Por Sebastián Tafuro. Voluntad política. Esas dos palabras parecen ser la clave para pensar en una solución definitiva a la violencia, que ha copado el fútbol argentino desde hace por lo menos tres décadas y se agudiza día a día.
En las últimas semanas, varios episodios han vuelto a colocar el tema en la agenda pública, sobre todo a partir de la decisión del presidente de Independiente, Javier Cantero, de quitarle a la barra brava del club de Avellaneda todos los privilegios que habían cosechado durante las gestiones anteriores.
Hace apenas 72 horas, Giovanni Moreno, el habilidoso volante de Racing, fue amenazado por varios “hinchas caracterizados” de la Academia, quienes lo apuntaron con un arma durante más de 30 minutos, bajo la acusación de que “acá estás robando”, como manifestó el compañero de “Gio” que acompañaba al colombiano en su auto, Federico Santander. También fueron “apretados” algunos de los máximos dirigentes de River, entre ellos Daniel Alberto Passarella, aunque el presidente de la institución de Núñez desmintió lo que se instaló como la otra noticia fuerte en la tarde del martes. Sin embargo, el ex defensor central de la Selección admitió que desconocía si otros integrantes de la Comisión Directiva habían recibido aprietes en la misma jornada.
Lamentablemente, el boletín de capítulos violentos no se agota allí: la intercepción de barras de Instituto al plantel cordobés en plena ruta con el mensaje de “va a haber balas para todos” si no ascienden a Primera; el asesinato de un simpatizante de Newell’s a quien se sospecha le dispararon desde un micro con barras de Unión en Santa Fe; el pedido de licencia del vicepresidente de Independiente, Claudio Klebatis, debido a las amenazas telefónicas sufridas; conflictos en Banfield, Atlanta y Temperley, entre otras situaciones críticas que se presentan a una velocidad que muchas de ellas quedan relegadas en las prioridades informativas de los medios (además de otros intereses que pueda haber en juego).
Unos días atrás, pudimos conversar en el programa radial Llevalo Puesto con Liliana García, de la organización no gubernamental “Salvemos al Fútbol” y madre de Daniel García, un hincha argentino que fuera asesinado en la localidad uruguaya de Paysandú en el marco de la Copa América de 1995. Esta mujer, que viene luchando con valentía desde entonces para erradicar un flagelo aparentemente irresoluble, fue contundente en sus declaraciones y expresó lo siguiente: “la violencia en el futbol está enquistada en grupos violentos que trabajan de barrabravas y que son bancadas por el poder político de turno”. En ese sentido, manifestó desconfiar del apoyo a Javier Cantero por parte de organismos como el COPROSEDE (cuyo hombre a cargo, Rubén Pérez, se encuentra procesado), así como del propio presidente de la AFA, Julio Grondona, de quien consideró que es “maquillaje puro” lo que habla ante la prensa respecto a su intención declamativa de brindar contención al dirigente Rojo.
Por otra parte, una de las referentes de la organización aseguró, en consonancia con otras voces, que la voluntad política a nivel estatal es la única solución posible para esta problemática. También indicó que desde Salvemos al Fútbol han elaborado diferentes propuestas, pero nunca han recibido una respuesta positiva por parte de los encargados de llevarlas adelante. “Yo no vendo la sangre de mi hijo a nadie, siempre digo la verdad y lucho contra los hipócritas que dicen tener las soluciones en la mano y nunca las aplican”, disparó.
Alguna vez Inglaterra fue el paradigma de la violencia en el fútbol debido a los famosos “hooligans” que causaron tragedias mayúsculas en distintos eventos, como aquella final de Copa de Europa entre Juventus y Liverpool en 1985, donde fallecieron 39 hinchas debido a una avalancha, además de un saldo de más de 600 heridos, en un episodio que se conoció como “la tragedia de Heysel”, por la localidad belga en la que se disputó el partido. Sin embargo, también el país británico fue el ejemplo de que había algún tipo de solución a esos comportamientos. Pero, y aquí radica la gran diferencia con nuestro país, “no existía una relación de convivencia con la política”, según las palabras de Steve Powell, integrante de la Federación de Hinchas de Inglaterra y Gales en una visita realizada a Buenos Aires a mitad del año pasado.
Ese es el núcleo duro a desactivar, a quebrar, para dejar de naturalizar estos hechos aberrantes que día a día se producen y que observamos como si formaran parte de la cotidianeidad. En una reciente nota en este mismo medio el colega Gustavo Bruzos escribió unas líneas que marcan cuál es el camino: “Quieren hacernos creer que hay violencia en el fútbol. No es así. Los violentos y los que quieren eternizarse en el poder utilizan al fútbol para hacer sus negocios. Si queremos acabar con la violencia, hay que atacar a ese entramado. Hay que darle transparencia a las instituciones. Dejar de prohijar dirigentes con accionar mafioso. Lamentablemente, para acabar con la rabia, esta vez no hay vacunas, hay que terminar con el perro”.
Con más Canteros y menos Angelicis, quien apeló a la vieja excusa de “la barra existió siempre, la sociedad es violenta”, será posible pensar en el fin de la rabia. Y habrá que matar al perro nomás.