Por Emiliano Ruiz Diaz. Un exitoso arquitecto que acaba de cumplir los cincuenta años confiesa, no sin dificultad, que hace meses sostiene una intensa relación amorosa con una cabra llamada Sylvia.
Con esta confesión comienza “La Cabra”, obra de Edward Albee dirigida y protagonizada por Julio Chávez que en estos días se presenta en la calle Corrientes. La relación del arquitecto Charlie Gray con la cabra, como toda relación avanzada, y para horror completo de los cercanos afectos humanos, no excluye el sexo, de cuyo ejercicio no se dan detalles aunque son insinuados por el protagonista, dejando que otros se completen con obvia imaginación. El ámbito en el que transcurren las acciones y los diálogos, un cálido living intelectual, se derrumba en los arrebatos de ira que Julia -la mujer de Charlie- no puede controlar, ante la revelación zoofílica.
La normalidad de una familia típicamente progresista se evidencia como un constructo hecho de débiles fragmentos, adosados entre sí por convenciones sociales hasta el momento prolijamente respetadas. Basta con la violación de un tabú para que esa realidad aparente se desarme como un cúmulo de livianas hojas ante el soplido de un viento tempestuoso. El edificio erigido por el arquitecto se fisura y todo se desploma. La polvareda intoxica a todo el entorno. Willy, el hijo adolescente y homosexual, evidencia vivir su opción con culpa. Sus padres lo aceptan por corrección política pero no se sienten del todo cómodos con ese rumbo. Julia, seguidora de un mandato materno de fidelidad y adoración, siente que ha invertido toda su vida en la figura de un hombre que pasa de ser un ejemplo ciudadano a representante de una perversa desviación en cuestión de segundos. El mejor amigo, “un intelectual con ideas snobs y de izquierda”, es incapaz de hacer un esfuerzo por entender la apasionada historia de amor paralela de Charlie y revela su secreto mediante una carta, pues sólo busca darle solución pronta a lo que considera una enfermedad severa, amenazante.
Charlie debe confesar entonces los pormenores de una escena de amor que se le hizo costumbre y sabe que algo anda mal, aunque en el fondo duda de que su affaire deba entenderse únicamente en esa clave distorsiva. Para su amigo, su mujer, su hijo y el entorno social que lo reconoce hasta el momento como un virtuoso, quizás se trate de un asunto que pudiera no ser tan terrible si todo se mantuviera en el desconocimiento. “Si nunca hubiese llegado esa carta…”, se lamenta Julia, añorando la estabilidad reciente. Entonces, ante la destrucción del núcleo familiar no parece quedar otra salida que terminar abruptamente con el origen de todo el daño. Nadie puede quedar a salvo después de violar la ley de la felicidad.
La cabra, de Edward Albee, protagonizada y dirigida por Julio Chávez, se trata de una obra que fundamentalmente indaga acerca del orden social, pensado como el sustrato de aquello que puede ser mencionado o no, aquello que puede hacerse o no, en una comunidad determinada, en una época concreta con propias coordenadas culturales y condiciones de posibilidad. El extremo del enamoramiento de Charlie es, antes que un alegato a favor de la zoofilia, un acicate en el seno de la familia progresista, políticamente correcta, supuestamente abstraída de las penurias de otros sectores, apenas sostenida por un delgado hilo y para nada ajena a la reproducción de las relaciones sociales vigentes. Se trata de una obra cuyo tema central resulta sumamente polémico y productivo, pero que sin embargo, más allá de las sólidas actuaciones, no logra escapar a cierta linealidad y previsibilidad en la trama de los sucesos. La pronta revelación de Charlie no prolifera en diversas conflictividades y, sin prácticamente ningún giro, la historia se desarrolla repetitiva hasta su final. Los pasajes de la comedia a la tragedia no resultan demasiado logrados y generan cierta fisura en la tonalidad del relato, que parece mostrarse más cómodo en los momentos de ironía que en los de clima dramático. Una historia irregular que de todos modos propone un tesis insidiosa, digna de ser pensada, arrimadora de reflexiones acerca de lo que nos permitimos hacer y lo que a su vez nos negamos o prohibimos a nosotros mismos. Y esto no es poco, aunque no alcance.
Autor : Edward Albee / Dirección : Julio Chávez Versión: Fernando Masllorens y Federico González del Pino / Con: Julio Chavez, Viviana Saccone, Vando Villamil y Santiago Garcia Rosa / Música: Diego Vainer / Escenografía y vestuario: Jorge Ferrari / Iluminación: Matias Sedon / Asistente de dirección: Camila Mansilla /Sala: Tabaris / Duración: 75 min.