Por Pedro Perucca. Se acaba de estrenar la obra Evita y el Che: Los mejores sueños son los que se cumplen, que propone un conflictivo encuentro entre Eva y Guevara en un más allá desde el que siguen atentamente las viscicitudes latinoamericanas y hacen un recorrido por nuestra compleja historia nacional.
Parece que Fidel está jodido. Desde arriba van siguiendo los contradictorios partes sobre su salud dos de los más grandes mitos argentinos. Evita y el Che están pendientes de la agonía del líder de la revolución cubana. Eva dice que ya está, que más no se le puede pedir, que mejor que no siga sufriendo. Ernesto opina que no, que Fidel no puede colgar los guantes aún, que todavía tiene mucho para dar en la isla, en la Tierra, en la vida.
En esa ventana al más allá que se abre en el escenario de La Ranchería podemos ser testigos de ese encuentro imposible que mintió el musical de Andrew Lloyd Webber. Evita y el Che se provocan, se chicanean, coquetean. Discuten, se pelean, a veces se encuentran. Juntos recorren las viscicitudes, mayormente trágicas, de la última mitad del siglo XX en Argentina. Así desfilan por el escenario la revolución fusiladora de 1955, la gesta cubana de 1959, el exilio de Perón (el Che insiste con que debía haberle hecho caso a John William Cooke y escoger la Cuba revolucionaria en vez de la España franquista), la caída del guerrillero heroico en la selva boliviana, la primavera camporista, la expulsión de los “imberbes” de la plaza, Ezeiza, la sangrienta dictadura de 1976, la democracia, el menemismo.
Por turnos estremecidos Evita y el Che recuerdan a algunos pocos amigos, sus últimos días, sus muertes y la profanación de sus cuerpos. Pero no sólo. También despotrican contra el común destino de remera que día a día desdibuja cualquier prédica transformadora, comprometida. Eva le critica que se haya ido a combatir a otros países, que haya elegido la lucha armada, que nunca acabe de entender al pueblo peronista. Ernesto retruca que hasta el mismo Perón lo reconoció como un héroe revolucionario argentino a la hora de su muerte, le cuestiona las contradicciones del peronismo, la trata de burguesa. Eva le dice “niño bien”.
La obra, dirigida por Eduardo Meneghelli, está basada en una idea original de Gabriel Rubinstein y en investigaciones históricas de Daniel Campione. Además cuenta con música original de Lito Nebbia. El proyecto se puso en marcha gracias al cada vez más en boga crowfundig, sistema de micro financiación colectiva. En cuanto a la puesta, el eje dramático de la agonía de Fidel Castro no acaba de funcionar demasiado bien como columna vertebral de la pieza y como separador de los cuadros. La escenografía tal vez es un poco demasiado despojada y las actuaciones son valiosas aunque parece más cómoda Lucía Urriaga como Eva que Ariel Cofre como Guevara.
Pero el encuentro (imposible o pendiente, según cómo se mire) entre peronismo y socialismo revolucionario no acaba de concretarse en el escenario. Eso no es lo más grave, claro, porque no le vamos a pedir a una obra teatral que resuelva uno de los desencuentros políticos más complejos de nuestra historia, pero sí se le puede cuestionar no haber intentado ir más a fondo, no aprovechar a esos dos inmensos personajes para entrarle al meollo de algunas discusiones fundamentales. Así los cruces entre Evita y el Che sobre los límites del proyecto burgués del peronismo, sobre la utilidad o no de la lucha armada, sobre la prioridad teórica del internacionalismo o del proyecto nacional, sobre la recuperación posible de las herencias teóricas y prácticas de un pensamiento transformador para la Argentina, la mayor parte de las veces se quedan tan sólo en la superficie, en el estereotipo. Puede que la intención didáctico/política haya conspirado demasiado contra la densidad del texto, con lo que los personajes nunca llegan a tener carnadura real, limitándose a recitar algunas frases célebres y a recordar algunas anécdotas más o menos conocidas.
Por otro lado, la indudable voluntad de la obra de plantear la actualidad posible de un encuentro entre peronismo y socialismo lleva a exagerar las coincidencias reales y a minimizar los conflictos. Es una decisión política respetable, por supuesto. Pero tiene consecuencias dramáticas (en todos los sentidos). Y de fondo siguen estando toda una serie de preguntas que, seguro, son extremadamente arduas de abordar escénicamente, pero no por eso dejan de hacerse sentir: ¿Cuál peronismo? ¿El único peronismo es el de izquierda? ¿Qué es el peronismo, ese gran significante vacío, para decirlo como Laclau? Y también, por supuesto: ¿Cuál socialismo? ¿Su mejor declinación posible es la de la estrategia revolucionaria guevarista? Etcétera.
