Ayer se cumplió un mes desde que las fuerzas armadas francesas comenzaran su intervención en la ex colonia africana. Hollande habla ya de objetivos cumplidos, pero queda el miedo de un nuevo Afganistán africano.
El 11 de enero de este año, las fuerzas armadas francesas establecidas en Chad, Niger y París, comenzaban sus operaciones hacia el norte de Mali, fuera de control desde hacía nueve meses. El gobierno de Bamako, capital malí, se encontraba, y se encuentra, en una situación muy delicada. Con un presidente interino, tras el derrocamiento en marzo pasado de Amadou Toumani Touré, víctima de atentados fácilmente evitables y sin un poder real sobre el Estado, con un primer ministro fantasma y una Asamblea nacional paralizada, las instituciones malíes se encuentran ante el difícil reto de levantar un país social y políticamente dividido.
Aquél 11 de enero representó un parteaguas para la historia reciente del país africano. Mientras que su ejército se desmembraba, los grupos más radicales del yihadismo subsahariano se hacían con una porción cada vez más grande del territorio. Cuando Ansar ed-Dine (“Defensores de la Fe”), el Movimiento por la Unidad y la Yihad en África Occidental (MUJAO), y al Qaida en el Magreb Islámico (AQIM) se acercaban a la posibilidad de controlar la ciudad de Konna, varios funcionarios en Bamako comenzaron a temblar en serio. Konna es, llegando desde el norte del país, la ciudad con acceso directo a la capital de Mali, una suerte de pasaje asegurado hacia el control político de la nación africana. Fue en ese momento que Francia decidió intervenir. En la noche del 11 de enero las bombas francesas despertaron a los combatientes y ciudadanos de los pueblos del norte de Mali. Había empezado esa intervención que los políticos locales tanto le habían pedido a Francia, país ‘protector’ de sus ex colonias de la Francafrique. siempre dispuesto a apretar el gatillo en África.
Un mes más tarde, el presidente Hollande ya habla de “objetivos cumplidos” durante la intervención militar. “Considero que lo esencial de la misión que marqué hace un mes, de los objetivos que fijé, han sido logrados”, aseguró ayer en el Elíseo en una conferencia de prensa con su homólogo nigeriano, Goodluck Jonathan. “Lo esencial del territorio de Mali ha sido liberado. Ninguna ciudad está ocupada por los grupos terroristas”, destacó, al mismo tiempo que aseguró que la misión aún “no está terminada”. El mandatario francés se comprometió a “proseguir con la seguridad del territorio de Mali. Tenemos que evitar que los grupos terroristas se escondan. En el extremo norte del país hay que localizar algunos comandos terroristas y sus jefes”.
La preocupación por la continuidad de Mali no es un dato menor. Desde el comienzo de la intervención, Francia gastó 2,7 millones de euros por día en equipamiento militar y pudo mostrar las debilidades logísticas de sus fuerzas armadas. Si bien Hollande asegura que “ya hay más soldados africanos no malienses en Mali que franceses”, queda en evidencia el liderazgo galo en la reconstrucción del país. En buena parte por la importante cuota que París administra directa o indirectamente en los mercados malíes y de los demás países subsaharianos. Pero, por otro lado, la intervención en Mali también destapó la fragilidad en términos políticos, militares y territoriales de la zona.
El auge de los movimientos yihadistas de esta región de África se dio luego de que las fuerzas occidentales intervinieran en Libia, verdadero punto de equilibrio en la estructura geopolítica nordafricana. A partir de la pérdida de esta referencia, se reactivaron los conflictos territoriales y religiosos en toda la región, reforzados por los vientos de cambio traídos por la llamada ‘primavera árabe’. Así, los indígenas tuareg declararon la independencia del Azawad en abril tras combatir con las mismas armas con las que habían defendido Gadafi pocos meses antes. Y los grupos islamistas, fomentados por las propias fuerzas occidentales nucleadas en la OTAN en Siria, se hicieron de ese mismo territorio del norte de Mali poco tiempo después. Lejos de buscar la toma del poder, los yihadistas ven ahora en esta ‘derrota’ militar la posibilidad de instalar movimientos de resistencia muy fuertes en la región, junto con los combatientes de Nigeria y Niger. Y por el otro lado, la vuelta al discurso de la guerra contra el terror ofrece un panorama muy favorable para las potencias occidentales para instalar un fuerte control sobre la región. Estados Unidos ya recibió el vía libre para instalar una base de drones en Niger, mientras que las debilidades de la fuerza aérea francesa estarían haciendo que París evalúe hacer lo mismo.
El panorama prevé escenarios favorable para la proliferación de grupos guerrilleros islamistas llamando a combatir contra los invasores, que a su vez reforzarán su presencia para contener este tipo de movimientos. El mismo premier británico, David Cameron, hecho más leña al fuego al declarar que el terrorismo “pone en riesgo nuestro modo de vida”, al referirse a la situación malí. Un escenario que, con sus particularidades, se parece cada vez más al que vive hoy Afganistán, un pantano sin retorno dominado por las políticas extranjeras.