Por Leonardo Candiano y Lucas Peralta. Segunda y última parte de la entrevista a Tabaré Cardozo. El cantor uruguayo recuerda sus comienzos en la murga, su relación con el teatro y su entrañable vínculo con el legendario Canario Luna.
Acordándonos de Teatro joven y de tu obra “El horno no está para bollos”, uno se da cuenta que sos actor, dramaturgo, murguero, compositor, ¿cómo te definís?
-Ladrón de gallinas; un atorrante. Mientras no sea laburar, mientras no tenga que agarrar una pala o un pico, lo que sea (risas). No, en serio, son caminos que uno va tomando, y nada lo cierro definitivamente. El teatro me ha servido para integrar herramientas a mi trabajo musical. En la murga uno tiene que ser un poco actor, un poco cantor, entonces uso eso que aprendí, algunas cosas intuitivas y otras adquiridas, no sé, la proyección de la energía, el manejo del espacio y del tiempo.
Vos, el zurdo Bessio, Emiliano Muñoz, la Catalina, son vistos como parte de un mismo espacio más allá de sus caminos propios. Aún desde la individualidad, como que por lo menos desde este lado del charco queda claro que forman parte de un mismo movimiento, ¿ustedes se ven así? ¿se referencian mutuamente, se complementan?
-Sí, de hecho hay una canción en el disco Malandra que se llama “Tres cabezas” donde trato de explicar metafóricamente esto mismo que decís. Básicamente la canción dice que yo no soy yo. Soy, pero además soy mis hermanos. Y en eso represento a otros también.
Es medio itinerante siempre la cosa, y un poco confundimos a la gente, es lógico, a veces venimos juntos, a veces no, tenemos mucho camino compartido. Igual se da así en la música uruguaya en general, no solo en la murga, podés pensar en Drexler, Rada, Jaime, Fatoruso, Ana Prada, Cabrera, a cualquiera de esos músicos los vas a ver tocando con los otros. Seguramente cuando Drexler venga acá lo haga con músicos que suelen tocar con Ana Prada, quien a su vez suele tocar con Cabrera, que grabó con Drexler, y así, Fatoruso viene con Jaime a tocar y podemos seguir los ejemplos todo el día. Hay como una cofradía, una comunión.
No dejan de llamar la atención dos de tus composiciones, “Los Draculatekas” y “Mitología”. Tanta gente metida en una canción. La primera es más anecdótica pero la segunda funciona como un libro de historia del carnaval. Digo, los tablados, las murgas, los murguistas de los inicios. ¿Cómo fueron concebidas?
-En “Mitología” todos esos tablados, todas esas murgas y esos murguistas ya no están. Solo algunas murgas que nombro siguen saliendo, como Araca la Cana. Pero en general se trata de murguistas que ya no están. De ahí el nombre “Mitología”. Estamos hablando de, en algunos casos, el año 1910 o del año 1906 con Antonio Garín, el fundador de La gaditana que se va, la primer murga que se conoce. A algunos sí conocí dado que tuve la suerte de compartir murgas con ellos. Yo empecé a salir en carnaval en el año 1995 con Falta y Resto. Entonces, pude compartir la experiencia de ellos en su última etapa estando yo comenzando. Grandes leyendas como Roberto García, Washington “el canario” Luna y demás. Pero a la mayoría de los que nombro no los conocí. De alguno escuché grabaciones y, de los más viejos, sus cuentos.
Quizá “Mitología” sea más escuchable porque se trata de gente que los aficionados al carnaval ya conocen, pero “Los Draculatekas”, a priori, carecía de total interés. Se trata de una murga de niños que solo tres gatos locos del Buceo la recuerdan y encima a los que nombro no los conoce nadie. Decidí grabarla para sacarme el gusto, pero así y todo, es una de las canciones que, en vivo, más disfruta el público. La gente sabe la letra. ¡y eso que dura más de siete minutos!
A través de esa historia expresas un clima de lo que es la murga y que va más allá de Los Draculatekas en particular.
-En realidad, esa canción expresa el carnaval que ya no existe, el carnaval que viví cuando era chico. Tal vez eso es lo que hace sentir identificada a una cantidad de gente de nuestra generación y a la de las anteriores que ven ahí ese barrio que ya no está.
¿Cómo entraste a Falta y Resto?
