Por Leonardo Candiano. El grupo de Danza Nehuen, dirigido por Fernando Montivero, presentó Yo indio… tú indio, un espectáculo que narra a través de la danza, el canto, la poesía y la puesta coreográfica el despojo cultural al que han sido sometidos los pueblos de América de ayer y de hoy.
La compañía de danzas Nehuen, dirigida por Fernando Montivero, presentó la semana pasada, en el marco del ciclo El Pedregal, el espectáculo Yo indio… tú indio, en el cual se expresa el despojo cultural y social sufrido por los sectores populares a lo largo y ancho del continente, y en particular en la Argentina.
Las luces se apagan luego de cierta espera, un erke viene sonando desde detrás de la sala en dirección al escenario. Acaba de iniciarse una experiencia que durante más de una hora nos mantendrá inmersos en la problemática de los grupos sociales más sojuzgados de nuestra América.
Partiendo del poema de Atahualpa Yupanqui “Los indios”, la obra trasciende los límites temporales y logra establecer paralelismos entre, por ejemplo, los momentos del genocidio de la conquista del desierto y la represión a los movimientos populares y piqueteros. Nuestra Patagonia arrancada al indio a fusilería y esclavismo, y las puebladas de Cutral-có en busca de trabajo a fines de los años noventa. Un espacio que une tiempos. Por si alguna duda cabe, la imagen del maestro Carlos Fuentealba, asesinado en un piquete patagónico en 2007, refuerza la idea de estos puntos de encuentro más allá de lo geográfico. Como expresa la voz que inicia el show: “cualquier parecido con la realidad de hoy es pura… conciencia”
La vestimenta de nuestros pueblos originarios, entonces, se mezcla al inicio de la puesta con neumáticos en medio de un camino, banderas y puños en alto. Las vinchas y las sandalias bailan al lado de morrales y pañuelos que cubren los rostros, la celeste y blanca flamea junto a la whipala.
Dos grupos de bailarines simultáneamente impulsan esta visión, dejan en claro que hay una historia que a pesar de los años transcurridos no se logra transformar y que, por lo tanto, se repite en una especie de trágica circularidad en la cual los que sufren, los que mueren, pero también, los que luchan y se esperanzan, son los mismos.
En diálogo con Marcha apenas culminado el espectáculo, Montivero nos cuenta los motivos de la elección de esta temática: “tiene que ver con cosas que le pasaban a la gente, a los indios que le quitaban la tierra, toda esa gente a la que le quitaban sus cosas y quedaba como extranjero en su propio espacio, y eso lo vinculé con lo más actual. A veces, cuando yo me bajo de un colectivo y encuentro a una persona vendiendo tortillas, me vienen esas imágenes.”
En sintonía con este planteo, también señala: “Esta muestra arranca de la idea de que de algún modo todos somos un poco indios. En algún momento, esas cosas que son injustas, son un vestigio de todo eso que no se pudo todavía resolver y que la sociedad actual sigue teniendo como deuda. Yo quise mostrarlo desde la danza. Hay compositores, poetas, que se ocuparon, y me parecía que estaba haciendo falta completar el mensaje con el movimiento. De ahí surge este Yo indio… tu indio.”
La música, el viento, la voz, el grito desgarrado, los rostros sufridos, el desahogo y la fiesta del baile, todo nos remite al despojo sobre -y la resistencia de- comunidades que se nos parecen más de lo que en principio creemos.
La obra consta de una serie de escenas en las que la danza se combina con la poesía, la narración y el canto de artistas populares pertenecientes a distintas generaciones. Las canciones van conformando una especie de guión zurcido por una voz en off que va intercalándose y conformando la historia. La presencia dramática, es decir, la teatralidad, resulta fundamental y es aquí bastante más que un acompañamiento del baile.
Yo indio… tú indio, que por su temática y la búsqueda de integralidad artística por momentos nos hace recordar al Taki Ongoy de Víctor Heredia, apuesta mayormente, a diferencia de la obra del autor de “Sobreviviendo”, a un énfasis mayor sobre la danza y la coreografía que sobre el canto. A su vez, su permanente intento por vincular la reivindicación indoamericana con la actualidad le otorgan un estilo bien propio.
La destreza de los jóvenes bailarines para la zamba y la chacarera -enriquecida por la dirección de Montivero, que transmite la actualidad que los ritmos folklóricos tienen aunque no siempre logre ser expresada- se observa también en el caporal y hasta en unos pasitos de murga, cumbia, rock y cuarteto que se entremezclan durante la puesta.
Al respecto, Montivero plantea que “siempre se lo muestra al folklore como algo que ya pasó, algo que es de nuestros bisabuelos, y en realidad es algo muy actual. El folklore es el sentimiento del pueblo, y nosotros también somos pueblo. El de décadas o siglos atrás fue un pueblo, este es otro, pero tenemos cosas en el corazón y en el alma que nos brotan. Cuando uno siente en una melodía, en un verso, un sentimiento de pertenencia, es porque hay una esencia que nos dice que eso realmente es tuyo. Esto es lo que yo rescato del folklore.”
El talento de los bailarines se combina con una actitud teatral excelsa, una caracterización lograda y una musicalización que armoniza todos los componentes de la obra.
Durante la danza, el canto del mencionado Víctor Heredia –mediante una breve alusión, justamente, al Taki Ongoy-, León Gieco, Peteco Carabajal y Bruno Arias, entre otros, terminan de generar un clima de dramatismo y epicidad, de festejo y sufrimiento, pero por sobre todo, de resistencia. Lo mismo ocurre con las letras de Atahualpa Yupanqui, Bebe Ponti, Marcelo Berbel, Sergio Castro y el propio Montivero.
Yo indio… tú indio se destaca tanto por su compromiso como por su puesta y por un elenco constituido por diecisiete jóvenes sobre los cuales el director postula: “Este es un elenco joven y no hay impostura, no hay pose en estos bailarines. Los pibes estos viven así, son chicos que vienen del interior, que llegan a Retiro, que vienen con sueños, que laburan para poder sobrevivir y aparte son artistas. Estas son historias propias, casi cada uno estaba vestido de lo que es y no de un personaje.”
Precisamente, ese sentimiento de autenticidad es algo que emerge desde el escenario y nos salpica por completo en cada zapateo o zarandeo, en cada mirada y en cada gesto, en cada arresto y en cada ronda.
La represión, la migración, la explotación, el nomadismo, la fiesta popular, son ejes que recorren las distintas secuencias y hacen de esta obra un espectáculo que merece la posibilidad de mostrarse durante mayor tiempo; algo que, lamentablemente, resulta poco común para la danza en nuestro país. La gente que llenó el Teatro del viejo mercado lo demuestra.