Por Francisco J. Cantamutto y Agostina Costantino. ¿Es cierta la afirmación del gobierno de que el abastecimiento de recursos externos dejó de ser un problema para la economía argentina? Un análisis de la década que pasó.
Un tema muy debatido durante los últimos años es la consistencia de las cuentas externas del país. Con esto se está refiriendo a la necesidad de cualquier economía de balancear el flujo de entradas y salidas de recursos de su propio sistema. Ninguna economía puede permitirse la salida permanente de recursos internacionales (divisas, metales preciosos y diversos títulos), a riesgo de provocarse a sí misma una contracción. La idea no es difícil de entender si pensamos en la Argentina de 2001: aprendimos a la fuerza que la salida masiva de recursos provoca crisis.
El gobierno insiste con que el país ha superado esta restricción externa al crecimiento, es decir, el abastecimiento de recursos externos ha dejado de ser un problema. Creemos que esto es sólo parcialmente cierto. Es cierto en el sentido de que la devaluación y la bonanza en los precios internacionales de las materias primas generaron un importante superávit comercial, que ha permitido hasta ahora crecer sin enfrentar la astringencia crítica de divisas. Pero con esto no se supera la necesidad de obtener recursos externos: Argentina los necesita para poder sostener su crecimiento, toda vez que gran parte de los bienes y servicios que requiere para consumir e invertir provienen del exterior. Pero estos no son los únicos usos.
La herramienta contable para ver las entradas y salidas de estos recursos es la balanza de pagos. Para el análisis que sigue, lo que hicimos fue clasificar las cuentas que la componen para que nos ayuden a comprender el proceso actual. Pretendemos con esto poder comparar la década de la convertibilidad con la década más reciente. En ambos períodos el saldo acumulado de la balanza de pagos fue positivo, lo que permitió acumular reservas, tal como se ve en el gráfico. Cuando la balanza de pagos es negativa, las reservas caen y la economía se ve forzada a devaluar su moneda, como en 2001.
Según se ve en el gráfico, durante la convertibilidad el comercio externo no aportó recursos a la economía, en gran parte debido al tipo de cambio fijo y apreciado (“caro”). El abastecimiento recaía entonces en otras fuentes: fueron la inversión extranjera y el endeudamiento las vías para obtener recursos. Las privatizaciones explican la primera fuente, mientras que el vertiginoso modelo de endeudamiento público y privado explica la segunda. Cuando no hubo activos para privatizar ni acceso a deuda, el modelo implosionó.
En la década más reciente, en cambio, el país ha logrado un gran superávit comercial, volviéndose la principal fuente de recursos. La importancia relativa del endeudamiento, a partir de la declaración de default se vio disminuida, especialmente en el sector público. La inversión extranjera, en cambio, continuó siendo una fuente relevante, aunque levemente menor a la década previa. Esto pone en cuestión el rol de la “burguesía nacional” en el proceso de acumulación: sigue existiendo una dependencia –aunque atenuada- de la aplicación de recursos en el país por parte de agentes extranjeros.
Si en las fuentes de recursos encontramos interesantes diferencias y continuidades, estas últimas parecen ser la regla en los “usos”. La salida por el pago de intereses de deuda se ha mantenido en el mismo nivel que en la década previa, cuando el endeudamiento era parte de la lógica de funcionamiento económico. En la última década, además, la remisión al exterior de utilidades y dividendos ha crecido, llegando casi a triplicar su importancia. Esto es efecto de la señalada dependencia en la inversión extranjera, que implica una salida de recursos en calidad de pagos por el uso de su capital. La dinámica de pagos crecientes de intereses y utilidades pone a la economía en un aprieto. Sin embargo, el tercer uso de recursos externos resulta más explosivo: la fuga de capitales ha crecido más de dos veces y media respecto de la década anterior. Entendemos por fuga toda aplicación de recursos en activos no relacionados con la actividad productiva (principalmente, en finanzas), es decir, que no tienen beneficios futuros en términos de capacidad de abastecer de productos.
La consistencia externa de la convertibilidad recaía sobre el endeudamiento y su lógica perversa. En la etapa actual parece recaer sobre el superávit comercial, agobiado por la presión creciente del pago de intereses y utilidades y la fuga de capitales. En la medida en que estos usos insumen mayores cantidades de recursos, y dado que el endeudamiento no está disponible (ni es deseable) y la inversión extranjera exacerba esta lógica de dependencia, la necesidad del superávit comercial se vuelve un mandato. Desde este punto de vista, la restricción externa está lejos de estar resuelta. Argentina queda obligada a ganar competitividad elevando la explotación de la fuerza de trabajo, poniendo límites a las mejoras salariales y tendiendo a devaluar su moneda. Ninguna es una buena perspectiva para las mayorías.
Además de ganar competitividad mediante estas medidas, el gobierno puede (y de hecho lo hace) poner restricciones a estas distintas formas en las que los capitales salen del circuito de producción nacional. Sin embargo, aquella en la que más ha concentrado sus esfuerzos es en la compra minorista de dólares, con todo el costo político y los cuestionamientos sobre las “libertades individuales” que esta medida conllevó. Esto en lugar de atacar las formas que, según mostramos, son las más importantes a la hora de hablar de salida de capitales: la remisión de dividendos de las filiales trasnacionales a sus casas matrices y el pago de intereses de deuda externa. No creemos que el gobierno desconozca estas opciones, es más, creemos que la elección entre ellas no responde a un problema dentro del ámbito de la Economía, sino que responde directamente a una decisión política. La decisión de afectar intereses poderosos.