-Junto a Gustavo Montemurro, los hermanos Ibarburu y otros chicos teníamos una banda de rock que habíamos armado en el Liceo. En el año 1994 estábamos grabando un demo en el estudio La Batuta al mismo tiempo que el flaco Castro y la gente de la Falta estaban grabando uno de sus tantos discos. Entonces, muchas veces nos cruzábamos en el estudio. Jaime les había hablado de los Ibarburu y fueron a vernos. Se encontraron con que estábamos nosotros, que cantábamos también. Ahí me encontré con el “Mono” Da Costa, que era profesor mío de teatro. En ese momento yo actuaba y cantaba. Entonces, se dio que ellos estaban necesitando gente y me invitaron a participar de ese disco. Grabé ahí y desde ese momento pasé a formar parte de Falta y Resto, murga con la que salí en carnaval en el año 1995.
¿Con quién te hubiese gustado salir en carnaval o con quién te gustaría hacerlo?
-Hay una cantidad de ídolos que tengo del carnaval con los que me hubiera gustado compartir murga. Uno es “el flaco” Esmoris, el director de la Antimurga BCG, un fenómeno nunca visto; otro es “el gallego” Vidal. Si bien él no es murguista salió en carnaval con humoristas. Me hubiera gustado alguna vez hacer algo con él. También con “pinocho” Routin o con el flaco Balbis, que tampoco nunca salimos juntos en carnaval. Tengo una cantidad de ídolos más pero por suerte sí tuve la oportunidad de salir con ellos. Generacionalmente no se dio pero sí me hubiera gustado que mi viejo salga con la Catalina. Es difícil que eso se dé dado que mi viejo es bastante veterano ya, pero canta bárbaro. En realidad, canta mejor que nosotros y toca muy bien la guitarra. Él grabó conmigo el tango “Botija maula”.
Vos agarraste la última etapa de la carrera del “Canario” Luna. Compartiste canciones con él e incluso salieron juntos en carnaval. ¿Qué nos podes contar de esa experiencia?
-El Canario era alguien muy especial; un tipo que pertenecía a otra estirpe, como a otra generación de gente, con otros códigos y con una vida totalmente distinta. A ver, era una persona que se reía de otras cosas, que se enojaba de otras cosas. Ni mejor ni peor. Generalmente el código de relación con alguien es cuando te reís de lo mismo, cuando te indigna lo mismo y demás. Pero el Canario era un tipo antiguo. O sea, no es que fuera tan viejo sino que él tenía un pensamiento antiguo para todo en su vida. Y eso lo llevó a tener muchos conflictos y muchos enemigos por ser muy inflexible en su vida pero también lo llevó a tener grandes amigos por ser muy leal. Por eso digo que tenía otro tipo de códigos donde la lealtad es absoluta, sino se transforma en traición. Yo tuve la suerte de entrar en ese grupo de gente que él consideraba sus amigos.
¿Llegó a escuchar “Ruido a ciudad”?
-No. La compuse en base a algo que encontré de él luego de su muerte. Sí escuchó todas las otras. Con él compuse “Los hinchas de cuadros chicos”, “El murguero oriental”, “Lo que el tiempo me enseño” y demás. A él la que más le gustaba era justamente esta última porque, según sus palabras, decía muchas cosas. Y en realidad, esa canción yo la hice en base a cosas que escuché que él decía.
Lo que pasó con “Ruido a ciudad” fue que a un año y medio de su fallecimiento nos pusimos a buscar en la computadora donde él dejaba sus cosas grabadas a ver si quedaba algún larareo o alguna glosa de las que aparecían al final de las canciones y nos encontramos con esa melodía que él inventó y que forma parte del estribillo de la canción. No sé por qué dijo eso ni cuándo fue. Pero lo inventó con música y letra. Entonces, lo que hicimos nosotros fue construir una canción para que desembocara en ese estribillo. En realidad fue mejor eso que lo que teníamos pensado hacer que era agarrar la voz de él y hacer con eso un loop como un homenaje. Eso estuvo mejor porque fue como cantar con él de vuelta. Y lo más emocionante y movilizador son las palabras que dice al final de la canción. Es como que cobra una dimensión mayor porque está muerto y nosotros no lo escuchamos en vida diciendo eso. Encontramos esa grabación que era como un epitafio, una despedida que él había grabado por ahí cuatro o cinco años antes y cuando no estaba ni siquiera enfermo. Fue muy raro. Incluso habla de una manera rara. Conjuga como si él estuviera en el cielo porque dice: “cuando vengan para arriba”. Es como medio surrealista. Así que, no sé dónde nos vamos a encontrar, si es que lo hacemos algún día. Espero que sea arriba como dice ahí y no abajo, ojalá que en el cielo lo hayan perdonado –risas-.