Por Alicia Morón. Messi, de Leonardo Faccio, no intenta ser una biografía ni una crónica; es más bien un relato que, aunque se nutre de investigación periodística, nos propone una historia.
Un muchachito que se aburre mucho, que habla poco, que duerme casi todo el día y que es el mejor futbolista del mundo.
El libro de Faccio se lee rápido y logra ser entretenido aunque trata sobre una persona muy aburrida. Sin embargo me parece importante destacar un problema que emerge de esta lectura.
¿Qué decir sobre una figura pública cuando el espectáculo, la publicidad y el periodismo nos bombardean con ella permanentemente? ¿Qué decir que logre ser distinto a ese bombardeo? Faccio opta por decir lo que los medios no muestran: lo que Messi es cuando no lo filman las cámaras y lo que escribe por chat cuando al fin se puede alejar de las entrevistas. Messi, dice Faccio, a diferencia de Maradona, Zidane o Ronaldinho, que son la furia mágica, la elegancia tensa y el malabar sonriente dentro y fuera de la cancha, no es el mismo con la pelota en los pies que sin ella. Y sin embargo esas dos imágenes, la del Messi futbolista asombroso y la del Messi muchacho aletargado, son dos partes del mismo relato. Faccio, de hecho, no puede contar su historia más que dando por supuesto el conocimiento de la imagen mediática de Messi. Así que Messi no nos cuenta ninguna historia alternativa; apenas refuerza la que ya sabemos todos.
Antes era posible, muy ingenuamente, enorgullecerse de no mirar televisión a la vez que estábamos todo el día frente a nuestras computadoras conectadas a internet. Ahora ya es muy difícil no saber que la televisión y el Messenger o el Facebook son lo mismo. Ahora es muy difícil negar que la industria del cine y la del chimento son lo mismo. Y Messi es otro ejemplo de cómo, cuando se quiere decir otra cosa, se vuelve a caer en lo mismo.
¿Decir otra cosa que lo que se nos impone es decir lo que no se nos cuenta? Ese recurso permite sentir cierta libertad a la vez que no se interviene en lo más mínimo sobre lo que se nos impone y se nos repite incansablemente.
Si Messi es el deportista más ganador del siglo XXI y también el personaje más famoso del mundo, dejar esos hechos de fondo para contar historias familiares demuestra la incapacidad de hablar de fútbol y de la actualidad del capitalismo, que son los dos campos en los que Messi es absolutamente único y sobre los cuales se ha hecho merecedor de tanta atención. ¿Por qué habría de importarnos Messi si sacamos de escena esos planos fundamentales?
Sabemos que Messi ha ganado todo lo que jugó y que ha obtenido ganancias extraordinarias. Eso es lo que la imagen mediática nos muestra todo el tiempo, casi a golpes de martillo. Hay quienes tenemos la capacidad de disfrutar de esos golpes y hay quienes no la tenemos. Lo que en definitiva importa es que sepamos preguntarnos cómo es que Messi juega al fútbol, cómo es que una persona es capaz de generar dinero con su sola presencia y cómo es que ambas cosas se relacionan entre sí. ¿Por qué habría de importarnos otra cosa?
Se inventan nuevas y hermosas maneras de jugar al fútbol y se inventan nuevas y redituables formas de hacer negocios. De estas dos cuestiones, que son las que hace que no podamos dejar de mirar a Messi, Faccio no nos dice nada.
Para entender entonces por qué Messi es la figura deportiva por excelencia del siglo XXI, mejor simplemente esperar hasta su próximo partido y hojear en el entretiempo los índices de ganancias de las empresas que lo patrocinan.