Por Nando Varela Pagliaro. Segunda y última entrega del reportaje a Reynaldo Sietecase sobre su escritura artística.
Hay un poema tuyo muy gracioso en el que enumerás todos los beneficios que puede darte que una “percanta te deje amurado”.
Sí, es verdad. Muchas veces un desamor te da más tiempo y la angustia y la pena suficiente como para escribir un verso decente. A mí lo que me aporta el periodismo es que nunca tenés miedo de sentarte a escribir un artículo o una nota. Te da el ejercicio de sentarse a escribir y eso ayuda. Ahora cuando el periodismo se convierte en una barrera porque trabajás mil horas por día, ahí sí es un problema. Pero es un problema el periodismo y también es un problema otro laburo. En realidad cuando tenés algo que decir, lo decís. No importa en qué circunstancias o en qué condiciones. Hay miles de ejemplos de gente que ha estado escribiendo genialidades en las condiciones más adversas.
En tu caso que tenés tanto trabajo periodístico, ¿cómo hacés para organizarte? ¿Tenés algún tipo de rutina para sentarte y escribir literatura?
Sólo para la narrativa tengo rutinas, para la poesía no, porque la poesía viene cuando quiere. Yo no estoy apurado. A veces estoy tres meses o más sin escribir un poema, pero no me preocupa. No creo que el mundo esté esperando que yo escriba un verso. En ese aspecto me siento, como decía Borges, más lector que escritor. Me preocupo por los libros que no tengo tiempo de leer más que por los que no escribo. Ahora, cuando tengo una idea sí me gusta desarrollarla y ahí me tengo que establecer medianamente un plan de trabajo. Aunque no lo pueda cumplir rigurosamente. Pero sí digo: “voy a tomarme estos tres o cuatro meses para armar el esqueleto de esta historia que tengo en la cabeza”. La narrativa necesita cabeza, pero necesita culo. Tenés que estar sentado. Si no te sentás a laburar, no vas a poder producir un libro de largo aliento.
Y por ejemplo, cuando encontrás la historia, ¿modificás tus lecturas de acuerdo con lo que estás escribiendo?
A veces sí y a veces no. Lo que pasa es que en general se te ocurre una idea y necesitás investigar sobre ella. El año pasado se me había ocurrido una idea que me parecía genial e investigué y trabajé sobre la historia, pero no la puedo escribir. Entonces ahora estoy tratando de pensar que fue un fallido y sacármela de la cabeza para ir hacia otro lado.
Generalmente todos los autores tienen una definición sobre lo que para ellos es escribir. Alejandro Zambra, el escritor chileno, dice algo muy lindo, dice que para él leer es cubrirse la cara y escribir es mostrarla. ¿Vos tenés alguna definición propia acerca de la escritura?
A mí me hace feliz escribir. Yo a lo único que puedo asociar a la escritura es al placer, no al cansancio. Muchos colegas me preguntan cómo hago para escribir, cómo tenés tiempo, porque encima yo escribo literatura no escribo libros periodísticos y yo les respondo cómo no voy a tener tiempo si me da mucho placer hacerlo. Puedo estar agotado y escribir igual. Hay pocas cosas comparables a escribir. Hacer el amor o reírse a carcajadas irracionalmente. No sé qué otras cosas puedo asociar a la acción de escribir.
¿No tenés la impresión de que en la literatura se da una cultura de clanes, de guetos, donde los que se leen y se reseñan son siempre los mismos y a los que están afuera del clan por distintos motivos les cuesta muchísimo poder entrar?
Sí puede que haya un poco de eso.
Hace un tiempo, en una nota hiciste una especie de reivindicación de Mario Benedetti y decías que había determinados escritores que quedaba mal decir que uno los lee.
