Por Lucas Peralta. Con su partida a inicios de este año, Juan Gelman dejó un enorme vacío en la poesía nacional. Aquí el recuerdo de su última vuelta al país y sus últimas lecturas en público. Su obra publicada y sus poemas inéditos de pronta aparición.
Me acerqué hasta la Biblioteca Nacional con la remota esperanza de poder hacerle una entrevista para Marcha. Iba a ser la segunda vez que lo veía. La primera recuerdo que fue en el año 2006 en el Teatro Cervantes con motivo del cincuentenario aniversario de la publicación de su primer libro, Violín y otras cuestiones (publicada en edición facsimilar de aquella primera de la Editorial Gleizer en el año 1956). Pero esta segunda y última fue el veintiséis de agosto del año pasado. “Mirá que está muy enfermo”, me había adelantado ya Daniel Freidemberg, encargado él, junto a Horacio González y Jorge Boccanera, de presentar ese último libro (Hoy) y -ahora con la distancia- de prologar la última aparición en público de uno de los mayores exponentes de la poesía que dio la Argentina y el continente.
Sabía que era así. Lo tuve un momento al lado pero no pude decirle nada. Opté solo por pasar a la sala, sentarme y esperar qué iba a suceder. Recuerdo bien la sentencia que lanzó Horacio González aquella noche: “Esta reunión, hay que decirlo sin solemnidad, pero con todas las palabras, va a marcar una noche fundamental en nuestras vidas”. Y claro que lo fue. Luego de las alocuciones de Boccanera y Freidemberg, Gelman comenzó a leer sus producciones. Y así se fue llenando de poesía la sala Jorge Luis Borges. Se centro en sus trabajos de Hoy, aunque también hubo tiempo para los propios de Comentarios y Hacia el sur. Continuidades y anhelos no del todo satisfechos; heridas nunca del todo cerradas. Palabras, o poesía en el más literal de los términos propuesto.
Hechos y comentarios
Ya pasaron meses de su muerte. Y pasaron también una infinidad de textos hablando de su vida, su historia, su militancia pero poco de su trabajo. Este es un detalle curioso y, tal vez, un dato no menor. Gelman fue un periodista, un militante y un poeta. Tal vez, el mejor que ha dado este país. Pero al Gelman al que se referían -salvo excepciones- muchas de estas notas parecería como que hablaran de un personaje entre pintoresco y con cierto temperamento tanguero y melancólico. Algo así como un arquetipo de porteño pietista de boliche. Una leyenda. Referencias a aquel de entonces y el laureado poeta -merecedor, claro está, del Premio Nacional en Argentina, el Reino Sofía de España en 2005, el Cervantes en el 2007, pasando por, entre otros, el Pablo Neruda en Chile, el Juan Rulfo y el Ramón López Velarde en México, el Mondello en Italia o el José Lezama Lima en Cuba-, fueron repetidas y llenaron páginas y páginas de cuanto suplemento literario -y no tanto- había al alcance. Ahora bien ¿Cómo leer esto y enfrentarse a, por ejemplo, textos como Salarios del impío (1993), Incompletamente (1997), Mundar (2007), De atrásalante en su porfía (2009), El emperrado corazón amora (2011) e incluso Hoy (2013), donde, mediante una lúcida prosa poética, nos sigue interrogando en tanto mundo y continúa desembrollando eso que entendemos como poesía? ¿Dónde está el Gelman de las crónicas? Seguro que no en sus libros. Ni los reconocimientos ni las mitificaciones le impidieron seguir arriesgando y jugarse hasta el extremo.
Interrupciones
Una característica muy común a la hora de abordar sus producciones es tender a estudiar su poesía como correlato literario de su actividad política. En cierta ocasión, y ante la pregunta sobre “poesía y política” Juan Gelman declaró: “Sigo creyendo que el único tema de la poesía es la poesía misma y que por eso puede hablar de todo, de política, de revolución, amor, abandonos, mientras sea poesía”. Y su búsqueda, creo, fue su gesto más político. Su manera de barajar y dar de nuevo; de encontrar el camino que haga decir a las palabras aquello que no puede ser dicho, de rodear e intentar nombrar aquello que todavía no tiene nombre; en fin, de hacer con el lenguaje y con las palabras que tenemos a mano, con aquello que somos una constante insatisfacción y, de ahí, su propia razón de ser. Por eso digo “búsqueda” y para eso me apoyo en la diversidad de sus propuestas y en esa incansable tarea de interpelar al lenguaje, en su exploración del mismo para dar con aquello que pueda acercarse a lo que podríamos catalogar como “hecho poético”. Para él no existían las recetas, la maquinita automática de fabricar versos, propia de alguien ducho en el laburo poético.
