Por Emiliano Echevarría. The Master, el último largo de Paul Thomas Anderson, inspirado lejanamente en la vida de L. Ron Hubbard, padre fundador de la Cienciología, es un film extraño que incita a no conformarse con una primera mirada de las cosas.
Ni bien concluyó la función (tras el fallido intento inicial de la noche anterior que me dejó con toda la manija, un voucher de Hoyts y la promesa por parte de Bruno, el gerente del turno vespertino, de que para el día siguiente ya tendrían solucionado el problema de los subtítulos) caí en la cuenta de que escribir una reseña de la película sería algo un tanto menos sencillo de lo que me había imaginado. Y eso por varios motivos, pero principalmente porque salís de la sala (uso la segunda persona por facha dado qu en realidad sólo se trata de una experiencia personal) sin tener la menor idea acerca de si te gustó o no; y responderse esa pregunta es, tendería uno a pensar, el primer paso para escribir algo sobre cualquier película o incluso para charlar de ella con alguien. Pero no, The Master no te brinda esa cómoda satisfacción así que hay que intentar encarar el asunto por otro lado.
La primer sensación que te viene en mente es que te pasaste los 144 minutos (gracias, IMDb) de la película preguntándote de qué la iba, de qué se trataba, ejercicio que en cualquier otro caso puede llevarte unos cinco o diez minutos (acaso menos, si se tratara de un director particularmente habilidoso como en el caso de la secuencia inicial de “La ventana indiscreta” dónde Hitchcock se demora apenas dos minutos reloj en contarte, sin diálogos, que Jeff es un fotógrafo muy exitoso y arriesgado en su trabajo, motivo por el cual sufrió un accidente automovilístico que lo tiene atrapado en una silla de ruedas dentro de su departamento interno, con una pierna enyesada y mucho calor, sin otra distracción que mirar a sus vecinos [1]). Ya ven con cuanta facilidad me alejo del tema de la presente nota. Pero retomemos. Creo haber llegado a la conclusión de que The Master no es una película que habla sobre la Cienciología, a pesar de lo que puede leerse en cualquier crítica o reseña, sino que la Cienciología sólo le sirve a Paul Thomas Anderson, a lo sumo, de pretexto o telón de fondo para hablar de la inarmónica relación de Philippe Seymour Hoffman, el extravagante fundador de dicha ¿religión?, con un loco de la guerra (literal) encarnado por el puertorriqueño Joaquín Phoenix.
Y lo más interesante que tiene la película, además de ser impecable en sus aspectos técnicos puesto que Anderson es uno de los no muchos directores que saben cómo utilizar lo mejor de Hollywood a su favor sin comprometer su mirada y “venderse al sistema”, es su capacidad de dotar de vida a los personajes. Y esto no porque lleguemos a sentir que los conocemos y los entendemos, que sus reacciones son lógicas y coherentes, sino precisamente por todo lo contrario, porque son completamente contradictorios y con frecuencia inexplicables. Los personajes tienen vida porque propia tienen profundidad, tienen distintas dimensiones y facetas: no sabés qué esperar de ellos, en oposición al cine comercial que se caracteriza por la manía querer explicarte todo a cada momento, de eximirte de las ansiedades que te puede producir la incomprensión como espectador y sujeto, para así hacerte vivir el paso por el cine como un momento gratificante, eso seguro, pero no mucho más. Y la película de P. T. A., así como el resto su filmografía me atrevería a decir, se inscribe en un esfuerzo frankensteiniano por animar a los personajes, o sea, darles un ánima y así otorgar vida a aquello que no la tenía. Al igual que el protagonista de su película, quien antes de conocer a Hoffman se dedica a fabricar bebidas aparentemente deliciosas con ingredientes poco ortodoxos, P.T.A. hace las veces de un alquimista que tiene el propósito de encontrar la fórmula del elixir de la vida y es por eso comprensible que en el camino trastabille o hasta se pierda algunas veces.
Empecé a escribir esta nota con la idea de no recomendar la película, pero a medida que la escritura me hizo reflexionar fui cambiando de opinión: sí, vayan a verla. Vayan porque es una película en la que hay cosas en juego, porque te incita a no conformarte, a no acomodarte, a no confiarte en que basta con un rápido golpe de vista para descifrar por completo a una persona, es una película que toma posición en la lucha por el modo de construir los relatos. Y es ésa, considero, una lucha de la cual no debería recomendar a nadie mantenerse al margen.
[1] Pero no tienen por que confiar en mí porque acá pueden, si aún no lo han hecho, comprobarlo ustedes mismos: http://vimeo.com/25660023