Por Pedro Perucca. Este domingo 1 de abril se estrenó el primer capítulo de la segunda temporada de Game of Thrones, así que aprovechamos la excusa para hablar no sólo de esta fantástica serie sino también de la saga de novelas en la que se basa.
Existe una tierra en la que los veranos y los inviernos duran años y años. Nadie sabe cuántos, pero tras un largo verano es posible que golpee un invierno de los más crudos. Y en el mundo en el que nos sitúa la primera novela de la saga “Canción de hielo y fuego” un extenso verano de casi una década parece estar llegando a su fin. Quienes primero notan las señales y antes sufren las mordeduras del frío son los norteños, pero el invierno llega para todos.
El lema de la casa Stark, los curtidos señores feudales del norte, es precisamente “El invierno está llegando”. Y siempre tienen razón. El limite norte de sus tierras está ocupado por el Muro, inmensidad perpetuamente helada desde la que la monacal Guardia de la Noche defiende a los Siete Reinos de los ataques de bárbaros, bestias y Otros que viven aún más arriba del mapa y que en épocas legendarias amenazaron con subyugar a las tierras de los hombres. Los Siete Reinos hoy están encabezados por la casa Baratheon, luego de que el actual rey Robert liderara una alianza que derrocó al último soberano de la dinastía Targaryen. La casa Baratheon y los Lanister se unieron al desposarse Robert y Cersei. Los Lanister son ricos, poderosos y ambicionan el Trono de Hierro. Mientras tanto, los últimos vástagos del asesinado “rey loco”, vagan por las tierras del otro lado del mar, en las que huestes de jinetes nómades dothrakis imponen sus leyes primitivas, sin abandonar el sueño de que la estirpe del dragón vuelva a reinar.
Como puede apreciarse, no es fácil pintar sintéticamente el mundo en el que nos sumerge “Juego de tronos”, la primera novela de la saga, precisamente porque, como muchas veces ha reconocido su autor, el estadounidense George R. R. Martin, sus intrincados conflictos políticos, dinásticos y bélicos están directa y libremente basados en distintos eventos de la historia medieval europea. Así, por ejemplo, buena parte de la lucha entre las casas Stark y Lanister se inspira en la famosa Guerra de las dos rosas que enfrentó a los York y a los Lancaster por el trono de Inglaterra a mediados del siglo XV.
Pero la densidad histórica y política de la saga no son sus únicas virtudes. Más allá de pintar maravillosamente ese mundo medieval, lo cierto es que lo que importan allí son los personajes, su evolución, sus contradicciones y hasta su muerte (Martin es famoso por no perdonarle la vida ni siquiera a algunos de sus héroes fundamentales si el desarrollo de la trama lo amerita, como habrán descubierto dolorosa y tristemente muchos de sus fans). A veces esta complejidad hace que sus tramas no sean tan sencillas de seguir pero esto también es un elemento valorable, particularmente en el universo de la literatura fantástica, habitualmente tan propenso a caer en tramas infantiles, maniqueas y “fáciles de entender” que apuntan a un público menos que mediocre. Así también se entienden las altas dosis de sexo y violencia que naturalmente proliferan en las novelas de Martin. La edad media debe haber estado más cerca de eso que de las asexuadas peripecias de los personajes de Tolkien. Las comparaciones con “El señor de los anillos” son inevitables, claro. Hay guerreros, hay magos, hay dragones y hay batallas épicas pero, sin desvalorizar las maravillas de la Tierra Media, la saga de Martin es claramente más política y “realista”, incluso al punto de que la magia ocupa un lugar mucho menos relevante para el desarrollo de los conflictos. Sin embargo, más allá de las diferencias, Martin considera a Tolkien como uno de sus maestros, así como a Jack Vance o Fritz Leiber. También a autores de novelas históricas como Mika Waltari, Alfred Duggan o Thomas B. Costain porque considera que las novelas de fantasía y las de ficción histórica pertenecen a “géneros hermanos” y tienen muchísimo en común.
“Canción de hielo y fuego”, la saga de novelas, originalmente fue pensada como una trilogía pero hoy ya tiene cinco tomos publicados (“Juego de tronos”, “Choque de reyes”, “Tormenta de espadas”, “Festín de cuervos” y “Danza de dragones”, aún no editado en castellano) y se esperan dos más para los próximos años. La respuesta del público fue enorme y ha sido traducida a más de 18 idiomas, saltando las barreras “de género” y seduciendo a lectores que habitualmente consideran a las novelas de “fantasía” como un territorio casi exclusivo para infradotados.
Además de las traducciones, el mundo fantástico de George R. R. Martin se ha multiplicado en comics, juegos de tablero y videojuegos y en 2011 la cadena HBO emitió una primer temporada de diez episodios basados en el primer tomo de la saga. “Game of Thrones” (nombre que se mantendrá para toda la serie) fue, por lejos, uno de los mejores productos televisivos del año. Un impresionante nivel de producción que no tiene nada que envidiarle a las mejores películas hollywoodenses se combina con unos textos fantásticos, un gran nivel actoral y una fidelidad a las novelas que no subestima la inteligencia del espectador (algo que ya no extraña en HBO pero que sigue siendo inusual en la televisión abierta). En ese sentido, Martin en alguna oportunidad ha respondido a los twiteos indignados de televidentes que reclamaban que la serie “no se entiende” diciendo: “Bueno, dejá el telefonito y concentrate”.