Por Tomás Schuliaquer. Uday Hussein era el hijo mayor de Sadam. Asesinado en el año 2003 por el ejército estadounidense, fue, y aún hoy es, una de las figuras más temerarias y aterradoras de Iraq y Medio Oriente.
El régimen de Sadam nunca le había dado mucha importancia al deporte como instrumento político hasta que, a principios de la década del ´90, Uday se autonombró presidente de la Federación de Fútbol de Iraq (IFA). A partir de su asunción, los deportistas comenzaron a sufrir por representar a su país. Según recordaron los futbolistas de la selección iraquí al diario español Marca, las arengas motivacionales del hijo de Sadam eran habituales. Esas charlas consistían en amenazarlos con la cárcel, la tortura y la amputación de las piernas, en el caso de la derrota. Una de sus frases predilectas, cuentan los jugadores, era “en el fútbol se puede ganar o perder, pero si pierden saben que no van a volver a sus casas”. Durante su mandato, Uday destinó las instalaciones del Comité Olímpico Iraquí a que sirvieran de cárcel para aquellos atletas que no conseguían buenos resultados. Los sótanos se transformaron en celdas y algunas oficinas en salas de tortura. Para los representantes del básquet nacional había habitaciones de un metro y medio de altura donde podían ser encerrados durante horas, de acuerdo al rendimiento que habían tenido.
El arquero de la selección de fútbol iraquí Abu Hier narra, en el documental Uday´s Penalty Kick, que en un partido de las eliminatorias para el mundial de Francia ´98 contra Corea del Sur, llegaron al entretiempo perdiendo uno a cero. Uday Hussein fue al vestuario y les avisó que si no ganaban el partido iban a estar un mes presos. Recuerda que le temblaban las piernas y le costaba moverse en la cancha. Después de haber perdido tres a cero los llevaron a todos (incluido el cuerpo técnico y médico) a una granja. Les afeitaron la cabeza y los dejaron durmiendo entre los animales. Durante los primeros 17 días nadie supo qué había pasado con ellos. Las familias, preocupadas, empezaron a reclamar por su aparición, pero no se les dijo nada. Abu Hier cuenta, con la voz entrecortada, que esas semanas se alimentaban de comida podrida y agua de zanja. A las tres semanas del encierro, con 20 jugadores enfermos de cólera, Uday se acercó y les avisó que los iba a liberar antes porque tenía miedo de que contagiaran a sus vacas.
Otro caso emblemático es el del ex capitán de la selección de fútbol, Abdul Latif, que en el año 2000, después de ser acusado de golpear a un árbitro en un partido jugado en Bagdad, fue trasladado a un campo de prisioneros en Radwaniya. Lo encerraron en una celda de dos metros cuadrados, donde lo desnudaron, le afeitaron la cabeza y lo obligaron a que hiciera flexiones de brazo. A las dos horas, cuando Latif estaba exhausto, empezaron a torturarlo con una picana eléctrica. Más tarde, lo sacaron al patio en el frío más duro del invierno, y lo recostaron en una zanja con escarcha. Dos semanas más tarde lo liberaron. El ex capitán rememora que por los dolores de espalda no pudo dormir durante un mes y asegura que: “nunca tuve otra alternativa que jugar al fútbol para la selección, vivía amenazado y si no iba al entrenamiento me decían que me iban a matar como a un enemigo del régimen.”
Para terminar de retratar el terror que vivían los deportistas iraquíes es interesante comentar lo que pasó en un partido por las eliminatorias para el mundial de Corea-Japón del año 2002. Iraq enfrentaba a Jordania en un partido de eliminación directa. El encuentro terminó empatado y se definió por penales. El volante Rahim Zair, en diálogo con The Guardian, recuerda que ninguno de sus compañeros quería patear y que entonces todos corrían el riesgo de ser castigados. Por eso, decidió hacerse cargo. Zair erró el penal y su país perdió la posibilidad de ir al mundial. Entonces, el mediocampista fue llevado a las oficinas del Comité Olímpico; le vendaron los ojos y lo encerraron durante tres semanas en las que fue golpeado y humillado por los soldados iraquíes.
Si bien es cierto que estos hechos no tenían la trascendencia internacional que merecían, la FIFA recibía informes sobre algunos de los castigos que aplicaba Uday Hussein. Sin embargo, la delegación que la federación de fútbol envío a Iraq para investigar sobre las torturas se conformó con la negación de las víctimas que, por el miedo ante nuevas represalias, decidieron callar sus tormentos.
En cuanto a la situación actual del deporte, el arquero Abu Hier afirma: “aún no puedo creer que Uday y Sadam estén muertos, aunque la vida acá es todavía un caos. Yo rezo para que el fútbol y la pasión por el deporte vuelvan a ser posibles.” Cabe destacar que, a pesar de la libertad de los deportistas, la mayoría de ellos afirma que la invasión de Estados Unidos fue un error que sólo sirvió para cambiar un grupo de gángster por otro.