La semana pasada visitó nuestro país el primer ministro chino, 40 años después del restablecimiento de las relaciones diplomáticas. Cuáles son las amenazas y las promesas del vínculo con nuestro segundo socio comercial.
Wen Jiabao, el primer ministro de la segunda economía mundial, estuvo la semana pasada en nuestro país. Acompañado por funcionarios y empresarios de su país se reunió con legisladores y con la presidenta de la Nación, con la que firmó acuerdos de cooperación bilaterales. Cristina Fernández ratificó la consideración de que la alianza entre ambos países reviste un carácter estratégico, en la medida en que “ha cambiado el mundo en estos cuarenta años, más que en los últimos 200. Para nosotros recibirlo a usted significa no sólo un gran honor, sino el reconocimiento a nuevos escenarios mundiales en los cuales Argentina quiere ser protagonista, y China es el principal protagonista”.
Los convenios firmados tienen que ver con acuerdos en materia de energía, agricultura y asistencia financiera para la rehabilitación del ferrocarril Belgrano Cargas. Además ambos países convinieron un plan de acción 2013-2017 con el objetivo de impulsar más acuerdos bilaterales en distintas áreas.
Desde el punto de vista del funcionario chino, número dos de la enorme estructura de poder del Estado asiático, también hubo un fuerte respaldo a la relación con Argentina. Wen Jiabao declaró que “hoy por hoy China y Argentina están unidas por una relación estratégica”, al tiempo que espera que pueda acrecentarse la cooperación en todos los terrenos.
Finalmente, ambos mandatarios destacaron el apoyo mutuo que se brindan en sus respectivos reclamos de integridad territorial frente a Taiwán y a las Islas Malvinas.
Interrogantes de cara al futuro
En los últimos veinte años la presencia china en nuestro continente creció de manera cualitativa. Impulsado por un ciclo de enorme crecimiento que la llevó a ser la segunda economía del mundo, el comercio exterior chino se interesó en los bienes comunes naturales que abundan en Nuestra América. La necesidad de abastecerse de energía y sobre todo de alimentos tiene que ver con una población que se urbaniza a ritmos descomunales y que aumenta sus niveles de consumo transformando a la misma economía mundial. Además, ante la crisis del capitalismo, importantes capitales chinos vieron la posibilidad de invertir en América Latina en distintos terrenos como infraestructura, minería, energía o el sistema financiero.
En julio del año 2010 Cristina Fernández expresaba en su viaje a China la problemática en la que se encuentra nuestra economía, que compartimos con el conjunto de los países de nuestro continente. “El 82 por ciento de nuestras exportaciones a China son solamente cuatro productos y el 98 por ciento de las exportaciones chinas a Argentina son muchísima diversidad de productos, con mucho valor agregado. Los cuatro productos que conforman ese 82 por ciento de nuestras exportaciones tienen bajo valor agregado. Entonces es necesario fundamentalmente también tener una relación global que no solamente abarque a la soja o al aceite de soja, sino que mejore en su conjunto para ambos países sus relaciones y sus términos de intercambio comercial”.
Este planteo de la presidenta que conduciría a la necesidad de relanzar la relación comercial contrasta con las recientes declaraciones del presidente de la Cámara de Diputados de la Nación Julián Domínguez, quien fue ministro de Agricultura hasta finales del año pasado. Según Domínguez, la relación entre ambos países se encuentra “en su mejor momento histórico”, ya que “gracias al esfuerzo de nuestros gobiernos las relaciones han sido duraderas, sólidas y de beneficios recíprocos para los dos países, basados en el ganar-ganar”. La contradicción entre estas dos miradas oficialistas expresan muy bien la complejidad que asume para nuestro pueblo la relación con China.
Por un lado la demanda de productos agrícolas implica un enorme ingreso de dinero para los productores agrarios, principalmente a través de la venta de la soja necesaria para engordar los cerdos que a su vez permitirán alimentar a los millones de chinos que habitan las ciudades. No es posible ignorar esa realidad comercial con un altísimo potencial. Pero por otro lado el interés chino por la extracción de los bienes naturales de nuestro suelo y subsuelo no se encuentra para nada disimulado, y la gran mayoría de sus inversiones tienen que ver con el mejoramiento de la infraestructura que permita una mejor comercialización de esos bienes primarios, como es el caso del convenio firmado para rehabilitar el Ferrocarril Belgrano Cargas. Además el hecho de que los millonarios ingresos obtenidos por la venta de productos primarios permanezcan en manos de productores privados muy poco interesados en la reinversión productiva de sus ganancias impide pensar en una dinámica de utilización de la producción agraria para subsidiar la actividad industrial del país, al menos mientras no se modifiquen las relaciones de fuerza establecidas entre el gobierno y el campo en el 2008.
Finalmente hay que decir que no parece viable la esperanza de que nuestro país pueda diversificar sustancialmente sus exportaciones hacia China, teniendo en cuenta que estamos hablando del mayor exportador industrial del mundo. El déficit de nuestra balanza comercial con China resulta prácticamente irreversible, si bien seguramente pueden alterarse relativamente sus valores. En consecuencia la presión reprimarizadora que ejerce China sobre nuestra economía es muy fuerte.
Debemos tomar nota de que al pensar la presencia de capitales imperialistas en nuestro continente ya no alcanza con mirar hacia los Estados Unidos o Europa. También la influencia China comienza a ser muy grande, si bien por ahora se expresa de un modo diferente al que conocemos, en la medida en que la diplomacia China se cuida muy bien de focalizar sus intereses en la relación económica, poniendo diferencias políticas en un segundo plano. En cualquier caso, las relaciones de fuerza en el mundo están cambiando y es preocupante pensar que desde el punto de vista de esta gran potencia nuestro lugar en la división internacional del trabajo vuelva a estar en el suministro de bienes primarios, como una maldita condena histórica que se recrea.