Sí, hay grandes escritores que son totalmente obviados por los suplementos literarios. Pero la verdad, no le doy mucha bola. Sí lo observo cuando me preguntan o como cuando me toca escribir una nota como la de Benedetti. En realidad yo no la iba a escribir porque a mí tampoco me gusta muchísimo Benedetti, pero cuando me enteré que el editor que me pedía la nota me decía que nadie quiere escribir a favor de Benedetti, me dije, qué les pasa. Al noventa por ciento de los tipos que no quieren escribir que Benedetti es un buen poeta no se les ocurrió nunca un verso como los de él. Yo siempre digo lo mismo, en Buenos Aires hasta hace poco estaba Mario Trejo, que era un poeta del nivel de Juan Gelman o mejor todavía que Juan Gelman, quién sabe. Y no le hacían entrevistas en suplementos literarios ni se lo difundía. Entonces, yo nunca me quejo por mí. Pero sí, a veces pasa que hay escritores que se ponen de moda. Existe una suerte de calesita que hay en los suplementos literarios, pero me parece que si un escritor se preocupa por eso está en problemas. Uno tiene que preocuparse por escribir bien, por generar cosas verdaderas, que conmuevan. Después si te hacen una reseña o no, me parece que es algo menor. Si estás muy preocupado por ver si hablan bien de alguna cosa tuya en los diarios, me parece que estás equivocado. Es una actitud más vinculada a la televisión que a la literatura. Al mundo de la imagen más que al mundo profundo de las ideas.
En tu caso, la fuerte exposición mediática que tenés, ¿cómo pensás que influye a la hora de valorar tu trabajo literario?
Me juega a favor en que se me conoce. La gente a lo mejor ve un libro mío y lo agarra para ver de qué se trata. “Uh, mirá este tipo escribe novela policial, la voy a leer”. Y se acerca porque me conoce. Eso es a favor. En contra me parece que como tengo una visibilidad periodística muy alta eso hace que a lo mejor dentro de las miradas de la literatura entre comillas, lo vean como algo menor y digan: “no, este flaco es periodista, cómo va a escribir poesía”. Pero ahí hay que confiar en uno y en que tu literatura vale. Yo confío en mis textos. De pronto que me incluyan o no me incluyan, lo tengo que bancar. Con lo bueno y con lo malo. Yo tengo dos novelas policiales y un libro de cuentos policiales y nunca me han invitado a ninguna semana de novela policial ni de literatura negra. Pero eso, ¿es importante? La verdad que no es importante. Lo que es importante es que yo tenga claro eso. Lo importante es un comentario valioso que te hace alguien para bien o para mal. Lo que te aporta un editor, lo que te aporta un lector inteligente porque te permite crecer. Si vos me preguntas a mí cuál es mi objetivo, cuál es mi ambición, lo que yo quiero es escribir mejor.
Antes hablabas de tu paso por el taller de periodismo con Tomás Eloy Martínez (Ver Parte I del reportaje), ¿pensás que sirven esas experiencias? ¿Se aprende a escribir en un taller?
Si son buenos sí, pero si son malos no. Yo no asistí nunca a un taller literario. En realidad esto era un taller de narración periodística. La Fundación García Márquez insiste mucho en tratar de usar técnicas de la literatura de no ficción para contar hechos reales. Igual, para que sirva el taller siempre depende de los maestros y a lo mejor a los maestros no los encontrás en un taller. La vida me dio la posibilidad de conocerlo a Mario Trejo y yo aprendí de él. Estos oficios, y en eso se parecen periodismo y literatura, son oficios que se aprenden mucho haciéndolos, copiándolo al de al lado. Leer mucho es fundamental para escribir, como escuchar mucha música par un músico. El tipo que no lee, difícilmente pueda escribir bien.
Por último, si tuvieras que tratar de convencer a un chico que no lee para que lea, ¿qué le dirías? ¿Por qué le conviene leer?
Porque nunca estás solo si leés. Yo de chiquito siempre quise que me cuenten un cuento y todavía me sigue pasando lo mismo. Lo que más quiero en la vida es que me cuenten una buena historia. Entonces, creo que le contaría un cuento a una persona que quiero incitarla y después le leería otro y después le diría que podemos leer juntos. Un pedazo cada uno. Las historias son maravillosas. Los cuentos nos acompañan desde el comienzo de la humanidad. Ante la intranquilidad y los miedos nocturnos, yo me imagino en la caverna al hombre de Neanderthal tratando de contar una historia. Qué le pasó ese día cuando tuvo que salir a cazar. Y la gente y los niños escuchándolo. Yo creo que el relato nos sostiene, está íntimamente ligado a la historia de la humanidad. Incluso, cuando todavía no había idioma. Siempre había un relato o una pintura rupestre. Siempre alguien se quedó en la cueva y pintó. Mientras los otros iban a cazar, alguien contó que habían ido a cazar. Se trata de entender que la lectura, la literatura son una plataforma extraordinaria, no sólo para el pensamiento y la libertad, que es lo que se dice siempre, sino también para la diversión, para pasar el tiempo, para alejar los miedos. Lo mismo que les pasaba a los chicos en la caverna, para espantar el miedo sirve la literatura.