Por Alicia Morón. Sobre Canción de la desconfianza, de Damián Selci (Eterna Cadencia, Buenos Aires, 2012).
Damián Selci no deja lugar a dudas sobre la geografía en que transcurre Canción de la desconfianza: el nombre Argentina aparece una y otra vez, así como los nombres de calles, barrios y ciudades. En cambio, Selci elude prácticamente todo tipo de marcas de época (hay apenas algunas, todas ellas colaterales). El lector, sin embargo, difícilmente no sepa que nos encontramos en el presente o, al menos, en algún momento alrededor del año 2010. Esa certeza está dada porque esta primera novela de Selci formula un conflicto político que, aunque no invoca nombres propios, es inequívocamente reconocible como un conflicto contemporáneo.
Styrax, protagonista de Canción de la desconfianza, es un Empecinado y planifica secuestrar a un Esclarecido, aunque siente que “secuestrar” no es exactamente la palabra que describe lo que quiere hacer. Canción de la desconfianza puede leerse como la búsqueda de una palabra más justa para decir eso que comienza a tramarse bajo la idea de secuestro, idea inquietante y de conocida trayectoria en la política argentina. Tal búsqueda de nuevas palabras caracteriza a toda la labor que se propone Styrax: la constitución de un nuevo vocabulario político, diseñado sobre la grilla de un abecedario.
Que los Empecinados, los resistentes, quienes son incapaces de ganar la guerra pero se proponen librar guerrillas, recurran a un proyecto pedagógico estructurado sobre algo tan rígido como el abecedario, da cuenta de lo específico del conflicto del que habla Canción de la desconfianza. A contrapelo del modo en que usualmente se plantean las resistencias, aquí no se trata de la lucha contra un totalitarismo disciplinario; por el contrario, los Esclarecidos son disipados, volátiles, licenciosos, ingeniosos, maleducados y -punto fundamental- no son Gobierno; los Empecinados, por su parte, son moralistas, apelan a sentimientos patrióticos y evocan la presencia del Estado. Esta guerra de independencia contra quienes no gobiernan es menos guerra contra El Poder que contra una suerte de corrupción; los Esclarecidos deben ser combatidos porque son quienes usan mal las palabras, quienes las vacían de contenido y no las ponen al servicio de nada concreto, quienes del mismo modo en que desguazan el lenguaje desguazan también al Estado. Y el Estado, para el Empecinado Styrax, parecer ser el lugar y el agente de las uniones entre las palabras y las cosas (las luces, las rutas, los cables, las calles, las plazas).
Ahora bien, si el modo en que el proyecto pedagógico de Styrax se enfrenta a los Esclarecidos parece evocar el modo en que el Gobierno Nacional Argentino vigente desde 2003 se erige en tutor moral contra los descarríos de los años noventas, esa similitud es perturbada por la manera en que Selci presenta a los Empecinados: son muy pocos, parecen no tener relaciones con otros compañeros, no sabemos nunca si existen otros Empecinados o si son los únicos, no sabemos tampoco si la caracterización de los Esclarecidos como grupo pertenece sólo a ellos o si es compartida por otros… En vez de formar parte de una tendencia política masiva, los Empecinados tienen apariencia de ser unos conspiradores aislados (por lo que tal vez no sea desatinado emparentar el motivo de esta novela con el de Los siete locos). Ese aislamiento de los protagonistas es el que produce el efecto de extrañeza propio de todo el relato. Es también el que nos hace preguntarnos por las relaciones y diferencias del proyecto de Styrax con los del kirchnerismo; el que nos hace preguntarnos por qué en una novela donde permanentemente se trata de política (Styrax sueña con ser ministro de Educación a la vez que resiste la tentación de volverse un analista político) y donde sabemos que los Esclarecidos no son gobierno, no hay sin embargo ninguna alusión al Gobierno efectivo, ni a quienes lo detentan ni al vínculo con ellos. Por tales motivos, en definitiva, Canción de la desconfianza se deja pensar como una novela planteada desde los bordes o márgenes del kirchnerismo, una novela ante la cual, al menos hoy, es muy difícil no hacer presente lo que ella no dice.
Como sea, este trabajo de Selci no se agota en sus lecturas políticas. Canción de la desconfianza es una de las novelas más interesantes y originales de la literatura argentina de estos años; lo es por las preguntas que suscita, lo es también por la intensidad y paciencia con que narra una aventura y, fundamentalmente, lo es porque problematiza su material: el lenguaje. También se podría hablar de la recurrencia del listado como recurso narrativo, de la connotación negativa dada al uso de drogas, del virtuosismo de las descripciones de movimientos musicales en las clases de bajo que Styrax le da a su alumno Esclarecido, etcétera. Son motivos adicionales para emprender una lectura que, como buena canción de la desconfianza, nos invita en cada página a hacernos nuevas preguntas.