Por Víctor Gómez. Con Canción de viaje (2012), su tercer disco recientemente editado, Soledad Villamil vuelve a dar muestras de una sensibilidad que se traduce en una dulcísima voz que va al encuentro de entrañables canciones.
Cierre los ojos, habrán dicho, cierre los ojos y escuche, déjese rodear por el sonido de esas músicas y palabras. Palabras que salen como sin ganas de hacerlo, por el placer de ocupar el ser que las lleva y contiene, para abandonarse al refugio de la próxima y segura libertad de cuando sean cantadas.
Así, el que fuera o sea pudo y puede haber sugerido tal disposición, también con las ganas del decir, al hacer escuchar Canción de viaje, el disco que Soledad Villamil hizo llegar a la humanidad que quiera, durante los últimos meses del año en el que el mundo se siguió derrumbando, sin que por ello la historia arribara a su fin.
Quizá, justa y consecuentemente, por algunas artes que resisten, o que de manera sencilla y feliz convocan a las nostalgias más luminosas, es que aún se está de pie. Nostalgias esas que nos hacen ver en el patio familiar dando unos primeros pasos, con flores coloridas igual que los vestidos, que van a la par de la mesa larga, con tíos, padres y amigos. Es que al escuchar Canción de viaje se sabe que son estos, como aquellos, los primeros días. O al menos pueden serlos, dándonos el beneficio de la oportunidad y el recreo. En resquicios pero oportunidad al fin, y en todo lo que quede o falte por vivir. Como afirma el título de una de las canciones que compuso la propia Villamil, “La vida seguirá”, donde sin llanto ni fatalidad por las ausencias, tan tristes como inevitables -y no aún y más allá sino por ellas mismas- es que nos podemos ir haciendo y siendo, sabiendo del crecer y sus circunstancias.
De su propia autoría se va a encontrar uno también con “Ya traté de olvidarte”, “Así nomás” y “Mi condena”, un pequeño compendio de, otra vez, gestos despojados, cálidos, sencillos de toda sencillez, acompasados al andar que uno se quiera dar. Lo mismo que el grupo de músicos, otro encuentro dentro de este, que exaltan y cobijan, todo a su debido o justo tempo, las bellezas de la voz e interpretación que Soledad Villamil pone al servicio de las canciones.
Uno, todos, el que sea otra vez, es. Somos lo que hacemos y decimos tanto como lo que citamos o tomamos de los otros. Rosita Melo y Homero Manzi, Violeta Parra, Fernando Z. Maldonado, Leo Masliah, Pablo Milanés y Nicolás Guillén son algunos de los componedores de esta obra en que al solo verlos y mencionarlos como propios, de alguna manera, o todas, ubican a la cantora Villamil en un lugar de la vida y sus mundos al que querremos visitar seguido.
Hay, como en sus obras anteriores, una especial y significativa atención al momento de conformar el repertorio. Puede decirse que no cualquier va de la mano de los seres mencionados con canciones como “Desde el alma”, “Maldigo del alto cielo”, “De qué callada manera”, “Biromes y servilletas” o “Volver, volver”.
Este disco, que llego y tuvo sus presentaciones ya, puede ser un más que buen anticipo de lo que serán las funciones en el Centro Cultural Torquato Tasso durante los viernes y sábados del mes de febrero. Si seguimos en pie, como se dijo, es por artistas como Soledad Villamil. Se recomienda, se pide y se vuelve a recomendar, para entonces y cuando sea, la versión de “Maldigo del alto cielo”, de Violeta Parra. Como con la poesía de la uruguaya, e igual de revolucionaria, Idea Vilariño, se encuentra en esa canción un punto sublime de interpretación.
De los otros estamos hechos, se nos dice, como de la materia de nuestros sueños. Al escuchar Canción de viaje se encontrará una certeza, tan luminosa como siempre, en relación a esos y otros anhelos. Desde el principio hasta algún fin hay en estas canciones una explícita belleza que se centra a su vez en la sutileza del asunto. Después de la sorpresa de Canta (2007) y la ratificación de Morir de amor (2009), sus discos anteriores que siempre pueden estar a la mano, llegó, llega Canción de Viaje, como para rumbear por unos cuantos caminos, fragmentos de los días que nos fueron y nos van pasando, tan lejanos como bien cercanos.