros y venden su potencial de sicariato en función del mejor postor político o narco-mafioso. Tal vez por que estoy harta de que siempre planteemos los juegos, la política y la vida pública en función de destruir al oponente.
Sí recuerdo los mundiales de fútbol, en cambio, como una oportunidad para sentir emoción en familia. Para deslizarme en esa ficción de creernos una nación unificada por la garra y el coraje de los jugadores, por los colores de siempre pinchante escarapela de la patria.
Algunos días atrás en la Lapa, el corazón de la noche de Río de Janeiro, en un clima de borrachera extendida y camisetas de países contrincantes, la presencia argentina insistía una y otra vez con “Brasil decime qué se siente”, el hit mundialista y gozador por excelencia del país vecino.
Otro de los cánticos decía algo así ´les copamos las favelas, les cogimos las garotas’ en un claro vínculo con el caracter sexista y agrandado del fútbol. Infructuosa, y también un poco alcoholizada, me acerqué a los muchachos a pedirles que no cantaran eso y a decirles que no se cogieron a ninguna garota. El intercambio, claro, no duró demasiado en razón de los chicos- “adoquines” que me animé a encarar y la alegría exacerbada, pero todo terminaba en risas “políticamente correctas”, aunque lista para salir corriendo o sufrir yo misma la violencia del hincha borracho.
En el mundo del fútbol una goleada legendaria es comparada con una violación múltiple. En la Argentina, nuestro Dios del fútbol, Diego Armando, nos manda hace rato a todxs a seguir practicándole sexo oral cuando disentimos con él o con cualquier otrx. “Que la sigan chupando” y “La tenés adentro” (#LTA) suelen ser los broches de oro para el debate.
Asimismo en este contexto los memes sexistas no se hicieron esperar e incluyeron la histórica violencia de género que reproduce lo más deleznable de nuestra conducta humana. Violencia en todas sus dimensiones. Las macro violencias de billones de reales invertidos en estadios ¡qué quedan en el medio del Amazonas! con más de 7 millones de familias sin techo. La violencia de la policía aplacando manifestaciones a fuerza de balas de goma, golpes e intimidaciones a activistas de todo tipo. Los ataques de la policía a las trabajadoras del sexo en Niterói en una salvaje reactivación de las peores razzias que dan continuidad histórica a la limpieza social más dura de nuestro continente. Las micro violencias de los cantitos de las hinchadas, de periodistas y personajes públicos alimentando la carroña entre Brasil y Argentina.
Por momentos el juego se convirtió en pesadilla. Cuando el sentimiento de odio se trepa por la nuca y nos comienza a arder ahí. El resentimiento absurdo por ser de aquél “otro” país, persona, sexualidad, etnia, lenguaje, opinión, la otrofobia. La amargura de percibir que las personas “no son tan amigas” cuando se trata de patriotismos e identidades en disputa.
Por último, tampoco creo que tengamos ahora que cargar todas las culpas sobre la FIFA, si no más bien preguntarnos en qué estamos nosotrxs cuándo también desatamos la irracionalidad. Cuándo nos confundimos con la masa y cantamos al ritmo de la provocación, bailamos celebrando la derrota del que está en la vereda de en frente. ¿Qué nos hace ser tan miserables para reírnos una y otra vez del dolor ajeno? ¿Será posible dejar de sufrir alguna vez? ¿Podremos configurar un modelo, una actitud ejemplar, una técnica específica de vida y sobrevida? ¿Podemos aprender de esto?