Es cierto que ante el golpe gorila de 1955 Guevara dijo en una carta a su madre: “Te confieso que la caída de Perón me amargó profundamente, no por él, por lo que significa para toda América, pues mal que te pese y a pesar de la claudicación forzosa de los últimos tiempos, Argentina era el paladín de todos los que pensamos que el enemigo está en el norte”. El joven Guevara añora a la Argentina peronista pero está muy lejos de idealizarla, de considerarla como una oveja negra hecha y derecha, cuando apenas es “una ovejita gris pálido”. En la Cuba revolucionaria el peronismo estaba lejos de ser juzgado, con la liviandad propia de nuestro gorilismo autóctono, como filofascista, pero tampoco nadie lo creía revolucionario. Los intentos de síntesis de Cooke (o de tantos otros) siempre quedaron en intentos. Y, de hecho, el General consideraba que el Gordo ya había “dejado de ser peronista”. Es cierto que hubo dos encuentros más o menos secretos de Guevara con Perón en Madrid, en 1964 y 1966, pero también lo es que Perón nunca acordó con la estrategia insurgente del Che, que trató de convencerlo de que desista de la aventura boliviana, le negó cualquier apoyo orgánico y lo caracterizó como “un utópico inmaduro”. Lo que no fue obstáculo para que a la muerte de Guevara lo valore en toda su dimensión revolucionaria, considerándolo “uno de los nuestros, quizás el mejor: un ejemplo de conducta, desprendimiento, espíritu de sacrificio, renunciamiento”. En una carta a Ricardo Rojo, autor del libro Mi amigo el Che, Perón sostiene que “el sacrificio del Comandante Che Guevara no ha sido en vano: su figura legendaria ya ha llegado con su ejemplo a todos los rincones del mundo y muchos anhelarán emularlo (…) Combatir con éxito o sin él contra el imperialismo, ha sido en todos los tiempos un sello de honor para los hombres libres y eso nadie lo podrá borrar del epitafio que Guevara tiene sobre su tumba incierta en el espacio, pero tremendamente verdadera en el tiempo”.
Por el lado de Eva también las posibilidades de romance venían complicadas. Lo más probable es que en vez de bailar un vals con el Che, le hubiera tirado las 20 verdades peronistas por la cabeza. Es famoso el análisis, decididamente superficial, que hace Evita de Marx y el marxismo, reivindicando a Karl como “propulsor”, por plantear la necesidad de la unión de los trabajadores, pero también condenándolo como “un jefe que equivocó el camino” por su doctrina “contraria a los sentimientos del pueblo, sentimientos profundamente humanos. Niega el sentimiento religioso y la existencia de Dios. (…) El marxismo es, además, materialista. Y esto también lo hace impopular. También suprime el derecho de propiedad, tan profundamente humano”. Así, coherentemente, Evita consideraba que “Solamente por desesperación o desconocimiento de la doctrina del mismo, pudo el comunismo difundirse tanto en el mundo, más por lo que iba a destruir que por lo que prometía construir”.
Un encuentro real y fructífero entre proyectos tan disímiles sólo podría nacer de la confrontación impiadosa de búsquedas, objetivos, proyectos y protagonistas, de la constatación rigurosa de las diferencias políticas, teóricas y metodológicas y no de su minimización. Sin embargo, la obra tiene el mérito indiscutible de reproponer esta discusión, de abrir debates fructíferos para la salida del teatro, de volver a abordar una vez más este nudo conflictivo de encuentros y desencuentros entre peronismo y socialismo revolucionario sin el que es imposible entender la historia argentina de los últimos 70 años.
En fin, más allá de toda especulación político/dramática, lo cierto es que Fidel Castro no agoniza y ayer festejó su cumpleaños número 87.
Ficha técnico artística
Idea: Gabriel Rubinstein
Dramaturgia: Santiago Garrido
Actúan: Ariel Cofre, Lucía Urriaga
Vestuario: Mariana Arzola
Escenografía: Magali Acha
Video: Felipe Botero Restrepo
Música original: Litto Nebbia
Sonido: Matias Villaroel
Asesoramiento histórico: Daniel Campione
Asistencia de dirección: Felipe Botero Restrepo
Dirección: Eduardo Meneghelli
LA RANCHERIA
México 1152 – CABA
Teléfonos: 4382-5862
Web: http://www.teatrolarancheria.com.ar
Entrada: $ 70,00 / $ 35,00 – Sábado – 21:00 hs