Por Fernando Munguía Galeana y Leandro Gamallo, desde México. Pasado el debate, la campaña presidencial mexicana tomó un giro inesperado: la presencia de movilizaciones “ciudadanas” masivas.
Concluido el primer debate presidencial del último 5 de mayo, el saldo para los cuatro candidatos marcaba algunas tendencias que se antojaban insospechadas. Gabriel Quadri, de Nueva Alianza (Panal) superó el 10% en la intención de voto; Andrés Manuel López Obrador, de la coalición Movimiento Progresista y Josefina Vázquez Mota del Partido Acción Nacional (PAN) no pudieron aprovechar la ocasión y sumaron apenas un par de puntos porcentuales, mientras que Enrique Peña Nieto del Partido Revolucionario Institucional – Partido Verde Ecologista (PRI-PVEM) perdió algunos puntos aunque sigue teniendo el favoritismo.
Sin embargo, con el curso de los días siguientes el panorama electoral ha tomado un rumbo imprevisto: sin banderas políticas explícitas, miles de personas, sobre todo jóvenes estudiantes, han salido a las calles de las principales ciudades a pedir un cambio. Con las campañas entrando en la recta final, el giro en la coyuntura augura nuevos desafíos para los candidatos, quienes no podrán enfrentar con indiferencia la serie de movilizaciones de los últimos días. En ese sentido, pareciera que la disputa presidencial se ha ciudadanizado de forma inesperada, abriendo con ello posibilidades de participación más amplias y generando cierto clima de agitación que probablemente servirá de contexto social de las elecciones presidenciales.
Todo comenzó el último 11 de mayo, cuando Peña Nieto se presentó en un foro informativo realizado en la Universidad Iberoamericana (la UIA, cuyo perfil responde claramente a estudiantes de clase alta mexicana). Allí, el candidato priísta tuvo que rendir cuentas ante las preguntas de los estudiantes que cuestionaron su responsabilidad en los hechos ocurridos en San Salvador Atenco. Los días 3 y 4 de mayo del año 2006, al mando de la gobernación del Estado de México, ordenó una salvaje represión, en la que se produjeron violaciones flagrantes a los derechos humanos, documentadas y acreditadas por instancias nacionales e internacionales. En su supuesta defensa, Peña Nieto asumió la responsabilidad de lo sucedido con el argumento de restablecer “la paz y el orden”. Lejos de complacer a sus interlocutores, la evidente impunidad despertó el encono de la audición estudiantil, al punto de que el candidato se vio en serios aprietos para abandonar el lugar, ante gritos de “Atenco no se olvida”.
Inesperadamente, ese hecho ocupó la atención de diversos medios de comunicación (que también se encargaron de desvirtuar los hechos y desacreditar a los estudiantes) y se convirtió en trending topic en Twitter. En pocos días se desató un rechazo estudiantil generalizado, ya no sólo en la Ciudad de México, sino también en diversas ciudades del país, que se sumaron e hicieron suya la protesta contra lo que -interpretan- es un intento de “manipulación” política e informativa. Aquella jornada marcó el inicio de una serie de movilizaciones y protestas (varias de ellas virtuales), que protagonizaron los estudiantes de la UIA y de otras universidades públicas y privadas, sumando a otros sectores de la población, principalmente la clase media de las ciudades.
Así, primero se realizó una manifestación en las instalaciones de Televisa, la corporación mediática más grande de México y al día siguiente, el sábado 19 de mayo, una marcha denominada “Anti-Peña Nieto”. A la primera asistieron sobre todo estudiantes de universidades de la capital del país, que exigían puntualmente que la cadena se comprometiese a un tratamiento equitativo y veraz de la información y se evitaran los juicios descalificativos a las expresiones de inconformidad de los estudiantes. En la segunda manifestación confluyeron, de acuerdo con cálculos oficiales, más de 40 mil personas tan sólo en la convocatoria capitalina, y se pudo observar a diversos grupos y organizaciones sociales, estudiantiles, sindicales y políticas. Uno de esos contingentes lo componían integrantes del Frente de los Pueblos en Defensa de la Tierra (FPDT), movimiento que fuera reprimido en 2006 y sobre cuyos líderes, ahora absueltos, habían caído condenas judiciales de más de 100 años de prisión. En total, se calcula que hubo réplicas simultáneas en de esta manifestación Anti-Peña Nieto en casi 20 ciudades del país. Esta movilización política, con escasos antecedentes si se piensa que era en contra de un candidato y no favor, fue “apartidista”, es decir, sin la dirección de partidos políticos.
Un día después, de nuevo se pudo ver calles y plazas públicas llenas, esta vez incluso más allá de las fronteras nacionales, en la denominada “Manifestación mundial Pro-AMLO”, que tuvo eco en más de 25 ciudades, mayoritariamente en América y Europa. En la capital del país, la marcha estuvo dominada por la presencia de jóvenes que, como el día anterior, acudieron con la demanda de hacer valer los mecanismos vigentes de la democracia, en rechazo a la manipulación mediática y con alusiones de crítica al PRI y al PAN. Sin la presencia del mismo López Obrador, la organización de la movilización quedó en manos de los comités de apoyo del Movimiento Regeneración Nacional (Morena).
El día 21, por último, una concentración de “estudiantes Pro-AMLO” convocó a decenas de miles de estudiantes de 17 estados distintos en la mítica plaza de las tres culturas, lugar en el que se produjo la recordada masacre estudiantil de 1968. Con lágrimas en los ojos, López Obrador aseguró que “los jóvenes realizarán la hazaña de transformar el país”.
En suma, la irrupción de este conjunto de manifestaciones “ciudadanas” de gran repercusión parece haber llevado a la calle la disputa electoral de forma inesperada, abriendo incluso nuevas formas de participación que cuestionan los mecanismos vigentes de la democracia representativa. No sabemos hasta dónde llegarán estas expresiones de crítica. Lo que es seguro es que los jóvenes mexicanos han despertado. Y eso es para celebrarse.