Por Cezary Novek. Las redes sociales potencian el circuito musical under. El fenómeno de Los rusos hijos de puta es una muestra de ello. Marcha dialogó con sus miembros para conocer de cerca su experiencia.
Los rusos hijos de puta es una banda que viene haciendo ruido desde el under porteño, dentro de un circuito muy específico de grupos como Menem, La Cosa Mostra, Perrodiablo, etc. Sin embargo, es gracias a bandcamp -la red social de músicos indie- que logró destacar de entre el maremágnum de usuarios, dado el alto tráfico de visitas y lo impactante de las canciones.
Yo los descubrí por Facebook, debido al video del corte de difusión “Tu mami”, que al momento de cerrar esta nota tiene ya unas 21.860 visitas. La primera impresión sugiere que podría tratarse de un chiste. La desprolijidad y furia del tema hace pensar en una versión porteño-balcánica de GG Allin & The Murder Junkies. Eso es lo que obliga a escuchar el resto de los temas, en donde la sorpresa se repite con matices. Porque no hay punk idiota en sus composiciones sino más bien un inteligente cóctel de estilos, actitud, energía y -sobre todo- cinismo. En definitiva era un chiste, pero más elegante de lo que había imaginado.
No pude resistirme al impulso de agregarlos como contacto y proponer una entrevista. En diálogo con Luludot Viento, también llamada “La Rusa” -carismática cantante y líder del grupo- me enteré de un poco más: “La banda se forma por casualidad. Y todo es culpa de Ladran Sancho, un hermoso bar y espacio cultural de Almagro. Julián y yo nos conocemos de Zárate, somos grandes y viejos compañeros de ruta. Casualmente ahí, en el bar, conocemos a Flor Mazzone -una de las madres de Ladran Sancho. Ella conoce a Santi Mazzanti de antes, por ser amiga de los pibes de La Cosa Mostra”. Sobre el génesis de la banda, agrega: “Me regalaron una guitarra, aparecieron canciones. Después apareció el resto”.
El nombre de la banda viene del apodo de los dos miembros más antiguos, por su amor a la bebida y a las grescas, y a causa de los rasgos eslavos de ambos. De hecho, es difícil creer que no sean hermanos.
Casi todas las composiciones son de “La Rusa”, y luego son sometidas a la intervención creativa del resto en la sala de grabación: “Dejamos que la música emerja sola, lo que decimos es lo que nos sale. No le ponemos trabas ni etiquetas a nada que pueda atentar contra la naturaleza de aquello que nos llega, en cierta forma, del más allá”, afirma con el mismo nivel de convicción e ingenuidad. Y no es una exageración. Después del cachetazo del tema de difusión, uno se encuentra con un puñado de canciones escritas con y desde las tripas.
El real encanto de esta banda reside en que puede provocar rechazo o fascinación, pero no indiferencia. En tiempos en que todas las disciplinas artísticas llegaron a un nivel de sofisticación que trasciende no sólo los formatos sino también la misma noción de disfrute, Los Rusos Hijos de Puta apuestan a la sencillez de lo puramente emocional, primitivo, sanguíneo. En ese sentido, le hacen honor al nombre. Y no hablamos de rock de garaje ni de indie sensible, ya que tal vez la manera de difundirse y los soportes elegidos sí lo son (promocionarse por una red social pero editar su primer LP en casete, por ejemplo). Se trata de retomar la esencia misma del salvajismo intrínseco a la naturaleza violenta y catártica del rock llevado a un nivel que no puede envidiar nada a bandas históricamente consagradas. En las estridencias y delicadezas de sus canciones se puede respirar la catarsis de los bailes primitivos, del ritual chamánico, del alarido de los guerreros escandinavos en estado de berserkr.
En contrapunto con la aparente desprolijidad, nos encontramos con una puesta escénica muy cuidada tanto en estética como coreografía, alternancias entre una voz que no sería difícil adjudicarle a un condenado al infierno junto con un bajo prolijo y eficaz, una batería capaz de hacer temblar el asfalto junto con una guitarra sencilla, pero encantadora. En vivo es imposible no enamorarse de la propuesta, que es energía en estado puro. Todos los integrantes se destacan por su histrionismo (al menos dos o tres de ellos tienen experiencia en teatro) y elegancia en escena. Profesionalismo y sangre es la fórmula. Si hay una estrategia de marketing detrás, lo disimulan muy bien.
“Somos totalmente genuinos” -insiste “La Rusa”- y remata con hermosa sonrisa, entre tierna y maliciosa–: “Y por ahí eso llama la atención, pero cantamos e interpretamos nuestros temas con todo el corazón puesto ahí. Lo que pasa es que la gente está acostumbrada al rock de los últimos diez años, que son todos unos muertos”.
Ni la mejor banda del momento ni producto sobrevalorado. Es mejor pensar en Los Rusos Hijos de Puta como un síntoma de saludable creatividad que asoma de entre el montón por derecho propio. Un hermoso indicio de que se debe prestar más atención a lo que se produce a pulmón pero con amor, por aquí y por allá. Estoy hablando de descubrir y disfrutar –por partes iguales– de las creaciones silvestres que están germinando día a día, a la vuelta de la esquina o de un click, recordándonos que el rock no sólo no se muere, sino que vuelve a sus orígenes y evoluciona.