Por Facundo S. Merlán Rey. El Torneo Final está adentrado en fechas. Mediocridad arriba y abajo. Reality show en los vestuarios, violencia fuera del césped. Y el fútbol sigue sin aparecer.
Quizás se esconde de la sangre que derraman los falsos dueños de los tirantes y los bombos. Capaz del show y las mentiras con las que los medios rellenan minutos y hojas, respondiendo a los negocios y el vil metal, completamente ajenos al césped. O por ahí huye de los gritos exigentes y exitistas de aquellos que concurren fin de semana por medio a los Estadios a descargar sus iras cotidianas. Todos supuestos, lo cierto es que el fútbol brilla por su ausencia. Por lo menos en la Argentina. Asoma, muy de vez en cuando, pero rápidamente todo lo que rodea a la pelota lo vuelve a espantar.
Bajo esta situación, el puntero del campeonato es Colón de Santa Fe. El Sabalero está atravesando una de las peores crisis institucionales de su historia, pero esto no parece ser impedimento para que el resto lo mire desde abajo. Lo que no significa que Colón sea la expresión de esa estética que logró que el fútbol atraiga a tanta gente. Muy lejos está de serlo. Pero el problema no es Colón. Más abajo, lo siguen Velez, San Lorenzo, Estudiantes, Godoy Cruz y River, por mencionar solo a los que la esta fecha pueden alcanzar el escalón más alto ocupado por el conjunto santafesino. Y ninguno de estos equipos es sinónimo de “buen juego” tampoco. O al menos atractivo. Pero el problema no radica en nombres propios. El problema nace en el traslado de la diversión al triunfo. Se disfruta más un gol proveniente de un bochazo de área a área, que un taco, un caño, o el prolijo desarrollo de una jugada colectiva aunque esta no termine con la pelota besando la red. Porque, claro, los partidos no se ganan contando caños o pases, sino con goles. Y a muy pocos se les ocurre pensar que se puede llegar al arco con una precisa serie de toques (porque este juego sigue siendo colectivo) que incluya caños, tacos, sombreros como recurso. Es cuestión de animarse, así como sin vergüenza se tira, desde la mitad de la cancha, la pelota al 9 para que la peine. O se elige dejarse caer en el área en lugar de tirar el centro atrás. Esa estúpida actitud que ahora llaman picardía.
Newell’s fue, hasta ahora, el único que se animó a que el fútbol vuelva por 90 minutos a entretener. El equipo rosarino demostró que mirar un partido puede seguir siendo un divertimento. Y para los soldados del éxito no chisten, le hizo 4 goles a Velez (esos que sirven para ganar partidos), dos fechas atrás. Después, sólo partidos.
La B Nacional, por supuesto, no está exenta de esta realidad. Ahí, donde prima el discurso instalado hace años de que “en esta categoría no se puede jugar”, Banfield es puntero lejos y en soledad. Un equipo antagónico a la definición de fútbol. En un deporte colectivo, el juego asociado no existe y el conjunto de Almeyda es voluntariamente dependiente de su joven delantero Andrés Chávez. Defensa y Justicia, perseguidor del Taladro, amagó con algunos buenos partidos pero su nivel cayó “sospechosamente” los últimos partidos, reflejado en los resultados. Y un escalón abajo, Independiente, que hace años viene traicionando su historia y este paso por la Segunda División no es la excepción. Las pelotas extrañan a Bochini y a Bertoni en Avellaneda. Su mal juego no se notaba por la obtención de los puntos que le permiten estar logrando el ascenso. Sin embargo, esta reciente mala racha generó que el desquicio humano llegue a límites peligrosos. Leve queda la triste anécdota de los golpes de puños entre jugadores e “hinchas” a la salida de los vestuarios, cuando sale a la luz la aparición de cadáveres caninos colgados del alambrado del predio de Villa Dominico en pleno entrenamiento. Exitismo y locura en estado puro.
Hablar de estos hechos irracionales es darle entidad, lamentablemente. Pero es imposible analizar el mal momento del deporte de la pelotita y eximirlos de culpa. La escenografía opacó al actor principal, el juego.
Y para colmo, la belleza del Barcelona, el Bayern Munich o el Arsenal de Inglaterra no logran contagiar. Se prefiere pensarlos lejanos, utópicos. El River de Francescoli, ni el de los “cuatro fantásticos” son tomados como ejemplos. Jugaban acá, y no hace mucho. Incluso, más cerca en el tiempo sobrevuelan el Huracán de Cappa o el Newell’s de Martino. Últimos bastiones del potrero. Pero Colón mira para otro lado. También Banfield. Y los seguidores de ambos. Y los medios y el negocio, que miran el vestuario de Boca o las internas barrabravas de Quilmes. El fútbol también mira, ve esta realidad y vuelve a esconderse. Asoma ante el aplauso a un pase en cortada, pero ve cómo maltratan a su amiga la pelota y se vuelve a ocultar. Las minorías lo llaman, pero los ojos se malacostumbran y las mayorías ya no lo extrañan. Sin embargo, el fútbol sólo sabe de multitudes en donde supo ser pasión. Y sin él, ya nada es igual.