Octava entrega de la encuesta a escritores argentinos sobre el vínculo entre literatura y política. Hoy nos responde Damián Huergo*.
1. ¿Considerás que tus búsquedas literarias, tanto al escribir como al leer, se corresponden con búsquedas políticas de algún tipo? ¿Por qué?
Entiendo a la literatura como un modo de darle sentido a las cosas, de ordenar el caos sensorial e intelectual del mundo que transitamos. Un dispositivo que permite invertir las lógicas dominantes para deshilar las redes que las sostienen. La estructura de ese orden creado también puede ser caótica, no necesariamente debe ser lineal; al contrario, una de las virtudes que me enganchó de la literatura cuando empecé con este rollo, fue el poder que tiene para planear múltiples sentidos, contrapuestos entre sí, en el interior de una misma historia. La política -aunque quizá sea conveniente decir la biopolítica- es parte constitutiva de ese material enmarañado con el cual trabaja la literatura. Está dentro de ese mundo anárquico donde el escritor hace girar su calidoscopio: solo pero nunca en soledad, sino dentro de un sistema de relaciones del que forma parte aunque esté escribiendo a vela en un pueblo sin electricidad.
Sobre la relación literatura y política se escribieron pilas de caracteres, al punto de ser una de las preguntas formativas que todos los escritores se hacen -o deben hacerse, supongo- en algún momento. Como en la mayoría de los debates y conflictos occidentales las respuestas viraron en una dialéctica falsa, binaria, entre dos polos opuestos. Por un lado están los que auguran la necesidad de la autonomía del artista libre y, por el otro, la plena funcionalidad a un proyecto político-ideológico. En mi caso -por lo dicho anteriormente- siempre se dieron de manera conjunta, no por una búsqueda consciente sino por su inevitable relación.
Suelo creer -y decir- que siempre se termina escribiendo sobre las obsesiones personales, aunque se hable de zombis o de un congreso de filosofía. Los temas con los cuales trabajé en el libro están ligados a disciplinamientos políticos y sociales, efectos de la biopolítica y de lo político institucional que se desencadenaron en la denominada crisis del 2001. Sus secuelas me atravesaron en lo íntimo y familiar, pero sobre todo quedaron zanjadas como marcas generacionales: la desocupación, la naturalización de la precarización laboral, los avances de la economía informal y la fugacidad en las relaciones amorosas, por nombrar algunas consecuencias de la segunda década infame, son componentes de nuestra educación sentimental, integran nuestra subjetividad, nuestra memoria compartida. A la vez, nos permite dilucidar las subjetividades individuales y colectivas que se construyeron en esos años de ebullición, que luego operaron –política y culturalmente- en los siguientes periodos kirchneristas.
Diciembre del 2001 fue clave para la Argentina y, en especial, para mi generación (digo generación en términos cronológicos nomás; los nacidos y criados en este período breve e insólito de democracia ininterrumpida). Para saber dónde estamos hay que ver de dónde venimos. Siempre me pareció más interesante la literatura que el periodismo o las ciencias sociales para saber dónde y junto a quién estoy parado. Creo que nos permite saber los modos en que la sociedad se imagina a sí misma, cuáles son los deseos que tenemos, las esperanzas que engendramos, los caminos que recorrimos y podemos recorrer.
2. ¿La literatura argentina actual ofrece o intenta ofrecer respuestas e intervenciones sobre problemas y acontecimientos de la Argentina contemporánea? ¿En qué casos y de qué modos?
Dudo que el objetivo de la literatura sea dar respuestas, de un modo práctico e instructivo. Mejor dicho, dudaría de la literatura que tiene ese programa. Sin embargo, no significa que no pueda tener incidencia en ese agujero difuso que llamamos realidad. En fin, como dice Nicolás Mavrakis, “la literatura es una esgrima hecha con una espada filosa pero incapaz de matar”.
En la última década los hacedores de literatura en Argentina tuvieron más incidencia en la etapa de la circulación que en la producción, entendida como ésta los textos literarios en sí mismo. El auge de editoriales independientes y autogestivas, impulsado por escritores que acercaban el producto al lector sin intermediarios, en cierto sentido fue revolucionario al interior del campo literario. Experiencias como la FLIA, ciclos de lectura con ínfulas rockeras, algunos catálogos de editoriales pequeñas, la explosión del ebook y la socialización mediante redes sociales, colaboraron en la creación de un mercado alternativo más interesante que aquel determinado por las grandes editoriales. A la vez tal fenómeno fue construyendo un prototipo de nuevo lector, por lo general universitario, urbano, de clase media, habituado a los nuevos saberes tecnológicos y a otros consumos culturales. Un lector más arriesgado, que no rechaza editoriales ignotas o autores nóveles, en el mejor de los casos por curiosidad, en el peor por esnobismo.
En lo que respecta al exterior del campo literario la incidencia de los escritores se vehiculiza con el uso de otras plataformas; no tanto por sus libros, salvo excepciones (por ejemplo, el sociólogo y escritor Hernán Vanoli, integrante del colectivo de la imprescindible revista Crisis). Sea por twitter u otras redes sociales, los escritores volvieron a ocupar un lugar de comunicadores en algunos sectores, en muchos casos reproduciendo los modos de éxito que el segmento etario que vienen a remplazar.
El mapa de voces actuales -con participación activa en lo público- es amplío. Hay filokircheristas, progresistas bienintencionados, burgueses tristes, gauchos leninistas, trolls anarcoliberales, irónicos posmenemistas y otra caterva de autores jóvenes que ven que –en una época donde la cultura hegemónica es socialdemócrata- la contracultura pasa por levantar banderas de derecha: una derecha educada en democracia, con derechos humanos.
3. En esta línea de pensar vínculos posibles entre política y literatura, ¿qué autores nacionales rescatas o están entre tus lecturas?
Me interesa el trabajo total –dentro y fuera de los textos- de Juan Bautista Duizeide, su prosa maximalista y el modo de encarar la ribera; la crítica literaria y cultural elaborada por Agustín J. Valle (es muy bueno el colectivo www.futboldepiesacabeza.com.ar donde pertenece); los diálogos que mantengo con Fernando Krapp; las reseñas desparejas de Martín Zariello; y, por último, un autor de Berisso que descubrí hace poco, Mariano Dubin, que recupera en su trabajo como crítico y poeta una pregunta de David Viñas que nadie debería dejar de hacerse: ¿Dónde están los negros en la literatura argentina?
* Nació en Longchamps en 1983. Es escritor, docente y sociólogo. Ha publicado la novela Un verano y el libro de cuentos Ida.