Se lo pretendió anclar o circunscribir en algunas de las variantes del género. Leímos hasta el hartazgo reminiscencias a la poesía coloquial y la poesía social cuando en realidad ya desde la publicación de Colera Buey en 1971 que Gelman pegó el portazo al hecho de escribir “como” su generación y abandonó así el coloquialismo que él mismo había inaugurado y que se manifiesta ya en Violín y otras cuestiones -su primer libro- o en Gotán (1962.)
A partir de ahí aquel modo de escritura -aunque sin abandonar nunca el habla rioplatense- comenzó a ser puesto en juego y a cuestionarse constantemente. De ahí sus, para algunos, inadmisibles apuestas, de ahí el tanteo constante y permanente frente a las posibilidades del lenguaje. Su vocación de cuestionar lo que las palabras puedan definir, dar cuenta de esa “otra cosa” que la poesía trae consigo y a la que le dedicó toda su obra.
Valer la pena
Aquella noche de agosto -al igual que el martes catorce de enero de este año al recibir la noticia de su muerte- los a esta altura parroquianos de ese encuentro nos fuimos convencidos de que “Sobre la poesía” Juan tenía aún muchas cosas por decir y remarcarnos: “que nadie la lee mucho/ que esos nadie son pocos/ que todo el mundo está con el asunto de la crisis mundial/y con el asunto de comer cada día/se trata de un asunto importante// El tío Juan parecía un pajarito… estuvo cantando pío pío todo el viaje… el pío pío volaba por la cabina del camión… tío Juan era así/ le gustaba cantar/ // y no veía por qué la muerte era motivo para no cantar… /pero // volviendo a la poesía// los poetas ahora la pasan bastante mal/ // nadie los lee mucho/esos // nadie son pocos/ // el oficio perdió prestigio/para un poeta es cada día más difícil// conseguir el amor de una muchacha/ // ser candidato a presidente/que algún almacenero le fíe/ // que un guerrero haga hazañas para que él las cante/ // que un rey le pague cada verso con tres monedas de oro/ //y nadie sabe si eso ocurre porque se terminaron / las muchachas/los almaceneros/los guerreros/los reyes/ // o simplemente los poetas/ // o pasaron las dos cosas y es inútil / romperse la cabeza pensando en la cuestión/ // lo lindo es saber que uno puede cantar pío-pío / en las más raras circunstancias/ // tío Juan después de muerto/ yo ahora/ para que me quierás”.
Poemas de amaramara, libro de próxima aparición a cargo de La Otra Ediciones, publicados por revista Sudestada:
Amortecer
El uso del querer enfría
la salvación del rubor. Números
cuentan que parentelas duras
anuncian muerte y se pierden
en verdores de la cama caliente.
Tesoros invisibles caen
de las desgracias del amor crecido.
Brotan en la unidad de su pasión
y anuncian campos de donde vela
lo que agoniza para dar
su rosa otra que no muere.
Los bloques de la noche recorren
lo que siempre recorren y
el mundo es errancia del mundo
en el ser como paja liviana
que el instante devora.
Lo que cava
La sangre corcovea
en todos los rincones, en
el alma superior, en su orgullo,
en los perros con olor a furia.
El ser amado convierte
la humillación en asombro y vengo aquí
para decir que te amo.
La emoción contra la pared
espera que la fusilen.
Nuestros cuerpos conocen esa pared.
Es una atadura del sol
que cavamos, cavamos.
Puertos
De las cortadas de la vida
hay una que no se puede abrir.
Verano es ese día
que adora los pasados del odio.
Cuando soplan los vientos,
abriga y Eros
festeja el triunfo de su llama.
Palabra y muerte no se juntan.
Cae a pedazos la mirada restante
y todo se une menos
los sonidos del hambre.