Por Bruno Dobrusin. Desde el comienzo de la llamada ‘primavera árabe’ se presentó a Turquía como el ejemplo a seguir por las ‘nacientes democracias’ de medio oriente. Con una democracia relativamente estable, este país no es la panacea que se presenta en los grandes medios internacionales.
La llegada del islámico Partido por la Justicia y el Desarrollo (AKP por sus siglas en turco) al gobierno en el 2002 estabilizó la situación política después de décadas de interferencia del ejército en los destinos del país. En 1997 tuvo lugar el último golpe de estado organizado contra un gobierno democrático y en 2004 se encontró una larga red de conexiones y planes para derrocar al recientemente electo primer ministro Tayip Erdogan, caso que llevó el nombre de Ergenekon y que continúa siendo investigado. La injerencia del Ejército es histórica en Turquía y viene desde la fundación misma del estado en 1925 por Kemal Ataturk. El Ejército se ve a si mismo como el garante de la seguridad en el país, la gran preocupación nacional, y como el único organismo capaz de mantener la identidad nacional. Si bien ha disminuido su capacidad de injerencia durante el mandato del AKP, el Ejército continúa teniendo una fuerte presencia en la vida pública turca.
Esta presencia se refleja en el conflicto con la población kurda. El sureste de Turquía, a lo largo de las fronteras con Siria, Irak e Irán, se encuentra totalmente militarizado. Turquía concentra allí el grueso de sus tropas y sus actitudes represivas contra la población. Se estima que desde 1990 en adelante, cuando estalló el movimiento insurgente kurdo PKK, el ejército asesinó a más de 30.000 kurdos. En todos los casos la excusa es la misma: son cómplices, o activos militantes, del movimiento guerrillero insurgente. Pero hay pocas pruebas presentadas al respecto.
Los kurdos no tienen cabida dentro de la lógica del estado-nación bajo la cual se creó Turquía. En esa idea, los que se consideran como verdaderos herederos y líderes de los otomanos, el grupo étnico turco, son quienes deben poblar el país. Todos los demás grupos étnicos tienen que adaptarse a esas reglas. Ya les pasó a los armenios con el genocidio del comienzo de siglo XX (bajo el Imperio Otomano) y también al millón de cristianos que fueron ‘intercambiados’ con Grecia en 1945, por el simple hecho de pertenecer a otro grupo religioso. Los kurdos también se ven afectados por esta política muy parecida a una limpieza étnica. Hasta hace poco tiempo no tenían permitido hablar su idioma, ni practicar sus ritos culturales. Uno de los pocos avances ha sido otorgar el permiso para abrir una estación de radio y televisión que transmita en sus idiomas. Esa fue la concesión más importante que otorgó Erdogan durante su mandato, más pensando en el afán inicial de sumarse como miembro pleno a la Unión Europea que realmente incorporando las demandas del pueblo kurdo.
A la situación de los kurdos se suma la presencia de miles de presos políticos en las cárceles turcas, entre los que predominan sindicalistas y periodistas. A los primeros se los suele acusar de connivencia y apoyo a la causa kurda, mientras que a los últimos se les imputa el conocido Artículo 301, que básicamente determina -muy ambiguamente- que no se puede ofender a la ‘nación turca’. Esto deja lugar a cualquier tipo de interpretación y acalla las críticas hacia un gobierno o hacia una política específica. No es casualidad que no exista el derecho a huelga para los sindicatos y que sólo hace dos años, en 2009, se haya permitido por primera vez una manifestación a la plaza de Taksim en Estambul para el día del trabajador, el 1ero de mayo.
En los últimos años la economía turca ha crecido a niveles altos, especialmente por el empuje de una nueva clase empresarial que se identifica con las políticas del AKP y que también se identifica con sus ideales religiosos. Es la llamada ‘burguesía de Anatolia’, en referencia a la zona central de Turquía, una de las más tradicionales. El crecimiento económico y la estabilización de la democracia (con sus problemas también, ya que se necesita superar el 10 por ciento de los votos para acceder al Parlamento) son dos valores que promovieron a Turquía al estatus de ‘ejemplo a seguir’ para las rebeliones en los países árabes.
Pero esto no es suficiente. Turquía es también miembro de la OTAN y aliado de Estados Unidos en la región. Es un factor clave en la estrategia de seguridad estadounidense en la zona, y eso lleva a las constantes alabanzas a su modelo de ‘democracia y progreso’ al mejor estilo liberal. Pero, como demostramos en esta nota, prevalecen problemas internos muy importantes en Turquía, un estado que continúa militarizado y que no acepta sus propias diferencias, algo que pide que hagan los demás países en proceso de revueltas.