Por Ana Covatti. El especialista ecuatoriano en medicina social y epidemiología, Jaime Breilh, estuvo en Argentina para debatir en torno a la relación entre salud, estado y movimientos populares.
El médico, docente e investigador ecuatoriano, Jaime Breilh, participó en marzo pasado del Seminario sobre Epidemiología y Salud: “La determinación social de la salud: como herramienta para una investigación y práctica en salud innovadoras”, que se desarrolló en Mar del Plata. Especializado en medicina social y epidemiología, es uno de los fundadores del movimiento latinoamericano de la salud colectiva, de la Asociación Latinoamericana de Medicina Social (ALAMES) e impulsor de la corriente de epidemiologia crítica. Es actualmente el decano de la Universidad Andina Simón Bolivar, Ecuador.
¿Cuál cree que es la situación de salud, entendida de forma integral, en el mundo y en América Latina?
– La situación de salud está en profunda crisis. Esa crisis no es solamente de los países del sur, es una crisis global. No es propia de la salud, sino que es una crisis ambiental, una crisis económica, una crisis social, que está escondida tras una supuesta bonanza de los grandes negocios, de las megaempresas, que con su crecimiento económico y tecnológico dan la impresión de que el mundo está desarrollándose, progresando. Pero, toda esa economía de gran escala se desarrolla a partir de procesos destructivos de la vida humana, de la cultura, de los ecosistemas. Y eso ha deteriorado gravemente la situación en el mundo, los países del sur estamos afectados pero también los del norte, y eso hace que miremos un escenario bastante preocupante, sobre el que todavía no hay la suficiente conciencia.
¿Qué papel tiene la epidemiología crítica para la salud de los pueblos? ¿Con qué otras disciplinas y saberes se relaciona?
– La epidemiología crítica implica una visión integral de la salud, entender cuáles son las raíces de los problemas que enfrentan los servicios; por tanto, es una herramienta en muchos sentidos, básicamente, para conocer verdaderamente nuestras realidades y poder actuar con un sentido preventivo profundo. También, para enriquecer las concepciones que manejamos en los propios servicios de salud. Por ejemplo, aquella idea de hacer una práctica basada en evidencia conlleva revisar completamente la idea de lo que es una evidencia y cómo construirla. Es una manera de acercarnos a la complejidad de la salud, de entender que debemos relacionarnos con profesionales, investigadores, gente que trabaja en otras disciplinas y construir una visión interdisciplinaria. Nos ayuda a comprender la importancia de una perspectiva social, popular, “qué piensa la gente”, a pensar la salud desde la interculturalidad. Lamentablemente no se ha desarrollado lo suficiente y hay que trabajar mucho para que entre en la enseñanza de nuestras universidades.
¿Cómo lo ve esto puntualmente en Ecuador?
– Mi país tiene una situación que no escapa a otros del sur. Quizá por ser un país más pequeño que Argentina, Brasil o México, ha sido menos apetecido por los grandes negocios. Territorialmente, la posibilidad de hacer un desarrollo de la frontera agrícola de gran magnitud no existe, pero, por su ubicación geográfica en un sitio estratégico y de una muy alta concentración de la biodiversidad, sí puede ser un territorio de conquista económica en ciertas cosas. Y de hecho, estamos sufriendo una situación en la que, por un lado tenemos un pueblo que fue capaz de derrocar tres presidentes neoliberales sin derramamiento de sangre y colocar un gobierno progresista, pero que no tiene todavía la suficiente conciencia de estas amenazas que se ciernen sobre nuestra realidad. La población está muy contenta porque el gobierno les ha mejorado notablemente la oferta de sistemas asistenciales públicos gratuitos de salud, sin estar tan conscientes en términos de procesos más ocultos de afectación humana y ecológica. Aquí yo creo que hay mucho trabajo que hacer.
Relacionándolo con esto, ¿cuál es el papel de la sociedad civil y de los movimientos sociales y políticos?
– En Ecuador defendemos un principio que llamamos “la conducción público-social de la gestión”. Quiere decir que nos alejamos de un extremo de pasividad ciudadana, de una no-presencia del pueblo en las decisiones del país, en una visión que asumía al Estado como un aparato paternalista que se desarrolla sin consulta, sin una relación con lo social, con lo popular. Este cambio puso un pare al neoliberalismo y ubicó un gobierno democrático en la gestión. Incluso la nueva constitución establece un quinto poder del estado y la presencia de los consejos de participación ciudadana para muchas decisiones: designación de funcionarios, de contraloría social, de rendición de cuentas institucionales. Pero, a mi modo de ver, eso se ha burocratizado un poco y se han establecido ciertas cadenas de transmisión con el Poder Ejecutivo, restándole independencia a esas expresiones populares, lo que le ha hecho perder fuerza a ese elemento participativo. Se dice que hay una posición subalterna de todos esos niveles con respecto al régimen, lo cual es lamentable porque la idea era justamente tener una independencia, un dinamismo, una creatividad independiente de las organizaciones populares.
¿Cómo piensa el rol de los intelectuales y la academia en la construcción de la salud que necesitan los pueblos?
– Gramsci establece que para que haya un cambio consistente en una sociedad, tiene que haber dos ingredientes: por un lado, una intelectualidad con un pensamiento crítico revolucionario, y por otro lado una organización social cohesionada, fuerte, que se convierta en una fuerza material de la transformación. La condición es que el pensamiento crítico o la intelectualidad o los intelectuales orgánicos, como él los llama, tengan un enraizamiento en el pueblo; y que el pueblo para su movilización, su cohesión, su desarrollo, tenga conocimiento del pensamiento crítico. Entonces, él hablaba de esta interdependencia de un pensamiento crítico orgánico que sepa interpretar el interés estratégico de clase, de las organizaciones, con un pueblo no sólo organizado sino también con un fuerte conocimiento de una línea estratégica y del pensamiento crítico. Lamentablemente, a veces vemos una intelectualidad academicista que se aísla en una torre de marfil, y por otro lado una organización social hipercrítica que denosta el trabajo intelectual de la academia, y ahí pierde el conjunto una verdadera opción histórica de cambio.