Por Víctor Gómez. Un 17 de junio de 1976 mataban a Paco. La excusa de la fecha, lo inevitable e imprescindible del recuerdo que parece cuento, porque cuando el poeta hace de la poesía la vida, no hay pasado ni futuro, sólo, quizá, un tiempo donde se hace de la palabra y la existencia una causa, armada de justicia y lucha.
Le habrá dicho a su compadre Haroldo Conti que le escriba algo para el Diario de Mendoza. El flaco le habrá respondido que sí, mientras le daba vueltas a otro cuento, en otro día que era redondo como las teclas de esa máquina de escribir que, como él, Haroldo tenía y llevaba como una extensión del cuerpo. También como él, el otro andaría pensando en una mesa larga donde reuniría a los amigos, donde se encontrarían comiendo y tomando, sin tiempos ni distancias.
Con “La Periloche”, “Historia Antigua”, “Breves”, “Lugares”, “Nombres”, “Del otro lado”, “Adolecer”, y “Larga Distancia” inundó al mundo de poesía, hizo del espacio al que llegaran algunas de esas palabras un sitio mejor, más bello, de manera tan tierna como implacable al hacerlo.
Entretanto, y como para que refrendar que todo debe ser probado y andado, se metió con unos cuantos cuentos en los libros “Todo eso” y “Al tacto”, también lo hizo en la novela con Los Pasos previos, y hasta ensayando con Veinte años de poesía argentina. Se dio el gusto en el teatro además, Veraneando y Sainete con variaciones es la muestra de ello.
La Patria fusilada es otra historia en la misma historia; cuenta allí, con entrevistas a tres sobrevivientes, presos en la cárcel de Villa Devoto, lo que fue la fuga y masacre de Trelew, en agosto de 1972, poco tiempo antes de los testimonios grabados el 24 de mayo de 1973. Perón volvía, la patria socialista se extinguía. Nadie algo podía saber, salvo un par de oscuras intuiciones. Alguien sí dijo por ahí que si para algo sobrevivimos es para transmitir todo esto que los otros, por haber muerto, no pueden. Y el poeta, en semejante mundo, pudo reflejarlo.
Todo parece sucinto, o un recorte quizá. El mismo que quedó de “Cuentos de batalla”, ese libro partido, o a medio hacer o medio terminar, que había comenzado en el cruce de tantas certezas como incertidumbres, casi a un mismo tiempo y momento. Queda como una maravilla de la militancia, dejando un campo abierto para seguir recorriendo.
Porque Paco Urondo es todo eso y mucho más, a flor de piel e insondable. Cuando se muestra y cuenta deja un reguero de recuerdos y de sueños. Sí, Paco Urondo, del que venimos hablando, escribiendo, del que no se cansa uno, con imperativos y deseos. Buen título, diría, o quizá no, pero en tren de imaginar vamos por lo mejor y por todo, aún en lo trillado del término.
La crónica fría y lineal, irrefutable, por cierto, dirá (para siempre) que fue en la tarde de un 17 junio de 1976, en el encuentro de las calles Remedios de Escalada y Tucumán, en el gran Mendoza, cuando el poeta cayó asesinado por un comando policial. Tan arteros como decididos, los dueños de la muerte no dudaron en el asunto. Tampoco él lo hubiese hecho, ahí con un arma, o donde fuese con la labia, las palabras, o en esas irrefrenables ganas de vivir. Aun cuando en el intento todo se pusiese en riesgo por todo iba. De solidaridad y bravura se trataba, de compromiso y literatura más que nada y apenas.
La crónica, no tan lineal ni fría, podría decir también que fue un error su traslado a Mendoza por parte de la conducción de Montoneros. Pero él fue, chistando quizá pero fue. Fue aún advertido, entre otros, por su compañero y amigo Rodolfo Walsh, sabiendo que la sangría en la zona era tremenda. Imperativo y deseo, otra vez, y al precio más alto.
Rara, extraña alquimia la de algunos tipos. En medio de tanta lucha dieron, y dan, el aire y la forma de la sonrisa, el amor, la aventura a todos los mundos que sean. Hay párrafos, o unas líneas nomás, que justifican las infinitas lecturas de los infinitos libros posibles que se vuelven a escribir cada vez que se los lee. Como vidas, libres de ganancias y pérdidas están para siempre. “El mundo se juega por su fracaso o por su ventura; de la noche sacan el naipe y la trampa puede pasar. Delicias de esta vida, dicen los vagabundos del juego y sacan las uñas y agregan: Nada hay más hermoso que perder, nada más hermoso que vivir, aunque sea perdiendo. Tropezando, recuperando un grito que hunde la luz y raspa el sol de la madrugada. Vencidos por el sueño, no hay por qué seguir adelante o caer, sino iniciar la gruesa jugada del fracaso o la alegría.”
Paco, Francisco, Urondo, un día como hoy, o todos los días para siempre. Como para andar dándole un sentido cierto a la historia, sin dejar de pelear, sin perder la sonrisa, siempre pero siempre la poesía.