Por Juan Matías Gil desde Sur Sudán. La nación mas joven del mundo, la República de Sur Sudán, celebra su primer aniversario. Como en Argentina, la fecha célebre es el 9 de julio.
Modelo institucional, definiciones políticas, presiones económicas y diversidad cultural son tan sólo algunas de las cuestiones a considerar, discutir, acordar y trabajar a la hora de construir un país. El caso de Sur Sudán dista de ser análogo al argentino. La liberación colonial había llegado décadas atrás, en 1956, cuando se independizó de su protectorado británico-egipcio, y se formó la República de Sudán. Pero esta liberación no había marcado el fin de los conflictos internos en su territorio.
Los habitantes de la región Sur -en su mayoría cristianos y considerados subsaharianos- reclamaban más autonomía al gobierno de Jartum (capital de Sudán), con mayoría de población árabe y musulmana. La persistencia del conflicto provocó dos largas guerras civiles: la primera duró diecisiete años (1955-1972) y la segunda, veintidós (1983-2005), dejando el mayor saldo de muertos de cualquier conflicto armado después de la Segunda Guerra Mundial. La confrontación provocó el desplazamiento de decenas de miles de personas y miles de niños huérfanos que fueron forzados a participar en el conflicto o recluidos en campos de refugiados.
La última guerra civil llegó a su fin con la firma del “Comprehensive Peace Agreement (CPA)”. El CPA establecía la autonomía de las regiones, el llamado a un referéndum para consultar la sucesión definitiva (pasaron 6 años hasta la efectivización del llamado), distribución de cargos administrativos, constitución de las fuerzas armadas, definición de las fronteras y coparticipación de los ingresos provenientes de la explotación del petróleo.
La separación ha significado para Sur Sudán la tenencia del 75 % de las reservas petrolíferas que hasta entonces pertenecían al país en su integridad. Pero las refinerías y el puerto de exportación (Puerto Sudán, a orillas del Mar Rojo) están situados en Sudán. De esta manera, la situación es que Sur Sudán es poseedor de la mayoría del crudo de la región, pero Sudán tiene los medios para darle valor de mercado, comercializarlo y exportarlo. El punto es que Sur Sudán no tiene salida marítima alguna.
Los ingresos provenientes del petróleo representan para el gobierno del nuevo Estado el 98% de su presupuesto nacional. Desde julio del 2011 se han ido acumulando los fracasos en innumerables rondas de negociaciones por las tarifas de tránsito del petróleo. Mientras Sur Sudán ofrece US$ 1 por cada barril transportado, su vecino del norte exige US$ 36. Tras la falta de avance en las negociaciones, y acusando al gobierno de Jartum por apropiación ilegal del crudo, el gobierno del Sur ha decidido cortar el flujo del petróleo hacia Puerto Sudán.
Se trata de una política arriesgada, teniendo en cuenta la dependencia del país de este recurso, la situación económica actual, las escasas reservas financieras, la falta de infraestructura la imposibilidad de refinar o exportar. Luego de medio año de aplicación, ni siquiera las presiones de China, principal inversor y comprador de la producción, ha hecho revertir la medida.
Los conflictos armados y violaciones del CPA del 2005 persisten, especialmente en tres regiones donde la demarcación de las fronteras aun no ha sido definida. Se trata de los Estados de Upper Nile, South Kordofan y Western Bahr el Ghazal. Las dos primeras son zonas de explotación petrolera, mientras que la última posee un gran potencial minero no explorado por conflictos internos en la zona de Darfur. Estos conflictos generan constantes desplazamientos desde el norte. A agosto del año pasado se estimaba la presencia de cerca de 300 mil personas en campos de desplazados en el nuevo país.
No sólo son externos los desafíos de Sur Sudan. Los conflictos, ataques y revanchas tribales no cesan. Se estiman en mil las muertes por enfrentamientos entre tribus Nuer y Luer en el estado de Jonglei durante el mes de marzo. A su vez, se denuncian permanentes abusos y torturas por parte del Ejército de Sudán del Sur durante la campaña de desarme domiciliario, que se está llevando adelante desde hace meses en todo el territorio.
Desde una perspectiva de desarrollo social, el punto de partida de Sur Sudán no parece demasiado alentador, considerando sólo algunos indicadores:
– Es uno de los países más pobres del mundo, con 50,6 por ciento de sus habitantes bajo la línea de pobreza.
– El 56 por ciento de la población tiene menos de 20 años y la expectativa de vida es de 56 años.
– Menos de la mitad de la población tiene acceso a fuentes de agua potable segura
– Menos de un cuarto tiene una instalación sanitaria en su domicilio.
– El 30% no tiene acceso a servicios de salud.
– La mortalidad materna es de las más altas del mundo: 2.054 muertes cada 100 mil nacidos vivos, lo que significa que 1 de cada 50 mujeres embarazadas morirá al nacer su hijo.
– La mortalidad infantil es de 105 por cada mil nacidos vivos, lo que significa que 10 de cada 100 niños morirán antes de completar 5 años de vida.
– En algunos estados la desnutrición infantil alcanza el 40 por ciento.
– Solo el 17 por ciento de los niños del país poseen el calendario de vacunación completo.
– La tasa de alfabetización es del 27 por ciento en mayores de 15 años.
¿Qué queda de aquel sueño?
A finales de los sesenta, Silvio comenzaba a cantar La canción del Elegido con una frase memorable: “… y comprendió que la guerra era la paz del futuro”. ¿No será el momento de que Sur Sudán defina un hito temporal y no siga posponiendo su futuro?
¿No será el momento de pensar en esas vidas que quedaron atrás para pagar el sueño de tantos? ¿En que las primeras generaciones que comienzan a nacer “en paz” puedan crecer alejadas del odio y del rencor? ¿De desarrollar un modelo social de país responsablemente? Los desafíos, como se ve, no faltan.
La realidad no se muestra como sueño. La inserción en el mundo globalizado actual no es sencilla. Pero Sur Sudán tiene bajo sus dominios el recurso más valorado y codiciado –todavía- de la economía contemporánea. Numerosas son las presiones externas para hacerse de las mejores oportunidades de explotación. Pero Sur Sudan tiene frente a si una oportunidad única. Debe reflexionar que tipo de país y sociedad pretende ser. Podría convertirse en el ejemplo de África, sin slogans. La primera nación del continente que rompe con las fronteras poscoloniales, que deja atrás sus legados de violencia para mirar hacia adentro, para evaluar su potencial, planificar a corto, mediano y largo plazo dentro de sus posibilidades reales, construyendo un sociedad justa y pacifica, que define sus políticas independientemente del viejo orden y que decide sus planes económicos autónomamente. Siglos no le han alcanzado a Argentina para lograrlo, ¿cuánto tiempo necesitará la nueva nación africana? Le ha llegado el momento de empezar.