Por Juan Diego Britos. Una nueva condena por la causa Barrenechea, del 2008, dispara la necesidad de analizar hasta qué punto son sinceras las condenas a los jóvenes acusados. El rol de la Bonaerense, los “reclutadores” de los jóvenes de las barriadas y la complicidad mafiosa de sectores judiciales.
El martes 15 de noviembre, Daniel Orlando Danese, uno de los jóvenes acusados de participar del homicidio del ingeniero Ricardo Barrenechea, ocurrido el 21 de octubre de 2008, fue condenado a 38 años de prisión por el Tribunal Oral Criminal (TOC) Nº 4 de San Isidro. La de Danese, también conocido como “Chirola”, es la primera condena que se conoce en la causa Barrenechea, un expediente plagado de errores procesales que tiene a otros tres muchachos acusados y a un cuarto –que posiblemente sea el autor material del homicidio- desvinculado por un tecnicismo judicial. Los jóvenes formaban una banda que trabajaba con la policía Bonaerense.
Según el tribunal, Danese, de 21 años de edad, participó en once delitos en dos meses: seis en San Martín y cinco en San Isidro. Para tomar esta decisión, los jueces se basaron en la instrucción del grupo de fiscales liderado por Gastón Garbus. Durante la investigación, Garbus y compañía determinaron que Danese formaba parte de una banda juvenil integrada por menores de edad que vivían en el partido de La Matanza y que cometían violentos robos en la zona norte del conurbano bonaerense. Para los fiscales el grupo estaba liderado por Cristian Molina, más conocido como “Kitu”, vecino del Barrio Villegas, en Ciudad Evita.
Pero el crimen de Barrenechea, como muchos otros que ocurren en la provincia de Buenos Aires, podría haberse evitado. Sobre todo si algunos sectores de la Bonaerense se ocuparan en prevenir y no de regular los delitos. Sucede que los jóvenes que entraron a robar a la casa del ingeniero no eran desconocidos para los servicios de calle de La Matanza, en especial para el Gabinete de Prevención del Delito de la comisaría de Ciudad Evita. Los policías sabían quién era y donde vivía cada uno de los partícipes del robo. También conocían que los más peligrosos vivían en el Barrio Villegas de Ciudad Evita y en la villa San Petersburgo de Isidro Casanova. Sin embargo detuvieron a dos chicos de Puerta de Hierro, gracias al testimonio de un menor vinculado al grupo y que el año pasado murió en un confuso intento de robo en Ramos Mejía.
Fueron los vecinos de la zona los que contaron que Cristian “Kitu” Molina, Matías “Chuna” Iglesias y Daniel Danese, a quien también llamaban “Porqui”, eran tres de los integrantes de una banda que comenzó robando casas mediante entregas pactadas por un “reclutador” del Barrio Villegas. Luego, cuando los chicos se hicieron “grandes”, comenzaron a realizar algunos robos por su cuenta en distintos puntos del conurbano, donde mostraron una inusitada violencia hacia las víctimas.
La banda robó antes y siguió robando después de matar al ingeniero, gracias a los sólidos contactos que mantenían con los oficiales de la Bonaerense, que jamás se preocuparon en detenerlos sino que se enriquecieron con los botines que les arrebataban a cambio de no detenerlos. Esto no figura en el expediente judicial. Es la letra chica de un contrato que sigue enviando jóvenes a la cárcel. A pagar errores propios y culpas ajenas.