Por Fabián Kovacic. Con Treinta y siete años de demora arranca el juicio por el asesinato del obispo Angelelli, el párroco que junto al periodista Alipio Paoletti, realizó un fuerte trabajo social en la provincia de la Rioja durante los años 70’, y terminó siendo perseguido y asesinado por la última dictadura. Hoy, y gracias a la memoria persistente de las víctimas, la investigación avanza, luego de ser cajoneada desde hace casi tres décadas.
La última provincia en incorporarse al mapa nacional de juicios por delitos de lesa humanidad tendrá desde el lunes 4 de noviembre la posibilidad de recuperar parte de su patrimonio histórico: la obra del obispo Enrique Angelelli, asesinado por la dictadura militar el 4 de agosto de 1976. El juicio fue postergado varias veces desde diciembre pasado cuando el juez federal de la provincia, Daniel Herrera Piedrabuena terminó la instrucción y decidió elevarla al tribunal superior. La instancia oral iba a iniciarse en marzo, luego en julio, fue suspendida para el 28 de octubre y finalmente en agosto el Tribunal Oral riojano impuso el 4 de noviembre como inicio.
No es casual tanta dilación si se tiene en cuenta la trama de intereses que persiste con el tiempo en La Rioja. La muerte evitó este juicio para el dictador Jorge Videla, su ministro del Interior Albano Harguindeguy y el responsable de la inteligencia policial riojana, Juan Carlos Romero, fallecido hace un mes. Quedarán en el banquillo de los imputados solamente el ex general del ejército Luciano Menéndez y el ex comodoro Luis Estrella. Dos pesados, si se tiene en cuenta no sólo su accionar en tiempos de la dictadura. Menéndez fue retratado con cuchillo en mano tratando de agredir a un grupo de personas que lo increparon a la salida de un programa de televisión en 1984 y Estrella fue el responsable del copamiento al aeroparque Jorge Newbery en 1988 con la intención de desplazar del gobierno al presidente Raúl Alfonsín.
Utopía a la riojana
Angelelli llegó como obispo a La Rioja en 1968 desde Córdoba donde había generado ruido entre el clero conservador encabezado por Francisco Primatesta quien prefirió sacárselo de encima con destino a una provincia pobre y olvidada, creyendo que así acallaría su voz. El diario El Independiente había sido refundado en 1959 por el joven periodista Alipio Paoletti llegado desde Buenos Aires con ganas de hacer sus primeras armas en algún medio del interior. Socialista por convicción, amigo de la revolución cubana, militante entusiasmado con las ideas de Arturo Frondizi, pronto se sintió -como tantos otros- defraudado cuando el radical accedió a la presidencia en 1958. En poco tiempo El Independiente se convirtió en vocero de los desposeídos y las causas populares riojanas, denunciando al poder político de la provincia por sus atropellos.
Apenas llegado a su diócesis, Angelelli visitó las instalaciones del diario y pronto ambos iniciaron juntos un camino de trabajo social mal visto y denunciado por los poderosos de la provincia. El obispo apoyó la formación de cooperativas de trabajo tanto en el campo como en la ciudad, los intentos de reforma agraria en algunos pueblos y colaboró con la organización del sindicato de empleadas domésticas, donde sus monjas eran las primeras afiliadas. Desde las páginas de El Independiente fueron denunciados los abusos de los gobiernos militares y sus interventores locales en los años sesenta, se alentó la creación de la CGT de los Argentinos, encabezada por Raimundo Ongaro, y se desplegó una intensa actividad cultural y social como la creación de un cineclub, al que asistían invitados de lujo como Haroldo Conti o Arturo Jauretche en los años setenta. Esa movida cultural y social militante llevó a que Alipio Paoletti y su hermano Mario, Plutarco Schaller y Guillermo Alfieri, directivos del diario decidieran convertirlo en cooperativa, la primera en producir un medio de comunicación en América Latina.
Terror y ensañamiento
Con el golpe del 24 de marzo de 1976, Mario Paoletti, Guillermo Alfieri y Plutarco Schaller fueron encarcelados y torturados en distintos centro de detención de La Rioja y el resto del país. Alipio se salvó por estar circunstancialmente en Buenos Aires, poco después salió exiliado rumbo a España y sólo pudo regresar con su familia el 10 de diciembre de 1983. Falleció el 1 de diciembre de 1986 trabajando junto a las Madres de Plaza de Mayo. A los cuatro les robaron su pertenencia a la cooperativa del diario. Mario, Schaller y Alfieri debieron firmar sus renuncias bajo tortura y a Alipio le falsificaron la firma para quedarse con su vida de trabajo. En 1984 todo ellos se presentaron a reclamar por el despojo, pero el caso fue cajoneado. El 19 de setiembre pasado, Schaller volvió a presentarse ante el juez Piedrabuena para iniciar una investigación.
Angelelli sufrió la muerte de sus curas, el francés Gabriel Longueville y Carlos de Dios Murias el 18 de julio de 1976. Una semana después mataron a balazos al campesino amigo del obispo, Wenceslao Pedernera en la puerta de su casa en Sañogasta, ante sus hijas y su esposa. El 4 de agosto, mientras conducía su camioneta entre Chamical y La Rioja, llevando una carpeta con pruebas sobre los responsables del crimen de los curas, fue interceptado por otro vehículo que lo encerró y lo hizo volcar en la ruta donde su cuerpo apareció tendido sobre el asfalto. En junio de 1986 el juez federal riojano Aldo Morales dictaminó que se trató “de un asesinato fríamente calculado y aún esperado por la propia víctima”. Angelelli había sido amenazado reiteradamente desde 1975 y entendió que los tres asesinatos que precedieron su muerte fueron avisos de lo que iba a ocurrirle.
El cristiano Angelelli y el socialista Paoletti demostraron en La Rioja que la diversidad en la lucha por un mundo más justo es posible. Ahora es tiempo que la justicia reconozca el valor de esa primavera abortada por el terror.