Por Pedro Perucca. Hoy se estrena Wreck it Ralph (Ralph, el demoledor) el largometraje número 52 de los estudios de animación Disney y el staff de Marcha rumbea feliz a ver una de dibujitos.
La más palmaria demostración de que la carencia de ideas en la gran industria cinematográfica yanqui ya no tiene vuelta atrás la constituyen las películas basadas en videojuegos. Hasta el momento hemos sido víctimas de films como Super Mario Bross, Street Figther, Mortal Kombat, Doble Dragon, Doom… Con ese panorama general, las de Lara Croft y las Resident Evil ya no parecen tan malas. Y hay decenas más en agenda para los próximos años. Así que no sería del todo extraño que cualquier jueves de estos nos topáramos con Buscaminas, la película.
Pero esos videojuegos ochentosos que nos han brindado tantas horas de diversión y que han sido tan injustamente tratados por la pantalla grande merecían un campeón a su altura. Por suerte, ha llegado Ralph el demoledor para hacer justicia y con su destructor puño derecho defender a los años ochenta y con su imbatible puño izquierdo reivindicar a los amantes de los jueguitos de todas las edades.
Bueno, hacer justicia es una forma de decir porque en realidad Ralph (con la voz original del gran John C. Reilly) es uno de los malos. Una especie de Donkey Kong humano, de tres metros de altura, 270 kilos de peso y las manazas más destructoras del mundo de los bits. Su némesis, el bueno que le da nombre al jueguito ficticio que sirve de base a la película, es Fix-it Felix, el encargado de reparar los destrozos que causa Ralph y, poco antes de cada game over, también de arrojarlo desde la terraza del edificio atacado. Así una y otra vez desde los años ochenta.
Como ya lo mostrara Toy Story, los juguetes tienen su vida propia cuando los humanos se eclipsan de la vista. Los personajes de videojuegos también y para el 30 aniversario de Fix-it Felix Jr Ralph está cansado de la suya. Ya no encuentra placer en la destrucción, descubre que no tiene amigos y comienza a envidiar el reconocimiento y las comodidades que ostenta Felix. Ralph atraviesa una evidente crisis motivacional y existencial. Así que, para escándalo de su grupo de apoyo de Malos anónimos (del que participan desde Zangief y M. Bison, de Street Figther, hasta Kano, de Mortal Kombat, pasando por un zombie de House of the dead y por Clyde, el fantasmita naranja de Pac Man) plantea que ya no quiere seguir siendo malo y que, por una vez, quiere convertirse en el héroe del juego.
Luego de ese profundo replanteo vital, Ralph abandonará su propio video para luchar, asombrado por el nivel de violencia que han alcanzado los juegos, en un moderno e hipertecnológico mundo estilo Halo llamado Hero`s Duty (con elementos de Call of Duty y Gears of war) y acabar enredado en las empalagosas vicisitudes del Sugar Rush (un mundo de carreras de autos estilo Mario Kart, con lagos de chocolate, caramelos por doquier y un volcán alimentado por la explosiva combinación de Coca ligth y Mentos).
En este gran festejo de la cultura gamer hay lugar para infinidad de citas ñoñas y cameos de todo tipo: el malo de turno parece ser primo del tuerca Kick Buttowski (por gentileza de Disney Channel) y, más lejanamente, de Meteoro; para acceder a un baúl secreto hay que utilizar el famoso código Konami (arriba, arriba, abajo, abajo, izquierda, derecha, izquierda, derecha, B, A); en una cartelera del salón de reuniones de Bad Anon se busca a un perro perdido llamado Bolt; en la estación central de juegos aparecen desde el legendario Pac Man hasta la siempre bella Chun Li, pasando por Sonic, Skrillex, el Dr. Eggman y un decadente y desempleado Q*bert (a quien, nobleza obliga, le debo horas de diversión generadas desde un floppy disk de 5 ¼).
El hecho de que Rich Moore, el director de este bello y entretenido delirio, no provenga del riñón del pulpo Disney sino de productos televisivos como Futurama, The Critic o Los Simpson (entre otros episodios, es el responsable de los memorables “Marge contra el monorriel” o “Cabo de miedosos”) le da un muy saludable toque de irreverencia y humor al proyecto. Que sigue siendo “una de Disney”, está claro, con todo lo que eso implica a favor, en cuanto a eficiencia técnica, a profesionalismo para contar una historia, a producto amable para niños y niñas de diversas edades, y también en contra, en lo que hace a una a veces excesiva tentación moralizante y a algunos lugares comunes innecesarios. Sin embargo, también es cierto que la factoría Disney no ha sido ajena al paso de las décadas y de las luchas y que sus prototipos ejemplares ya no son (únicamente) el Príncipe y la Bella Durmiente sino que por lo menos desde la aparición de la otra Bella (la de la Bestia, no la Durmiente) hay lugar para chicos tiernos y chicas con personalidad indomable; para elecciones marginales que pueden conducir a la felicidad y discursos sobre la importancia de la acción colectiva; para la amistad tendiendo lazos aún en los lugares más inesperados y una reivindicación de las elecciones como lo que realmente nos define en la vida; para una crítica solapada de la clase media bien pensante y un cuestionamiento explícito de la monarquía que podría descolocar a más de una princesita.
Así que todo bien, rompé tranquilo, Ralph, que está todo pago.
Finish him
Ya que estamos con los video juegos, dos recomendaciones que vienen al caso y que ameritarían un par de fatalities sobre mi persona si las dejara pasar:
1) Ready Player One, de Ernest Cline: La novela geek de este principio de milenio, ambientada en un futuro cercano de decadencia y superpoblación mundiales donde el único escape hacia una vida vivible es la plataforma OASIS, una superación de Internet donde la inmersión es absoluta y donde el héroe se embarcará en una cruzada apasionante en la que serán clave sus conocimientos del espectáculo y de los videojuegos de los años setenta y ochenta.
2) Tron: Uprissing (2012): Serie animada de Disney que se ubica cronológicamente entre Tron (1984) y Tron Legacy (2010). Antes de que Kevin Flynn volviera a luchar contra la tiranía de Clue ya existía una resistencia en la red, encabezada por un valiente discípulo de Tron llamado Beck (con voz del siempre interesante Elijah Wood). En primer lugar no deja de ser sorprendente escuchar hablar tanto de lucha y revolución en un producto Disney, en segundo término, las historias y los personajes son sólidos y las situaciones dramáticamente intensas y, finalmente, el arte, la música y la dinámica generales son de lo mejor que he visto en animación desde Samurai Jack. Además, el hecho de que aparezca Jeff Bridges (aunque sea en forma de dibujito) siempre es un plus. En fin, que aún quedan esperanzas para un Star Wars hecho por Disney después de la adquisición de Lucas Films. Help me, Obi Wan.